Vuelve Wikileaks
Wikileaks se ganó la fama internacional cuando, en julio pasado, difundió las comprometidas imágenes de la matanza perpetrada por un comando militar estadounidense a bordo de un helicóptero en Irak; y, sobre todo, cuando a renglón seguido colgó en la Red 76.000 documentos secretos sobre la guerra en Afganistán. Eso ha quedado oscurecido ahora por la filtración de otros casi 400.000 documentos militares estadounidenses que muestran imaginados pero desconocidos horrores en Irak entre 2003 y 2009. Entre ellos, el sistemático abuso de prisioneros por parte de las fuerzas iraquíes, conocido y no denunciado por los oficiales estadounidenses, o la muerte de muchos más civiles en la contienda, hasta 15.000 más, de los que figuran en las estadísticas al uso. Otros aspectos de esta enorme filtración documental -el mayor fallo de seguridad de este tipo en la historia militar estadounidense- reflejan aspectos más conocidos del conflicto inacabado, como el apoyo directo de Irán a sus milicias afines.
No es extraño que Bagdad haya prometido indagar las revelaciones. O que Hillary Clinton y el Pentágono, que ha tenido a más de un centenar de personas trabajando para calibrar el daño que podía infligirle esta vez Wikileaks, hayan puesto el grito en el cielo, como ayer el Ministerio de Defensa británico, aduciendo los riesgos que corren las tropas sobre el terreno o sus colaboradores iraquíes. Tampoco es extraño que la trascendencia de lo filtrado, su condición de frío y distante trasunto documental y secreto de violaciones masivas de elementales derechos humanos, haya puesto en guardia a Amnistía Internacional contra las autoridades estadounidenses; o que el relator de la ONU para la tortura haya pedido al presidente Obama que ordene una investigación urgente.
La transparencia se paga cara y morir de éxito no es en este caso una frase hecha. Sometida a un durísimo asedio, la web lanzada en 2006 con el objetivo declarado de filtrar información para combatir la corrupción, se ha convertido en la bestia negra de más de un Gobierno. Su máximo responsable, Julian Assange, un elusivo periodista y experto informático australiano, está en el punto de mira del Pentágono, que le investiga por presunto espionaje. Incluso en Suecia, donde la firma se ha refugiado con la ayuda de un partido que promueve la legalidad de las descargas gratuitas, la policía ha registrado sus oficinas y Assange está bajo la lupa de la fiscalía por supuesto acoso sexual.
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