Seis décadas en la Galaxia Gutenberg
Como sucede con las biografías ricas y variadas, la trama de la vida de Pancho Pérez González, que acaba de llegar a su fin, ha estado formada por una serie inabarcable de hilos de distinto color, recorrido y consistencia. Para quienes han tenido la fortuna -como es mi caso- de compartir su amistad desde hace varias décadas, sería insatisfactorio reducir una personalidad tan compleja -"todo un hombre", habría escrito Miguel de Unamuno- al ejercicio de una sola actividad, al estilo de las identificaciones que los rótulos callejeros de París o de Valencia suelen hacer de los homenajeados por los Ayuntamientos. Si esa simplificación fuese inevitable por economía expresiva, el nombre de Pancho debería quedar forzosamente asociado al mundo del libro, a fin de dar cuenta de su ininterrumpida residencia durante seis décadas largas en el reino de la Galaxia Gutenberg (desde sus tiempos mozos en Santander hasta su madurez intemporal en Madrid), bajo el signo de la leyenda según la cual quienes han probado una vez la fruta del árbol de la sabiduría impresa quedan hechizados para siempre por su veneno.
Nada le ha sido ajeno a Pancho en una labor -a la vez arte e industria, vocación y profesión- transmisora de la creatividad de la Humanidad desde el siglo XV y heredera de formas aún más antiguas -la piedra, la arcilla o el papiro- para conservar ese legado: la venta de libros detrás de un mostrador a clientes sedientos de novedades prohibidas en la España provinciana de la posguerra, doblemente hambrienta de bienes materiales y culturales; la distribución de obras publicadas en Latinoamérica a espaldas de la censura inquisitorial del franquismo; la fundación de Taurus como vehículo del nuevo ensayismo; la creación -con Jesús de Polanco- del Grupo Santillana, que revolucionó primero el panorama de los libros de enseñanza y se extendió después a los terrenos emparentados de los medios de comunicación y el mundo audiovisual.
Pero el rótulo singularizador -librero y editor- recomendado para el caso de Pancho por ese imaginario callejero urbano está muy lejos de agotar sus cualidades: la capacidad de amistad, la cordialidad sin desmayo, la lealtad personal..., y hasta la invención de un lenguaje formado por elipsis, sobrentendidos y difuminados que obliga a tensar las entendederas de cualquier aspirante a descifrar sus códigos secretos.
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