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Columna
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Privilegios confesionales

Francesc Valls

La visita de Benedicto XVI a Barcelona el próximo mes de noviembre es una excelente oportunidad de poner a prueba cómo entienden los partidos políticos la aconfesionalidad del Estado que prevé la Constitución. Y el resultado es desconcertante. Las fuerzas políticas mayoritarias, CiU y PSC, opinan mayoritariamente que no hay que reparar en gastos y sostienen, como el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez-Sistach, que no debe andarse con mojigaterías ni hacer el ridículo a la hora de pagar a escote -escote somos todos- lo que haga falta. Al PP, más allá del fervor religioso, lo único que le preocupa es el grado de españolidad que muestren los balcones de la ciudad. Los populares votaron contra la propuesta aprobada por el Ayuntamiento de Barcelona de engalanar exteriores porque se pedía a la ciudadanía que colgara senyeres y se cerraba así la posibilidad a las banderas españolas. Esquerra Republicana votó a favor de los balcones catalanistas y de las partidas presupuestarias que incluyen más de 350.000 euros en horas extras en concepto de seguridad, mantenimiento de las 40 horas de aislamiento para los vecinos de 14 manzanas alrededor de la Sagrada Familia y otros estipendios para que la visita del Pontífice sea un éxito. Iniciativa-Esquerra Unida, por su parte, aprobó la partida presupuestaria, pero se manifestó en contra de engalanar balcones, pues puede interpretarse como un saludo de la ciudad y ellos están en contra de la visita. Ecosocialistas y republicanos van a participar en una manifestación de oposición al viaje papal, motivo por el cual serán convenientemente lapidados, tal como prescribe la tradición bíblica y practican hoy día numerosos países musulmanes como castigo al adulterio. Ciertamente, somos una nación confusa con tendencia a la pandereta. Formamos parte de una compleja realidad plurinacional que el jefe del Estado consagra cada año al apóstol Santiago o que con motivo del atentado del 11-M en Madrid es capaz de despedir a los fallecidos -judíos, protestantes, musulmanes, agnósticos o ateos- con una misa católica, a modo de funeral de Estado en la Almudena. La ceremonia fue oficiada por el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio M. Rouco Varela, y motivó una dura carta de protesta de las restantes confesiones: "Debería haberse buscado un recinto civil por respeto también a los agnósticos o ateos", afirmaban en la nota. Afortunadamente, el tiro se ha corregido este mismo año con el decreto que permite funerales de Estado a diversas confesiones religiosas a petición de las familias. Con todo, seguimos arrastrando tics de vieja potencia católica sociológica, hija de la ambigüedad vaticana que mezcla con habilidad milenaria esa calidad papal de ser jefe de Estado y de una confesión religiosa; un país que trata el catolicismo jerárquico con privilegios, gracias a unos acuerdos preconstitucionales suscritos entre el Estado español y la Santa Sede; un Estado que paga con fondos públicos a los profesores de religión católica que eligen y despiden los obispos, no la razón académica. O que da validez civil al matrimonio religioso católico, algo que se niega a judíos, protestantes y musulmanes, que previamente han de pasar por el juzgado a retirar el correspondiente certificado de capacidad.

Somos una nación confusa con tendencia a la pandereta que trata el catolicismo de forma privilegiada

Tratar con el catolicismo jerárquico no es fácil. Como jefe de Estado, el Papa debería visitar España invitado por el Gobierno. Como dirigente máximo de una confesión, la cosa cambia, pues se trataría de una visita pastoral. En todo caso, los beneficios y los gastos de esta visita recaerán totalmente sobre Cataluña. Ayuntamiento y Generalitat pagan a escote. Pero los ciudadanos de este país no somos los únicos interpelados por esta situación. La ambigüedad persigue a la cabeza de la Iglesia católica allá donde va. México, con una clase dirigente educada en colegios católicos, no mantuvo relaciones diplomáticas con la Santa Sede hasta mediada la década de 1990. Para ser recibido por el presidente del país latinoamericano en 1990, debió encubrirse el encuentro bajo el cielo protector de un hangar. Ahora el flamante hangar para grandes aviones del aeropuerto de El Prat servirá para despedir al Pontífice. Esta vez, el marco elegido servirá para dar cabida a tanto político que quiere salir en la foto.

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