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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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El rap de la fiebre minera

Soledad Gallego-Díaz

Cuando sube el precio del cobre, del oro o de cualquier metal en las bolsas mundiales, decenas de pequeñas y medianas explotaciones que estaban cerradas o que trabajaban al ralentí vuelven a abrir sus galerías, a contratar a toda velocidad nueva mano de obra o a forzar la producción para aprovechar el tirón y los nuevos y atractivos beneficios. En muchos casos, estas minas son peligrosas trampas donde los mineros arriesgan sus vidas, sin maquinaria adecuada o sin los imprescindibles sistemas de seguridad.

Es lo que está ocurriendo en muchos países latinoamericanos, donde este año se espera un auténtico boom minero. Brasil, Chile, Perú, Bolivia. Argentina, en todos estos países bullen los aventureros y cazafortunas, pequeños y medianos empresarios dispuestos a subirse a la ola del cobre, del oro o del litio, en una especie de nueva fiebre minera que recorre el continente y que en muchas ocasiones está alentada por autoridades locales y provinciales deseosas de embolsarse una parte de esa fortuna. Solo en Perú se calcula que 14 minas de oro que estaban cerradas porque ya no eran rentables han vuelto a abrir y se han lanzado a la producción sin casi ningún control. Cada vez se cava más hondo, cada vez se hacen más esfuerzos para explotar minerales de baja ley (poco concentrados), cada vez se arriesga más para conseguir un poco de un metal que ha llegado a cotizarse a 1.250 dólares la onza y que puede seguir en alza.

En las minas de América Latina cada vez se cava más hondo y se arriesga más para explotar minerales de 'baja ley'

Por eso los periódicos comienzan a traer, día a día, en casi toda América Latina pequeñas noticias de pequeños desastres: seis muertos en el derrumbe de una mina ilegal de oro en Venezuela; repetidas explosiones de grisú en Colombia; 60 mineros muertos, uno a uno, a lo largo del año en Perú; mineros sepultados, y abandonados, en México; bolivianos muertos al inhalar gases tóxicos... El mayor riesgo, dicen los expertos latinoamericanos, no está en las mayores explotaciones, en manos de enormes conglomerados internacionales, mejor controladas por los Gobiernos, sindicatos y ONG, sino en esas minas medianas y pequeñas que las autoridades no pueden o no quieren controlar.

Con las explotaciones gigantescas, los problemas son de otra índole. Los diarios de esos países recogen frecuentemente enfrentamientos o incluso batallas campales que protagonizan los pobladores de las zonas cercanas a grandes proyectos mineros, porque están seguros de que no van a percibir beneficios económicos significativos (encaminados por vía fiscal hacia el Estado central) o porque temen que su modo de vida quede destruido a cambio de casi nada. Pasó recientemente en Perú, donde el presidente Alan García vetó una ley que daba más poder a los indígenas para frenar proyectos mineros en sus zonas y donde tuvo que hacer frente a una verdadera revuelta, y surgen esporádicamente en zonas de Chile, Brasil o Bolivia.

Muchos latinoamericanos miran con desconfianza a la minería, pero está claro que la mayoría de sus Gobiernos impulsan esa actividad a marchas forzadas, como una de las más rápidas fuentes de ingresos y de inversiones para la próxima década. Según datos de la Corporación chilena de Fomento a la Producción, solo hasta 2015 hay ya inversiones proyectadas en el sector minero latinoamericano por valor de 150.000 millones de dólares, de los que dos terceras partes se irán a Brasil y a Chile. Perú, que es el primer productor de plata, segundo de cobre y sexto de oro, tiene proyectos en marcha por valor de 35.000 millones de dólares. En Bolivia, una empresa japonesa intenta obtener litio (imprescindible para las baterías eléctricas) en el altiplano y algún diario local ya ha publicado que han aparecido grupos de rap que comienzan a cantar su protesta. En Argentina, el Gobierno ha luchado hasta el último minuto para evitar que el Parlamento aprobara una ley que reclamaban los ecologistas y que protege los glaciares contra una explotación minera. No lo ha logrado, pero, según la Secretaría Minera, durante los siete últimos años (bajo mandato de los Kirchner), las inversiones en el sector minero crecieron un 1.000% y el número de proyectos subió un 900%. La fiebre sigue en aumento.

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