Manolito Alexandre
La inhumanidad de los periódicos es algunas veces proverbial. Cuando cualquier famoso amenaza con morirse, se pide a los redactores que elaboren sentidas necrológicas para el día del óbito, incluso para la primera página si el muerto lo merece. Ocurrió, por ejemplo, con Katharine Hepburn, que a mediados del verano de sus 94 años fue hospitalizada, dando todos por supuesto que se encontraba en las últimas. Comentaristas de medio mundo se precipitaron a elogiar sus virtudes, pero la anciana les hizo una pirueta tardando dos años más en morirse de veras, tiempo suficiente para que uno de sus glosadores falleciera antes. Como los ordenadores de los periódicos son implacables, a la muerte de la dama apareció en los obituarios el artículo del periodista muerto, dejando con el culo al aire al periódico.
Uno se pregunta por qué no se publicó en su día dicho artículo si tantos merecimientos tenía la estrella, por qué hubo que esperar a su muerte para reconocerle méritos. Cuenta Geraldine Chaplin que su padre vio en televisión la noticia de su propia muerte, evidentemente falsa, y que mientras sus familiares querían apartarle del televisor, él estaba encantado. Charlot tuvo, por tanto, oportunidad para saber lo que de él se decía. A Manuel Alexandre, en cambio, en pocas ocasiones se le reconoció el buen hacer; solo en la ultimísima etapa de su vida le cayeron algunos premios. Somos rácanos en el elogio, aunque se nos hincha la boca al decir que si tal o cual actor hubiera nacido fuera de España tendría profesionalmente mayor reconocimiento.
Babelia
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