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LA CRÓNICA
Columna
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En el laberinto

Fui al CCCB a ver la exposición Por laberintos y acabé en el parque del Laberint de Horta, perdido entre setos, deseando encontrar la salida. Es lo que tiene el laberinto: no puedes resistirte a entrar en él, pero una vez dentro lo que te obsesiona es salir cuanto antes. Cierto, en el laberinto de Horta no te topas con el Minotauro, sino con una mucho más amable figura de Eros que preside la glorieta vegetal en el centro del recorrido. Aun así, la advertencia en verso que Joan Antoni Desvalls, marqués de Llupià, Poal y Alfarràs y promotor de este jardín maravilloso mandado construir a principios del siglo XIX, quiso que constara grabada en piedra a la entrada no es cierta: "Entra, saldrás sin rodeo/ El laberinto es sencillo/ No es menester el ovillo/ Que dio Ariadna a Teseo".

No puedes resistirte a entrar en él, pero una vez dentro lo que te obsesiona es salir cuanto antes

Justamente, la exposición del CCCB te enseña que en el mítico laberinto de Creta, padre fundacional del género, el hilo de Ariadna no hacía ninguna falta, pues los laberintos unicursales te llevan de la entrada al centro y de ahí a la salida sin posibilidad de desviación, de modo que Teseo no podía más que encontrar al Minotauro: que saliera del lío diseñado por Dédalo dependía, pues, de su habilidad por acabar con la bestia y no de acertar con el único camino de vuelta posible. De hecho, la exposición te enseña también que los laberintos multicursales como el de Horta, donde hay muchos recorridos ciegos, son un invento relativamente reciente, del siglo XV. Y te explica el por qué de este retraso: el Renacimiento puso al hombre en el centro del laberinto universal y ese hombre cognitivamente procede por ensayo y error, vuelve atrás cuando encuentra el camino cerrado y ensaya otro itinerario. Es lo que Umberto Eco, que prologa el catálogo, llama el laberinto manierista: una estructura de árbol, con muchas ramas muertas que no llevan a ninguna parte y una sola que conduce a la solución.

Los comisarios de esta muestra son dos sabios del laberinto. Ramon Espelt, autor de Laberints (Laertes), rastrea influencias del género en el arte, la arquitectura, la literatura, la música, la danza y el cine, con paradas obligatorias en autores como Friedrich Dürrenmatt, Martha Graham y, por supuesto, Jorge Luis Borges. Pero también aparecen compositores, como Guillaume de Machaut, autor de un rondó construido en retrogradación como un laberinto unicursal, o Bach, del que se sugiere que su obra Pequeño laberinto armónico estuvo influida por el laberinto del jardín de la corte de Anhalt-Köthen, a cuyo servicio estuvo el compositor antes de trasladarse a Leipzig.

El segundo comisario sabio en materia de dédalos es el arquitecto Óscar Tusquets, que a finales de la década de 1990 tuvo el insólito encargo de construir uno de ellos para una casa en Sant Vicenç de Montalt. Tusquets ha diseñado la muestra, naturalmente, como un laberinto en cuyo centro se halla el Minotauro. La fuerza simbólica de esta figura es extraordinaria, pues pasa al cristianismo encarnada en el demonio o bien en Dios, transformándose así el laberinto en metáfora de una vida tortuosa que conduce a la salvación o a la condenación, dependiendo del camino que se tome. Al final de la exposición hay instalada una cámara de los espejos, siguiendo el modelo de Leonardo da Vinci, en que uno se convierte en su propio Minotauro o en sus propios demonios entrando y saliendo de las celdas de la biblioteca borgiana. Inquietante.

Alcanzada la salida del laberinto de Horta, el paseante deja atrás las ninfas y los pastores neoclásicos y se adentra en el jardín romántico, al cabo del cual Desvalls hizo colocar un falso cementerio como otra de las atracciones de su parque maravilloso. La metáfora se cierra: al final del laberinto espera la muerte. El único argumento de la obra.

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El dédalo vegetal del parque del Laberint del barrio de Horta.
El dédalo vegetal del parque del Laberint del barrio de Horta.MARCEL·LÍ SÀENZ

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