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Columna
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Reunión de comunidad

Esto de las comunidades vecinales es un mal rollo, el que vive de alquiler no sabe el chollo que tiene. ¿Que qué puede pasar?: pues de todo. En mi finca los vecinos no daban demasiada guerra. Parece que se dedicaban a actividades poco claras relacionadas con el trapicheo, que usaban como trastero los espacios comunes -lo llamaban "pa mí", vulgo PA'I- y que llevaban al administrador por la calle de la amargura con el curioso argumento de que no les quería. En fin, nada del otro mundo. Pero ahora les van mal las cosas y han dejado de pagar a sus proveedores. Por no cobrar no cobra ni el sastre, conque imagínate si cobrarán los demás. Las reuniones de propietarios han llegado a ser tan desagradables que mi mujer y yo echamos a suertes a quién le toca ir: sospecho que ha trucado los dados porque siempre me cae el marrón. El otro día, en la reunión de comunidad, el presidente y un vecino se echaron los trastos a la cabeza acusándose mutuamente de robar la luz de la escalera. Cuando el segundo quiso sacarle los colores al primero porque adeudamos varios recibos, este le contestó con toda frescura que la comunidad no tenía ninguna deuda, sino un desajuste estructural. Furioso, el vecino tiró una piedra y si no llegan a intervenir los demás no sé qué habría pasado. Y eso que al presidente no le acompañaban los amigotes de siempre, el de las gafas oscuras y el poeta chino, chulos donde los haya.

La verdad es que nuestra comunidad es un verdadero desastre. Los niños, que antes tenían un local precioso para jugar, ahora, desde que lo convirtieron en un chamizo, se pasan el tiempo vagando por la calle. Los jubilados, que solían descansar en un sofá que había en el zaguán, ya no pueden hacerlo porque el presidente se lo vendió al trapero con el argumento de que estaba privatizando los servicios. En cuanto a los locales de la planta baja en los que había una tienda de chuches y un bar, cerraron hace tiempo y los gastos comunes se han disparado. Todo va de mal en peor y ahora que por fin han prolongado la línea del autobús poniéndonos una parada enfrente de casa, resulta que el ayuntamiento nos cobra más que a la finca de al lado porque al presidente se le olvidó hacer no sé qué papeles. Somos el hazmerreír del barrio: nos llaman la finca rota y nuestros pisos han llegado a ser invendibles. Me pregunto a dónde vamos a llegar con esta calamidad de hombre. Lo peor es que no parece haber alternativa porque visto cómo tienen la casa los vecinos que se le oponen tampoco es como para fiarse mucho. Si lo llego a saber, me compro la vivienda en otro lado o, mejor, me voy de alquiler: ¡con la envidia que me da el inquilino noruego del 5º que aún confunde al presidente de la comunidad con un cura de paisano y al vecino respondón con un tratante de ganado!

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