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Crítica:58º Festival de San Sebastián
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mientras puedas, habla memoria

Carlos Boyero

En el prólogo a sus impagables memorias Mi último suspiro contaba Buñuel que la razón para haberlas escrito nació al constatar con dolor el absoluto deterioro mental de su madre, la imposibilidad de esta para reconocer a sus seres más cercanos ni a ella misma. Consecuentemente, se apresuró a dejar notaría escrita de las cosas, las personas, las sensaciones y los sentimientos que le habían acompañado en su existencia, ante el temor de que la enfermedad y la senilidad borraran sus recuerdos.

Pasqual Maragall, ese político imprevisible que ha dignificado una profesión en la que frecuentemente todo responde a lo previsible, la mediocridad, el discurso hueco y la impostura, también posee el magnetismo de una estrella de cine. Es un señor con estilo, una personalidad poderosa, alguien cuya incuestionable inteligencia y brillantez va acompañada de humanidad, voz seductora, humor, naturalidad, ironía, un rostro y una gestualidad de los que es imposible desentenderte. Este señor, cuya carrera profesional fue notable y que también había sido bendecido con una vida familiar muy rica, percibió hace un tiempo los síntomas de que algo temible le estaba ocurriendo a su cerebro. Ese depredador se llama alzhéimer. No se le conoce cura. Siempre irá a peor.

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Maragall, un personaje público con la resonancia que ello implica, no solo no ocultó al monstruo que había comenzado a cebarse con sus neuronas, sino que negándose a la autocompasión, con generosidad, con valentía, intentando ayudar a la gente anónima y de cualquier parte que lo padece, se prestó, en compañía de su familia y de sus allegados, a que una cámara y unos micrófonos retrataran cotidianamente la evolución de esa enfermedad, sus treguas, sus misterios y su crueldad. El resultado es el admirable documental Bicicleta, cuchara, manzana, un acto de afirmación en la vida cuando amenazan las tinieblas, un diario a veces luminoso y a veces sombrío, desdramatizado, nada enfático, cercano, épico, científico, emotivo, de la capacidad de resistencia ante un enemigo imbatible, de la negativa a aceptar la desolación, de las brechas anímicas que va provocando en las personas que aman al enfermo y han aceptado la responsabilidad de cuidarlo e intentar comprenderle. El director Carles Bosch, que ha recogido a lo largo de los dos últimos años la existencia de Maragall, logra extraer lo esencial en un montaje laborioso. Ofrece los testimonios de su mujer (que bien explica la complejidad Diana Garrigosa), sus hijos, su hermano, las personas de su equipo, la médica que controla el estado de su cuerpo y de su mente, seres cuya amorosa implicación en ocasiones les resulta muy dura. Nos muestra los momentos de pesadumbre, desconcierto y miedo que sufre ese enfermo tan lúcido, su eterno embeleso ante ese alimento del alma llamado música, la ternura que le provoca el nacimiento de una nieta, la evocación de las sensaciones de antaño visitando lugares donde conoció la plenitud, la desbordante alegría celebrando el triunfo de Obama. También los investigadores del alzhéimer nos ofrecen todo lo que han logrado saber sobre el monstruo y la inaplazable necesidad de recursos para llegar a vencerle algún día, el paralelismo en la sintomatología, los efectos y la medicación de los pacientes de cualquier lugar del mundo.

Es encomiable el tono didáctico, las explicaciones médicas, la labor de la Fundación Maragall, pero lo que más deseas es que aparezca el propio Maragall, alguien con los suficientes atributos para que su presencia y sus circunstancias constituyan por sí mismas una fascinante película. También emotiva, desgarradora, tragicómica. Es difícil que no impacte emocionalmente a cualquier espectador medianamente sensible. Y si el alzhéimer se ha ensañado con alguien amado, es probable que el escalofrío vaya acompañado de lagrimas. El documental Bicicleta, cuchara, manzana, al igual que el extraordinario Las alas de la vida, emocionante retrato de la enfermedad degenerativa de aquel ser maravilloso llamado Carlos Cristos, aquel enfermo terminal empeñado en seguir bailando mientras que suene la música, regalan idénticas sensaciones éticas, estéticas y terapeúticas que el mejor cine.

Peter Mullan, actor en varias películas de Ken Loach, vuelve a demostrar en Neds, como antes lo hizo en la demoledora Las hermanas de la Magdalena, que aprendió algunas de las virtudes (también tiene irritantes defectos) que caracterizan al cine de Loach. Hay realismo, poder de observación, credibilidad, un oído especial para reproducir el sonido y el lenguaje de la calle, en la trágica historia de un crío empeñado en ser normal en medio de una familia temible y de un ambiente regido por la violencia y que será vencido por esa presión asumiendo un camino autodestructivo, sin posibilidad de redención. Mullan cuenta bien esta compulsiva y desoladora historia. Los personajes y las situaciones desprenden veracidad. Lo único cargante, histriónico y falso es paradójicamente la interpretación del propio Mullen encarnando al alcohólico padre de ese desdichado chaval al que la vida no le permitió ser el guardián entre el centeno.

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