El retorno
Este otoño se celebran las novenas elecciones al Parlamento de Cataluña y todo indica que, salvo sorpresa de última hora, Convergència i Unió volverá al poder. Es natural: desde que fueron desalojados de la Generalitat en 2003 por una coalición liderada por Pasqual Maragall, mucha gente de todas partes y de todos los colores políticos añoraba el retorno de los nacionalistas, y ahora que parece que va a producirse, mucha gente respira aliviada. Esto, para qué engañarnos, también es natural: es el retorno de los de siempre, de los de toda la vida; el retorno del grupo catalán, que es como se ha llamado siempre en el Congreso a los nacionalistas catalanes, igual que si los demás catalanes del Congreso no fueran del todo catalanes.
"CiU no tiene dos corazones; tiene uno solo: el corazón del poder. Se trata de recuperarlo"
Por lo menos lo de que son los de siempre es verdad: tras ganar en 1980 las primeras elecciones de la democracia, Jordi Pujol y CiU continuaron ganando una elección tras otra hasta permanecer 23 años seguidos en el poder. Lo cual no podía ser bueno, me parece a mí, del mismo modo que no puede ser bueno que el PNV haya permanecido 25 años en el poder en el País Vasco o que el PP lleve 23 años apenas interrumpidos en el poder en Galicia o que el PSOE lleve 32 años en el poder en Andalucía; no es una cuestión de simpatías políticas, de acuerdos o desacuerdos ideológicos: es una cuestión previa, de pura higiene democrática, porque no hace falta ser John Rawls para entender que tantos años de un mismo partido en el poder acaban embruteciendo los mecanismos de la democracia, intoxicándolos de corrupción y de clientelismo, hasta volverlos irreconocibles, si no inoperantes. Así que, como la situación nos parecía insalubre, en 2003 algunos arrimamos el hombro para desarraigar del gobierno a CiU y contribuir así a un zafarrancho general. Por supuesto, hicimos el ridículo; no teman: no se repetirá. Aunque, para ser sincero, yo sigo pensando que la idea no era mala, y la verdad es que al principio pareció salir bien: al menos cambió el Gobierno; pero luego todo se estropeó: la falta de sentido de la realidad, la irresponsabilidad, la frivolidad, el narcisismo y la historia eterna, desdichada y tal vez superflua del Estatut lo estropearon todo. Entre tanto, algunos imaginaron que, lejos de la tierra nutricia del poder, CiU se marchitaría como a principios de los ochenta se marchitó UCD, o que sus dos corazones la escindirían, neutralizándola: Convergència y su corazón independentista se juntarían con los independentistas de ERC, y Unió y su corazón conservador se juntarían con los conservadores del PP; nada de eso ha ocurrido: UCD fue una martingala imprescindible para una época extrema, acabada la cual desapareció, pero CiU ha demostrado tener raíces profundas, un aguante considerable y una devastadora vocación de poder. La prueba es que aquí está otra vez, para general tranquilidad.
Aquí está ella otra vez, y aquí es donde estamos todos; lo que no sabemos es adónde vamos, o adónde nos quieren llevar. Porque, por lo que parece, el eje del discurso de CiU es el llamado soberanismo o "derecho a decidir"; apuesto a que ni el mismísimo Rawls sabe lo que significa tal cosa, a menos que se trate de un simple eufemismo acuñado para no asustar a los no independentistas con la palabra independentismo y para sobornar a los independentistas con el ideal de la independencia. De hecho, a juzgar por las declaraciones de los dirigentes de CiU, debe de ser eso: Joana Ortega, número dos de CiU en las próximas elecciones, afirma con énfasis que ni ella ni CiU son independentistas; en cambio, Felip Puig, número tres de CiU en las próximas elecciones y secretario general adjunto de Convergència, afirma con el mismo énfasis que él y CiU son independentistas. Es imposible una contradicción más flagrante, pero ¿qué más da? Al fin y al cabo, sus principales adversarios, los socialistas, tampoco han sido demasiado claros en este terreno y, por miedo a ser tachados de españolistas, nunca han dicho con claridad lo que nos hubiera gustado oírles decir a algunos catalanes que sólo sospechamos que somos más españoles que catalanes porque nos repugna todavía más el nacionalismo español que el catalán: que, igual que hay quien piensa que los catalanes viviremos mejor en una Cataluña independiente, los socialistas piensan que los catalanes viviremos mejor en una Cataluña unida a España. Pero insisto: ¿qué más dan las contradicciones? Más aún: ¿qué más da la independencia o el soberanismo o el derecho a decidir o el sursuncorda? CiU no tiene dos corazones; tiene uno solo: el corazón del poder. De lo que se trata es de recuperarlo, de recuperar el poder y de echar raíces en él para siempre; todo lo demás son minucias. Esta vez saldrá bien: a la segunda va la vencida. Así que, como dijo el capitán Muñecas desde la tribuna de oradores del Congreso en una célebre ocasión, estén ustedes todos tranquilos. Todos excepto los catalanes, claro está. A los catalanes, que nos zurzan.
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