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Columna
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Crisis en el BNG

Es de presumir que lo que querría la gente de Máis Galiza, la corriente del BNG liderada -supongo- por Carlos Aymerich sería hacer de ese frente, partido, o como quiera que se le llame a la cosa, una entidad al modo de CiU. Todo el mundo sabe que en el Bloque quien corta el bacalao es la UPG, que ha disfrutado tradicionalmente del derecho a decidir las listas, apoyándose en su innegable capacidad de control interno. Una vez examinado ese hecho con detenimiento, la conclusión a la que parecen haber llegado aquellos que no forman parte de ese partido es que habría que crear otro partido para discutir con el primer partido la cosa de las listas en condiciones de mayor igualdad entre ambos partidos. No sé si me entienden...

Los dirigentes del Bloque han culpado siempre a la sociedad por no actuar como ellos querían

El hallazgo ha conmovido los cimientos del nacionalismo gallego, dado que ni a Beiras, ni a Camilo Nogueira, ni a Anxo Quintana, ni a los componentes de esa miríada de siglas que integran el tejido interno del BNG y que son más difíciles de descifrar para un lego que los caracteres del sánscrito o del chino mandarín, se les había pasado nunca por la imaginación tal cosa. El fenómeno ha sorprendido tanto que solo la aparición del Apóstol Santiago en estado de levitación estática en el centro de la Praza do Obradoiro llamaría más la atención. En fin, que el nacionalismo gallego está al borde del colapso, de una infección generalizada, y a las grandes mentes y principales estrategas de la cosa no se les ha ocurrido sino correr en pos de una tirita. Esperemos que los médicos del Sergas interpreten los síntomas con más acierto porque si no la industria de féretros de Ribadavia incrementará su volumen de negocio de una manera inconveniente.

Porque la crisis del BNG, aunque soterrada, es muy fuerte, y puede dar lugar a cualquier cosa, desde una escisión, a la explosión pasando -lo que parece más probable- por una gran desafección de sus bases, que están, desde hace ya mucho tiempo, hartas de los juegos de salón de sus dirigentes y de su notoria incapacidad para ejercer ya no la dirección moral del país, sino, al menos, esa masa crítica de influencia sin la cual una organización se convierte en irrelevante a efectos de sus objetivos. No creo que sea arriesgado afirmar que desde el año 82 en que fue fundado, nunca el BNG se encontró ante una situación más crítica. Cualquiera que abra las orejas se encontrará con expresiones de descontento generalizado y con la convicción de que el verso de Novoneira "a forza do noso amor non pode ser inútil" bien podría ser retrucado en el modo en que lo hizo Rafael Martínez Castro, urbano profesor de Metafísica, hace años: "tanta inutilidade non pode ser amor".

Antes el principal método de la política era empírico: había que mojar el dedo y ver por dónde iba el viento. Hoy, por fortuna, contamos con politólogos especializados que pueden orientarnos con mayor enjundia. En su libro acerca del BNG, Un longo e tortuoso camiño (Galaxia), Xosé Ramón Quintana incluye algunos cuadros que muestran cómo el sentimiento nacional en Galicia ha disminuido en las últimas décadas. En ese dato coinciden otros especialistas, lo que da muestra del fracaso de fondo de la actual generación de dirigentes. La desaparición de Vieiros y de la edición en papel de A Nosa Terra muestra la impotencia a la hora de sostener medios de comunicación viables, sin los cuales no hay nación posible. El desapego del mundo intelectual se palpa con la mano, fatigado del sectarismo, la enfermedad infantil del último nacionalismo gallego.

Lo peor es que todo apunta a una "valencianización" de Galicia. A un dominio de un conservadurismo de nuevo cuño, hortera hasta la médula. Si la sangre corre todavía por sus venas, el nacionalismo gallego, como fuerza modernizadora que es, tendría que replantearse los fundamentos sobre los que fue construido durante la Transición. Pero lo más probable es que se repliegue sobre sí mismo, como un caracol, reafirmándose en su subcultura política, ese líquido amniótico que lo aisla tan satisfactoriamente del exterior, percibido siempre como molesto y desagradable. Sus dirigentes le han echado siempre la culpa a la sociedad, a la que sermonean con acritud por no comportarse como ellos querrían. Es un infantilismo que no se sostiene, y que sólo busca absolverse a sí mismos de lo enjuto de sus resultados. Es posible que el futuro no sea muy generoso con ellos.

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Por supuesto, el cálculo de esos dirigentes es muy sencillo: esperemos a que pasen los malos días y la curva del desgaste de nuestros competidores aumentará nuestras perspectivas electorales. Es un cálculo acertado, que solo tiene un inconveniente: que mientras el corcho sigue flotando la nave se hunde. O para decirlo sin metáforas: que mientras el BNG puede ganar unas concejalías y unos cuantos diputados aquí y allá, todo aquello por lo que dice luchar puede irse al garete, desde el idioma hasta la conciencia de ser un pueblo diferente.

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