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Reportaje:

30 años sin tanques en las calles turcas

Turquía ha evolucionado desde el golpe de 1980, pero aún quedan sombras

A las 4.30 de la mañana del 12 de septiembre de 1980, la radio turca anunció la toma del poder por el Ejército y la disolución del Gobierno y del Parlamento. Era el inicio del golpe de Estado más sangriento de la historia del país: con 150.000 detenciones, la clausura de partidos, sindicatos y periódicos, así como cientos de asesinatos y desapariciones aún no aclarados.

En 1982 fue aprobada una Constitución impulsada por los generales golpistas. Mañana, cuando se cumplen 30 años del golpe, Turquía decidirá si quiere cambiarla. El referéndum sobre la reforma constitucional es para muchos observadores el fruto de la política que el actual primer ministro, el islamista moderado Recep Tayyip Erdogan, ha llevado a cabo desde 2002 para restar poder al Ejército, guardián del carácter laico y unitario del Estado.

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La UE califica de "democratizador" el paso que supone la consulta a los ciudadanos, pero muchos turcos aún siguen viéndola como una amenaza al Estado fundado por Mustafá Kemal, Atatürk, tras la I Guerra Mundial. Como ilustra Sehnaz Cagli, estudiante de ingeniería en EE UU y procedente de la alta burguesía de Estambul: "En ocho años el partido de Erdogan nos ha cambiado el país. No sé como hemos permitido que esto ocurra".

Durante décadas, la élite kemalista y laica ha dominado la escena política, los negocios y el Ejército. El actual primer ministro, criado en un barrio popular de Estambul, revolucionó en 2002 la esfera política. Y es que la propia esencia turca se ha transformado desde la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Según Ceran Keran, miembro de la Asociación afín al AKP Jóvenes Civiles, "la política aperturista del Gobierno de Erdogan ha hecho que en menos de una década la multiculturalidad de esta nación sea algo innegable". Como ejemplo, apunta la posibilidad de enseñar kurdo en escuelas privadas o la existencia de un canal de televisión en esa lengua.

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Turquía también se ha reinventado en el plano internacional. La política de "cero problemas" con los vecinos, instaurada por el actual Ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, ha conseguido poner en valor la posición geoestratégica del país, puente entre Occidente y el mundo islámico, además de punto de confluencia en la ruta de los hidrocarburos hacia Europa.

Las inversiones exteriores se han traducido en un crecimiento económico anual del 7% en la ultima década. La bonanza se palpa en las calles de Estambul, donde cada día se construyen nuevos edificios. Y en sus comercios de lujo donde turistas saudíes compran bolsos cuyo precio sobrepasa el salario medio de la mayoría de los turcos. En el otro extremo del país, sin embargo, la tasa de paro puede alcanzar hasta el 70%. Y las cifras maquillan otra realidad: la existencia de casi un millón de niños trabajando. Se les puede ver en las grandes ciudades vendiendo mazorcas de maíz. "Son demasiados para los estándares europeos" dictaminó recientemente un informe de la UE.

No solo la situación de la infancia es precaria. También las mujeres sufren constantes abusos. Los crímenes de honor y los matrimonios forzados son prácticas aún presentes en la sociedad turca. Y solo uno de cada cinco turcas en edad de trabajar tiene un empleo.

Para Cris Morrison, corresponsal de la BBC durante 10 años en el país, "Europa, aunque no gusta a todos, ha sido el pegamento que ha mantenido a los turcos unidos en este proceso de cambio". El éxito de las reformas tendrán que ser juzgadas en el futuro. A los turcos les toca mañana decidir en qué sentido se mueve Turquía.

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