Inercias políticas
El momento político es muy difícil para los gobiernos socialistas. Una dificultad que no surge por el buen hacer del Partido Popular. La dificultad surge por la incertidumbre económica provocada por la crisis internacional y nacional. La forma de vida que se ha desarrollado durante una etapa de crecimiento económico ha sido sustituida por otra en la que las cuentas no salen a todos. El desempleo no para de crecer y la inquietud de los ciudadanos aumenta exponencialmente con ella. El PP lo sabe y lo aprovecha, intentando hacer ver que la responsabilidad es exclusiva de los gobiernos socialistas. Se limita a desgastarlos y se ofrece como alternativa. Ataca la forma de gobernar pero no enseña su patita. No se pronuncia sobre la reforma de las pensiones ni sobre la reforma laboral. No se compromete.
Esta estrategia es la misma que le llevó al fracaso en las pasadas elecciones. Pensaba que, tras el 11-M, la presión mediática de sus medios le iba a hacer el trabajo. Olvidó entonces, y está olvidando ahora, que al ciudadano cada vez es más difícil de manipular. Tal vez, aunque no lo quiera ver, esta falta de respeto al ciudadano y a su capacidad de decidir libremente es la que hace que se siga desconfiando del liderazgo de Rajoy. Los suyos confían más en la derrota de Rodríguez Zapatero que en su victoria. Su indolencia y su falta de autoridad han calado. Basta recordar su postura con motivo de los enfrentamientos entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, cuando la primera vetó al segundo para ir en las listas generales; entonces ya mostró su debilidad. También en sus ausencias en la comunidad valenciana, permitiendo de facto que los imputados y acusados, Camps y Fabra, respectivamente, sigan siendo sus candidatos.
En y con este panorama de oposición del que no se escapa más que Javier Arenas, que sí está demostrando una cierta iniciativa política, el PSOE haría mal en acobardarse por los datos económicos actuales o en confiar exclusivamente en que bastaría que los indicadores económicos cambiaran para que las encuestas dieran un giro en sus pronósticos.
Y harían mal porque ni la forma catastrofista de hacer oposición del PP ni dejar a la esperanza de mejores tiempos económicos es lo que esperan los ciudadanos de sus gobiernos y menos de quienes aspiran a gobernar. Los ciudadanos quieren saber de verdad que la preocupación y ocupación de quienes les gobiernan es la crisis y su bienestar. Quieren saber cómo se está gestionado y cómo se gestionaría por el Partido Popular. Cuáles son las políticas sociales que se han acometido, cómo se han visto afectadas, cuándo se va poder volver a ellas y de qué forma. También qué políticas sociales va a acometer el PP, si gobierna en España o en Andalucía. Es lo que le preocupa al ciudadano: que el gobierno o quienes puedan o aspiren a gobernar se comunique con ellos. A pesar de todo, a pesar de esta forma trilera de hacer política, es verdad que en muchos votantes del PSOE y muchas personas de centro, cunde el desánimo y calla el sentido de su voto ante la avalancha mediática y descalificaciones constantes. Es mucho el catastrofismo que se atribuye en este juego a los gobiernos del PSOE y más de uno calla. Andalucía es otro ejemplo. Nunca ha querido un gobierno de Javier Arenas, incluso muchos votantes del PP no le quieren como candidato por su frivolidad política y su apego a Madrid, pero lo cierto es que su partido avanza en las encuestas e incrementa su distancia respecto al PSOE.
Los socialistas bien harían en pasar a la acción y comunicar con los ciudadanos, si quieren que la distancia no aumente. Tal vez podrían empezar por que sus candidatos a las alcaldías y sus programas se dieran a conocer de verdad, sin caer en la trampa de estar justificándose frente al PP andaluz.
Después de todo -menos mal-, quienes votan son los ciudadanos. Unos ciudadanos que, en su mayoría, quieren despegarse del catastrofismo que anuncia el PP y tener esperanza en una política social y económica acorde con un Estado social y moderno, y no basada en la nostalgia del poder y del autoritarismo.
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