La 'muerte' del nazi más buscado
EL PAÍS revela la declaración judicial en la que el hijo del Carnicero de Mauthausen confiesa los 30 años de vida oculta de su padre en Egipto
Julio de 1992. Rüdiger Heim, de 37 años, descolgó el auricular de una cabina pública en Palamós (Girona) y llamó al número secreto que le unía como un misterioso cordón umbilical con Aribert, su padre, el nazi más buscado de Alemania, el médico que asesinó a decenas de presos en Mauthausen (Austria). "Me pidió que fuera a visitarle. En las últimas conversaciones noté que no se encontraba bien. Viajé a Baden Baden, tomé el avión para El Cairo y llegué por la tarde. Fui al hotel donde vivía y lo encontré sentado en una silla de bambú. Me dijo que tenía que decidir si se quedaba en la cama o en una silla de ruedas. Permaneció en la cama donde estuvo los últimos 20 días hasta morir".
"Me contó su vida. Jugamos al tenis en un club elegante y comimos"
"Cuando murió, tuve miedo de que todo saliera a la luz y cambié mi nombre"
"El tema de mi padre era tabú en mi familia. Yo quise ir a verle"
"Era ginecólogo. No aceptaba la acusación de haber matado niños"
Rüdiger Heim tiene hoy 54 años y es uno de los hombres más vigilados de Alemania. El pasado 13 de julio declaró por primera vez y en el mayor de los sigilos ante tres jueces y un fiscal del tribunal de Baden Baden (Alemania) y confesó como visitó cuatro veces a su padre en su refugio de El Cairo. El juez Neerforth le leyó sus derechos y este hombre alto, de ojos azules, anchas espaldas y cabello algo canoso desveló su secreto durante tres horas. Su decisión de declarar se ha guardado con celo.
EL PAÍS ha tenido acceso a su declaración judicial, que describe las andanzas del médico de las SS que sembró el terror en los siniestros quirófanos de la Revier, la enfermería de Mauthausen en la que intervino a 26 españoles y donde varios doctores de las SS asesinaron a cientos de personas con inyecciones en el corazón de cloruro de magnesio. Rüdiger facilitó, también, al juez Neerforth y al fiscal Klose una decena de cartas manuscritas por su padre desde su escondite egipcio, pero rechazó que le tomaran una muestra de saliva para comprobar su ADN.
El cuerpo de Heim continúa sin aparecer. ¿Cómo vivió uno de los hombres más buscados del mundo? ¿Ha muerto el médico que utilizaba cráneos de sus víctimas como pisapapeles? Esta es la versión judicial de su hijo: "Allí comenzó la última fase de su sufrimiento sin asistencia médica. Solo vinieron una vez a inyectarle un analgésico. Cada día un empleado del hotel traía leche fresca. Le dimos unas aspirinas que no le hacían nada. Me pidió que su cuerpo no terminara en la tumba de los Doma [dueños del hotel Kasr el Madina donde vivía]. Me rogó que su cadáver fuera donado a la ciencia. Quería evitar que se abriera la tumba de esa familia para hacer una prueba forense. Él era conocido allí como un europeo que por motivos de salud vivía en Egipto. De su pasado nadie sabía nada. Si abrían la tumba habría sido un golpe para esa familia. Se habrían visto implicados", relata Rüdiger en su declaración judicial.
La agonía del viejo Heim, tenía entonces 78 años, se aceleró en su habitación del hotel Kasr el Madina, en el número 414 de la calle Port Said, en el piso más alto del edificio y junto a la habitación del propietario del motel, según el relato de su hijo. "En los últimos días la comunicación con él se cortó. Al final de julio o principios de agosto hacía un calor tremendo en la habitación y compró un gran ventilador. Aquel aparato le produjo un resfriado y se quedó sin voz. Nos comunicábamos con un papel. Siempre me escribía: 'No te olvides de donar mi cuerpo'. Intentó escribir su última voluntad para que su cuerpo fuera aceptado en un hospital. La situación empeoró. La noche del 9 de agosto, me di cuenta de que los dolores eran incontrolables. Tenía que ayudarle a orinar... La situación fue muy estresante para mí. Murió de una disfunción renal".
Rüdiger, el único de los dos hijos de Heim que le visitó y asistió durante su fuga, relató a los jueces cómo fue la noche en la que supuestamente murió su padre en el hotel de los Doma, donde durante años se había paseado con su cámara de fotos y jugado al tenis con los niños en la terraza. Las pelotas caían a los tenderetes de la calle y muchos recuerdan a aquel tipo alto y atlético que bajaba a recogerlas.
Fue una noche larga a juzgar por su relato. "Me pidió que disolviera un medicamento contra las piedras renales y que se lo diera. Eché en un vaso una dosis normal y se enfadó. Cogió el envase y lo derramó todo. A las 10 de la noche se durmió, pero todavía estaba con vida. Me tumbé en el suelo sobre una esterilla. Estaba cansado, exhausto, nervioso. Dormí unas dos horas. Cuando me desperté temprano la mañana del 10 de agosto mi padre seguía vivo, pero no reaccionaba. No se despertó más. Permanecí al lado de su cama. Su respiración se apagó y murió".
Rüdiger asegura que aquella noche el señor Doma, dueño del hotel, estaba de viaje en Alejandría. "Bajé a la recepción y le dije al portero que Tarek Husein Farid (nombre de Heim desde que se convirtió al islam) había muerto. Me acompañó a la habitación y se asustó un poco. Yo le había puesto una venda en la cabeza para que su boca quedara cerrada. Llamé por teléfono a Doma que volvió de Alejandría. Permanecí junto al cuerpo de mi padre... Vino un oficial municipal para dar fe de la muerte y documentó que Tarek Husein había fallecido. Me llamaron de la recepción donde estaba el oficial porque yo era el hijo. Tuve miedo de que todo saliera a la luz y me inventé una trampa. Me presenté con mi carné de conducir danés [había vivido y trabajado en un restaurante de Copenhague]. El oficial no hablaba inglés y dije que mi nombre era Rolf y el apellido Rüdiger...".
El viejo Heim se había convertido al islam en la mezquita Al Azhar de la Universidad de El Cairo. Recibió el nombre de Tarek Husein Farid y esa era la identidad que aparecía en su documentación y tarjeta de residencia. El oficial certificó que su hijo podía hacerse cargo del cuerpo. "Con este documento fui a ver a Doma para cumplir la última voluntad de mi padre. Su cuerpo fue lavado por dos hombres para cumplir las leyes islámicas y lo pusieron sobre una sábana blanca de lino. Condujimos por las calles de El Cairo durante horas porque en el primer y segundo hospital no aceptaron el cadáver. Por la tarde fuimos al hospital Shames el Aimi que es parte de la Universidad. Los doctores de urgencias se hicieron cargo del cuerpo y redactaron un documento donde se decía que lo había entregado su hijo Rolf Rüdiger. Expliqué a aquellos doctores jóvenes que era la última voluntad de mi padre. Le tumbaron en una cámara frigorífica en una morgue que parecía una sala de anatomía. Fue la última vez que vi a mi padre. Su última voluntad se había cumplido".
El testigo asegura que permaneció uno o dos días en El Cairo ordenando la habitación de su padre. Había libros, documentos, fotografías y correspondencia con el nombre de Ferdinand, el segundo nombre del médico de las SS que había empleado durante sus primeros años en Egipto. "Tiré las cosas que me parecían sin importancia y pedí a Doma que dejara la habitación como estaba. Le dejé dinero y los documentos que me parecían importantes los puse en una maleta de plástico dura... Insistí en que dejaran la habitación como estaba. Me hacía ilusión vivir en la habitación de mi padre cuando regresara a Egipto. El 13 de agosto volví a Alemania y llevé conmigo como único documento de mi padre su análisis sobre la declaración de los testigos [varios presos de Mauthausen que declararon contra él] porque era importante. No recuerdo haber portado más documentos".
Rüdiger asegura que comunicó la muerte de su progenitor a su tía. La hermana del nazi y la madre de ambos le habían visitado en Tánger, después de su fuga en 1962 cuando se dictó su búsqueda, y también en Egipto donde le fotografió en bañador en una playa de Alejandría. Durante años su hermana se carteó con él y le envió dinero desde Alemania.
El Carnicero de Mauthausen, hijo de un policía austriaco, conoció a su mujer alemana en 1948 y un año después se casaron. Los dos eran médicos. En 1955, 10 años después de terminar la II Guerra Mundial, se instalaron en Baden Baden, el tranquilo balneario donde las principales fortunas de Europa tomaban las aguas, jugaban a la ruleta y apostaban en las carreras de caballos. El matrimonio se acomodó en la casa de los padres de ella, un palacete rodeado de bosques en el centro del pueblo. En 1961 un policía se presentó en su casa para identificarlo: "Sí, soy Aribert Heim y trabajé en Mauthausen", respondió el ginecólogo. Tras contactar con un abogado huyó en septiembre de 1962. Cinco años después, en l967, la pareja se divorció. La ex esposa del nazi inició otra relación que perdura. Ella y su hijo Rüdiger, dedicado hoy a rehabilitar edificios en Berlín, viven en la mansión de Baden Baden.
Rüdiger tenía seis años cuando su padre se fugó. Su hermano, 12. Los dos recuerdan las miradas torcidas de sus compañeros de colegio. Su padre intentó convencer a su esposa de que se fueran, pero esta se negó. El apellido Heim pesaba demasiado en un pueblo donde todavía hoy se escucha el vuelo de una mosca. Empezaban los juicios de Auschwitz.
Rüdiger ha descrito a los jueces cuando nació su inquietud por contactar con su padre. "Este tema era tabú en la familia. En 1975, cuando terminé el bachillerato quise verle... Hablé con mi tía y le dije que quería visitarle. Yo no conocía las acusaciones concretas. Sabía que se trataba de historias referentes a eutanasia, pero sin detalles. Fui a Florencia a estudiar medicina y durante el verano viajé a El Cairo. El contacto fue posible gracias a un correo postal que tenía en la compa2ñía Camvaro. Le anuncié mi visita y nos citamos en el Hilton. Mi último recuerdo era de cuando tenía seis años... El primer día no apareció, pero sí el segundo. Le reconocí. Estaba sentado en un café dentro del complejo hotelero. Me hizo una señal para que me sentara con él. Estuve tres semanas en El Cairo. Empezó a hablarme sobre mi aspecto porque vestía como un hippy. Ese día dejé mi hotel y me llevó al Mena House Hotel, cerca de las pirámides de Gizeh. En esa época vivía con la identidad de Ferdinand Heim... Al día siguiente me fui al hotel Scarabee, en la calle 26 de Julio... En ese hotel me alojé cada vez que iba a Egipto. Mi padre se encargó de negociar el precio".
"Empezó a contarme su vida allí. Fuimos a la Universidad de El Cairo y me presentó como su hijo. Se presentaba como suizo y hacía fotografías. Algunas las publicaron periódicos egipcios de habla francesa. Firmaba como Ferdinand. Jugamos a tenis en un club elegante en una isla de El Nilo y comimos juntos... Me presentó a dos personas: el señor Rifat, en El Cairo, que tenía unos 55 años, un amigo de negocios que trabajaba en temas inmobiliarios. Sus dos hijas tenían la misma edad que yo. Después fuimos a Alejandría donde había vivido los primeros años, desde 1963 a 1967. Allí conoció al señor Naghy, empleado turístico, al que mi padre utilizó para comprar en Alejandría un terreno en la playa Agami y un pequeño apartamento. Los extranjeros no podían comprar a su nombre. Vivía en pequeños hoteles, baratos pero limpios. Hablamos de la idea de que yo estudiara medicina en El Cairo... Mi padre me dijo que no había hecho las cosas de las que le acusaban".
Al regresar a Alemania Rüdiger destruyó su pasaporte con los visados egipcios y pidió uno nuevo en el Consulado de Génova. Estudiaba en Pisa. Dejó los estudios y se trasladó a Copenhague en 1979 donde montó un restaurante de éxito. Seguía en contacto por carta con su padre. En 1984 dejó Dinamarca, traspasó el negocio y regresó a El Cairo un año después. "Estuve dos meses. Ferdinand Heim ya era Tarek Husein Farid desde 1979 o 1980. Había vivido frente a la Oficina Postal Central, pero al cambiar su nombre se trasladó al Kars el Madina [el hotel de los Doma], a unos 10 minutos de distancia. El nombre de Heim no tenía que aparecer en su nueva vida. Hablamos sobre las acusaciones. Leí un análisis que había preparado sobre los testimonios que había contra él. Viajé a Hurgada, en el mar Rojo, para ver si había posibilidades de invertir en inmuebles. Volví vía Zurich con el análisis que escribió sobre sus acusaciones y se lo mostré a un abogado... Me dijo que mi padre no tenía ninguna posibilidad de evitar una condena. Él quería volver porque no aceptaba la acusación de haber asesinado niños, era inaceptable como ginecólogo. Después comprendió que no podría convencer al jurado". A su regreso, Rüdiger denunció otra vez la pérdida de su pasaporte.
En febrero de 1990 volvió a El Cairo y estuvo seis meses. Naghy le informó de que su padre estaba enfermo. "Fui con él al Misr International Hospital. Mi padre estaba en una cama, le habían detectado un carcinoma de recto, no operable. Le hicieron una colostomía con salida al lado izquierdo. Leía libros médicos, quería saber si su enfermedad era una sentencia de muerte". Le atendieron el doctor Baarsoum, radioterapeuta, e Ibrahim, que fue su médico de cabecera desde los ochenta. "Estuve presente en cuatro o cinco sesiones de radioterapia, Naghy compró las ampollas".
El hijo de Heim asegura que regresó a El Cairo en 1995 y que se encontró con Naghy. Se interesó por la participación de su padre en un motel en la plaza Mida Ataba y recogió documentos que demostraran su muerte. Logró la nota de su conversión al islam en la mezquita, la carta de identidad a nombre de Tarek. Dice que los autentificó el Ministerio de Salud. "En esa última visita me di cuenta de que la voluntad de mi padre no fue cumplida. Doma me habló de forma ambigua. Su dentista, Monem el Rifai, me explicó que el cuerpo fue enterrado. Pregunté dónde estaba y no recibí respuesta. Sobre los motivos solo puedo especular... Regresé con los tres documentos y dejé una copia al dentista por si fuera necesario". Este médico, según el testigo, es hoy un enfermo mental y dice no recordar nada.
El testimonio de Rüdiger concluye así: "Conservé los documentos junto a su análisis sobre los testigos que le acusaron... Quemé toda la documentación al final de octubre de 2005. Lo hice porque se investigaron las huellas de mi vida...". Además, confiesa sus confidencias con un abogado alemán al que desveló el misterio. "Me preguntó: '¿Sabe usted donde está enterrado su padre?'. Le dije que no tenía ni idea y me respondió: 'Pues si es así no habrá ninguna posibilidad de probar la muerte de su padre'. Compartí y comparto esa opinión".
¿Cuenta el hijo de Heim toda la verdad? El abogado del nazi pide que se cierre el caso, pero los jueces de Baden Baden siguen investigando. El misterio continúa.
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