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El desafío talibán
Columna
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Afganistán e Irak, la ósmosis

Las dos guerras asiáticas de Estados Unidos, Afganistán e Irak, tienden a hermanarse como unos vasos comunicantes o como si el conflicto afgano hiciera ósmosis sobre el iraquí. Y, mientras Washington trata de desactivar la contienda en Bagdad, completando el día 31 la retirada de lo que figurativamente llama tropas de combate, refuerza el frente afgano a fin de librar la última batalla. Y ambas presentan una característica común: una segunda pareja de actores guerrea en la sombra, haciendo problemática toda idea de victoria.

Barack Obama va a dejar en Irak 50.000 soldados de 144.000 que había cuando asumió la presidencia, para que ese contingente se dedique a entrenar las fuerzas de seguridad locales, de forma que al término de 2011 se complete la reculada norteamericana. Y aunque unos miles de hombres sigan en Irak para preservar el país como cliente, la guerra habrá virtualmente concluido en lo tocante a bajas norteamericanas, que es lo que importa a Washington. Pero solo puede evitar que la guerra se prolongue más allá de 2011 haciendo que los muertos sean exclusivamente iraquíes, un acuerdo con el tercer actor del drama: el Irán que manosea su industria nuclear.

Todos han de ceder para hacer del galimatías un juego de suma cero en el que nadie gane ni pierda todo

En primavera, la fuerza aliada en Afganistán hizo ya una primera prueba de lo que debería ser esa última batalla, aunque con resultados poco prometedores. Tanto, que la segunda parte, prevista para otoño en Kandahar -feudo de la resistencia talibán-, parece dudoso que se intente siquiera. La idea era pacificar, establecer la administración efectiva de Kabul, y traspasar responsabilidades a un ejército afgano renovado, todo ello para que Obama pueda proceder en 2014 a una retirada similar a la iraquí. Y el imperativo sería para ello afganistanizar la guerra.

Con un costo de 1.000 millones de dólares mensuales, Washington pretende tener adiestrado en 2011 un ejército afgano de 131.000 hombres; 260.000 en 2012, y 300.000 al término del plazo, en 2014. Solo eso permitiría al presidente iniciar la retirada de sus 130.000 soldados destacados en el país. Pero, según las propias fuentes norteamericanas, a finales de 2008 de 105 unidades del Ejército afgano solo dos estaban en condiciones de realizar misiones básicas; y en 2009, únicamente 24 de 559 unidades de policía podían operar sin apoyo de la fuerza internacional. A ese ritmo, entrenar un Ejército de 300.000 hombres llevaría 25 años. Y, por añadidura, también hay un tapado, Pakistán, sin cuya colaboración no cabe pensar en la victoria, porque es quien debe negar santuario a talibanes y terroristas de Al Qaeda, en su lado de la frontera afgana.

Aún habría posibilidades, sin embargo, de deshacer ese doble nudo gordiano. Irak permanece sin Gobierno elegido desde los comicios del 7 de marzo pasado mientras tres fuerzas se escrutan para decidir cuál será la coalición triunfante: el partido Iraquiya de Iyad Alaui, todo lo laico que puede ser un chií de Irak, que obtuvo 91 escaños; el Estado de la Ley del primer ministro Nuri al Maliki, chií de vínculos con Irán, con 89; y el Consejo Supremo (ISCI), partido siempre chií, el preferido de Teherán, con 70; y ninguno tiene la mayoría absoluta. Estados Unidos promueve una alianza de los dos primeros para mantener a Irán a raya; pero la República Islámica tiene probable poder de veto, y se decantaría por una solución basada en la tercera formación política. Cabe, sin embargo, que se reanuden en otoño las negociaciones entre Teherán y Washington, en las que si Irán probara fehacientemente que no aspira a tener la bomba podría haber acuerdo para formar gobierno en Irak.

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Igualmente, en Afganistán habrá legislativas en septiembre que permitirían calibrar el apoyo con que cuenta el presidente Hamid Karzai para su plan de negociar la paz con los talibanes o al menos atraer a su Gobierno a los que no apoyen a Al Qaeda. Y en noviembre, por último, se celebrará una cumbre de la OTAN en Lisboa para tratar de hacer borrón y cuenta nueva de tanto imponderable.

Todos han de ceder para hacer del galimatías un juego de suma cero en el que nadie gane ni pierda todo. Estados Unidos habría de resignarse a un Irak protegido de Irán para poder retirarse; Teherán, renunciar a su artefacto nuclear; Afganistán, acomodar en el poder a los talibanes; y Pakistán, asumir un Gobierno de Kabul, amigo, pero menos estrechamente vinculado como el anterior régimen talibán a sus servicios secretos. Pero seguramente todo eso solo es el cuento de la lechera.

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