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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Todos muertos de miedo

Rosa Montero

El miedo debe de ser la emoción más ampliamente extendida en el mundo animal. Desde luego no hay ser humano que no conozca bien lo que es el miedo, e incluso el terror pánico. Y que conste que no es algo necesariamente negativo: al contrario, es una de nuestras armas más poderosas. Sin miedo, no se nos dispararía la adrenalina, poniendo todo nuestro cuerpo a punto para reaccionar con más velocidad y más fuerza. Sin miedo no estaríamos alerta y no huiríamos. Y muchas veces huir salva la vida. El miedo es una herramienta básica de supervivencia. Lo malo es cuando el miedo se enrosca en sí mismo, se muerde la cola, se convierte en miedo al propio miedo. Cuando pasa la frontera de lo razonable y deviene un estado permanente y paranoico. Ese miedo perdurable y morboso te come la libertad y la vida y además fascistiza al ser humano. Por miedo podemos cometer todo tipo de excesos contra aquellos a quienes tememos, aunque nuestro recelo sea totalmente imaginario.

"Hemos perdido el aguante ante el dolor. No solo el aguante físico, sino el psíquico"

Hace algo más de un año se celebró una cumbre en Roma sobre el miedo. Hicieron un estudio con 5.000 personas provenientes de diez grandes ciudades del mundo y los resultados parecían confirmar que las sociedades más seguras eran las más atemorizadas, cosa que, por otra parte, es fácil de intuir a poco que te pongas a pensar sobre el asunto. Siempre me he preguntado cómo se las arreglaría para aguantar el terror un ciudadano medio del Madrid de hoy (yo misma, por ejemplo) si fuera repentinamente transportado a un pueblo de la Edad Media. Si vivieras en el siglo X, por ejemplo, resultaría de lo más normal que unas cuantas veces a lo largo de tu vida llegaran los vikingos a tu aldea y violaran y degollaran a todos cuantos se pusieran por delante; por no hablar de los bandoleros, de las levas obligatorias para las interminables guerras o de la posibilidad, absolutamente aceptada y común, de ser sometido a salvajes torturas en cualquier momento (hasta el siglo XVIII, la tortura formó parte del panorama normal de la vida). Además de las enfermedades, las heridas, ¡o el terror a un simple dolor de muelas y a una extracción sin anestesia! Porque esa es otra cosa: hemos perdido por completo el aguante ante el dolor. Y no solo el aguante físico, sino, sobre todo, el psíquico.

Esas sí que eran vidas espeluznantes, vidas para morirse de miedo, según nuestros parámetros, y, sin embargo, la gente las vivía con entereza y razonable serenidad. Hoy, en cambio, nos espanta todo. Supongo que en esto intervienen diversos factores: que hoy tenemos mucho más que perder (cuanto más se tiene, más se teme); que el enorme aumento del nivel de seguridad en el que vivimos ha hecho que nuestro sistema de alarma mida erróneamente… Pero creo que también influye el hecho de que los riesgos a los que ahora nos enfrentamos son difusos, inabarcables. El calentamiento global, el terrorismo mundial, ¡incluso nos puede caer un satélite roto en la cabeza cuando salimos a la calle! Los ataques vikingos eran de una ferocidad innegable, pero frente a eso podías hacer algo: huir, meterte en la fortaleza del señor feudal, luchar, echarles aceite hirviendo por la cabeza. Era un terror a la medida del ser humano. Pero, ¿qué se puede hacer para defenderte de unas oscuras bombas que de repente revientan el tren en el que viajas? Adolfo García Ortega, en su magnífica novela El mapa de la vida (Seix Barral), que trata precisamente de los atentados del 11-M en Madrid, pone esta conversación entre dos personajes que sobrevivieron a las bombas de Atocha: "Nosotros ya no nos morimos de miedo, Ada. Recuerda todo por lo que hemos pasado. Despídete del miedo para siempre". Sí, es verdad. La realidad del horror ayuda a desmontar la neurosis del miedo.

Una neurosis que, por otra parte, campa alegremente por todas partes. Hace año y medio el Ayuntamiento madrileño presentó a la prensa un kit de supervivencia siguiendo los modelos de Nueva York, Tokio o Londres. Aunque usted no lo sepa, nuestro Ayuntamiento recomienda que todos y cada uno de los miembros de su familia tenga una mochila preparada, por si acaso, con una copia de la documentación, un listín telefónico, útiles de aseo, una muda, zapatos cómodos, un chubasquero, un juego de llaves de la vivienda y el coche, copias de los seguros, una tarjeta de crédito, dinero, un móvil con tarjeta de prepago, pilas, una linterna, una radio, un cargador manual de baterías, agua, un botiquín básico y un mapa o callejero. Ya digo, por si acaso. Por cierto que estas mochilas serían un botín sabrosísimo para los ladrones de pisos, ¿no? Y los robos también forman parte de nuestros temores. Vamos, que no hay manera de escaparse.

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