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Entrevista:Fernando Trueba | Director de cine | memoria de una época / 4

"La movida empezó antes de morir Franco"

Juan Cruz

Da gusto hablar con Fernando Trueba. Le fui a ver a su casa, una hermosa vivienda en la que tiene tesoros de la música, la literatura, el cine y su propia memoria; el tesoro mayor es una foto de Rafael Azcona, su maestro, que le mira desde una estantería bajo la cual él rebusca sonidos o imágenes en medio de un sosiego envidiable. Hablamos allí, y después me invitó a comer una carne muy tierna con una ensalada muy simple y muy sabrosa.

Le fui a ver porque quería que contara cómo empezó la movida, qué foto tiene de ese momento. Y el autor de Ópera prima, que fue crítico de cine en los albores de este periódico y que en efecto nació al cine, y casi a la vida, cuando este país iba a explotar desde el cansancio del franquismo, me dijo que en realidad lo que él recordaba con más cariño eran sus siete u ocho años. "Me parece mucho más divertido" que la movida e incluso que el fin del franquismo.

"Que Fraga haya sido presidente de Galicia, aunque haya sido por voluntad popular, me parece una vergüenza"

Pero, con perdón, la muerte de Franco fue ocasión de una diversión constante, animada por quien luego sería su suegro, Manolo Huete, a quien encontró de casualidad cuando él era un chiquillo y cerraba, con Huete, los bares de Madrid.

"Recuerdo que hicimos un montón de fiestas celebrando la muerte de Franco, y en cada una de ellas nos emborrachamos". Pero aún no se había muerto Franco. "Eran", recuerda Trueba, "falsas alarmas. Todo porque mi amigo Manolo Huete tenía familia en Brasil. Nosotros, en Madrid, estábamos pendientes de si se moría ya o no. Entonces llamaban desde Brasil y nos contaban: 'Aquí ya han dicho que ha muerto". Y entonces Trueba y Huete se organizaban "una fiesta de la hostia, hasta que al día siguiente veíamos que Franco no se había muerto".

Ese encuentro de Huete y Trueba es un acontecimiento que marcó su vida, y es acaso la fotografía de la época que con más cariño revela Trueba en esta conversación en la que tratamos de hurgar en su memoria. Se conocieron en un bar de Reina Victoria. "Lo conocía de vista; me parecía que tenía una pinta cojonuda. Pensaba: 'Debe ser escritor, o pintor...'. Efectivamente, era ilustrador... Un amigo mío sordo que siempre me pedía que le cerrara citas con gente con las que él no podía hablar por teléfono me pidió que le hiciera quedar con Manolo, y así nos hicimos amigos de a diario...". Luego Manolo fue amigo de amigos de Trueba, hizo papeles en películas de José Luis García Sánchez...

Pero aquella adolescencia de farras para celebrar la muerte de Franco acabó, por fin, con la verdadera muerte del dictador, y esa noticia tan esperada halló a Trueba en el hospital, operado de amígdalas. "Estoy en la cama, sin poder hablar, y llega mi padre con la noticia, tristísima para él, de la muerte de Franco. Maravillosa noticia para mí. Y no la pude celebrar. Bueno, la había celebrado tantas veces".

Fue como si descorcharan treinta millones de botellas de champán. La botella de Trueba contenía cine, "yo sólo quería hacer cine". De niño leía, pintaba; luego hizo cortos, guiones, empezó a escribir aquí y allí, sobre todo aquí... Y con ese espíritu entra en la premovida, por decirlo así, aunque él está convencido: "La movida fue antes de morir Franco, no te engañes". Y a la muerte de Franco prosigue un periodo oscuro que tiene, para Trueba, algunas fotos ciertamente tétricas: Arias Navarro llorando, la desconfianza en el futuro, los atentados de la ultraderecha, Montejurra, la amenaza de los golpes de Estado... "Hasta que todo se coloca en su sitio, viene Suárez, se consolida el Rey, ganan los socialistas...". El desfile de Felipe con loden ante las Fuerzas Armadas "nada más ganar las elecciones fue muy fuerte de ver para todo el mundo".

Vivir, ya había que vivir. Trueba, que ahora tiene 55 años, hizo su primera película en 1979; cómo no, se llamó Ópera prima, con Antonio Resines y con Óscar Ladoire, que en cierto modo representaban ahí los papeles de las dos Españas, la que venía y la que se iba. Él dice que hace años que no ve esa película; es posible, porque desde hace al menos veinte o treinta años no ve la televisión... Ese periodo "me empieza a parecer una época muy aburrida, a pesar de todas las tensiones que hay... Cuando me divertí fue antes...".

Días después de esta conversación coincidimos en un avión, a México. Él iba leyendo "una obra maestra", Tierra desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri (Salamandra). Arrastraba una maleta para una semana, y la maleta era como una mochila agrandada. Llevaba música en los oídos, y leía ese libro u otro que también traía consigo; como si disfrutara de una paz que ahora está perturbada por los preparativos (tranquilos, de todos modos) de una película que titulará El artista y la modelo, para la que cuenta con los actores Claudia Cardinale (italiana) y Jean Rochefort (francés). El autor de Belle époque, la película que le dio el Oscar y, sobre todo, la amistad con su dios, Billy Wilder, ya peina muchas canas. Ha adelgazado muchísimo, observé en este viaje; camina como si pisara una nube que le da sosiego. Pero por esa boca pausada salen, todavía, las culebras que hicieron de sus críticas y de su manera de ver la vida la inquietante expresión de un tipo que no se conforma.

Y con esos ojos, que en él son tan particulares, vuelve a hablar de la época en que se hizo como trasunto de esta que vivimos. "España era un país tan profundamente imbécil, tan tarado, dirigido por una pandilla de enfermos, de tarados. Incluyo a Fraga entre los tarados; hay gente que le ha perdonado. ¿Cómo vas a perdonar a alguien que ha estado en el Consejo de Ministros de Franco? No te puedes sentar en el Consejo de Ministros de Franco como no te puedes sentar en el de Hitler. Que haya sido presidente de Galicia, aunque haya sido por voluntad popular, me parece una vergüenza. Como me parece que Berlusconi sea el primer ministro de Italia, aunque haya ganado las elecciones. También las ganó Hitler, y también me parece una vergüenza".

Trueba tiene las manos largas, ahora son huesudas, pálidas; me gusta verlo manipular su ordenador imponente en el que mezcla músicas e imágenes como si estuviera jugando. Cuando ya deja la pantalla le pregunto si hay algo que quisiera subrayar de lo que pasó, en la cultura, después de la muerte de Franco.

Sí, aquello fue un cambio, cree, sobre todo en la literatura. "Se podía escribir de otra manera; se produjo el encuentro con los escritores del exilio; se recuperó a gente que estuvo marginada. Eso no pasó en el cine. El cine de la transición fue bastante malo, con excepciones, por supuesto. Pero fueron buenos los documentales". Desgrana algunos títulos: Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino; El desencanto, de Jaime Chávarri... "Parecía como que de alguna manera este país podía mirarse en el espejo y hablar de sí mismo...". Se iba de viaje, de hecho lo acompañé en ese trayecto. Antes me había dicho: "Lo mejor del mundo es irse de este país. Y lo mejor del mundo es volver a este país". Volvimos juntos, por cierto, y él vino leyendo todo el rato, y escuchando música. Y durmiendo, por cierto. Con qué paz duerme este hombre.

Fernando Trueba en la puerta de su casa.
Fernando Trueba en la puerta de su casa.Luis Magán

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