Tim Robbins 'Vengo de un hoyo y la música me ha curado'
Llevaba la música dentro. Los ecos folk con los que creció escuchando a la banda de su padre, Gil Robbins. La vida le llevó después a convertirse en estrella de Hollywood: una estrella incómoda, actor guapote, macizo y dotado, pero con ganas de líos. Tanto que cuando Tim Robbins cogió la cámara y se puso a filmar ahondó en la América tétrica, encerrada en sí misma y egocéntrica con Ciudadano Bob Roberts, el retrato de un clon de George Bush, cantante de country, que resultó profético. Después siguieron Pena de muerte u obras como Abajo el telón, basada en una odisea de Orson Welles para sacar adelante un musical. Películas comprometidas y cañeras que retrataban una obsesiva percepción de las peores pesadillas amenazantes en su país.
"Después de que mi matrimonio se haya roto debo recorrer zonas lúgubres"
"Ni veo la tele ni leo los periódicos. Ya me he cabreado bastante"
Sus trabajos siempre han preferido el riesgo y la incomodidad a la autocomplacencia. Como actor, también. Después de algunos comienzos con taquillazos como Top gun, fue fetiche de su mentor Robert Altman en El juego de Hollywood y Vidas cruzadas. Siguió como protagonista de clásicos modernos y turbios como Cadena perpetua, de Frank Darabont, y la impresionante Mystic River, con Clint Eastwood, que le valió un Oscar como secundario. Una vez laureado quiso dejar claro que no quedaría nunca atrapado por el sistema y buscó proyectos fuera de la maquinaria. Así aterrizó en sus manos el guión de La vida secreta de las palabras, con Isabel Coixet, que mostraba a un Robbins herido y náufrago en una plataforma petrolífera. Una parecida a la culpable del vertido del golfo que tanta ira le ha producido últimamente a este artista crítico y respondón, duro, amable y acostumbrado a alzar la voz contra lo que le repatea.
Alternó siempre con gusto la interpretación y la dirección en el cine y en el teatro, con su grupo Actors Gang, montado en 1981, justo después de acabar arte dramático en la UCLA (California). Hasta que su último proyecto se vino abajo producto de la crisis. Y hasta que su vida se tambaleó como consecuencia de su divorcio tras 23 años de matrimonio con la actriz Susan Sarandon, 12 años mayor que él, a la que conoció en el rodaje de Los búfalos de Durham. "Desde entonces he pasado momentos duros, oscuros", confiesa.
Momentos que ha podido curar con la música. Fue la ocasión para sacarse del bolsillo las 16 canciones que había compuesto y probar otra salida creativa. No estaba seguro de que fueran buenas. Pero cuando logró mostrar el material a unos cuantos santones que o bien te bendicen o bien te hunden y dijeron: no está mal, se animó a grabar. Hay que tener arrestos para enseñárselo a Lou Reed, Tom Waits y Leonard Cohen. Pero si a ellos les gustó, qué demonios. No debe de estar tan mal.
Así nació este disco personal, cauto, hondo y oscuro titulado sencillamente Tim Robbins and the Rogues Gallery Band, del que habla en un callejón londinense, entre talleres de ropa con empleados orientales cercano a Earls Court. Uno de esos lugares donde nadie sospecharía que pasa la tarde una celebridad hollywoodense. No anda centrado. Le encontramos mensajeando por el móvil e inquieto por el aire acondicionado. Le cuesta entrar en materia, pero luego no lo puede evitar: le encanta el charloteo.
Un disco, pues. Sabíamos que usted era músico, un buen músico. ¿Cosa de familia? Sí.
Su personaje Bob Roberts también lo era. Y da mucho que pensar. Cuando Bush llegó al poder, usted ya había pronosticado que un personaje así podía ganar en aquella película. Por desgracia.
La música tiene eso, que puede profetizar cosas buenas y gafar otras. Ajá.
Como alguien puede adueñarse de Sí, como a menudo alguien se apropia de la idea del folk y llevarlo peligrosamente a su terreno.
A la identidad, a las esencias más populistas, banderas, países Sí, sí.
En su nuevo disco hay un 'folk' más sano que el de Roberts. Se encuentran rastros de Woody Guthrie, Tom Waits, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Pete Seeger. ¿Cuáles son sus preferencias? Mi padre hacía folk. En su grupo tocaban de todo e intentaban ampliar las propias fronteras del género con lo que venía de Sudamérica, de Europa, de África, de Asia. Esa es la tradición folk más pura, más amplia. Abraza diferentes historias que se cantan y vienen de distintos países, que buscan conexiones entre una y otra tradición. Su influencia en aquel grupo era atraer diferentes sonidos para crear algo personal. Cada cultura tiene su propio folk y lo bueno para nosotros los americanos, donde ese tipo de música resulta muy fuerte, es tratar de diversificarlo, aproximarlo.
En el caso de Bob Roberts era todo lo contrario. Se erigía como un ariete de la América profunda. Él era muy, muy norteamericano.
En aquella época, una suerte de fascismo posmoderno andaba al acecho. Era toda una ola amenazante. ¿Ha terminado ya? Nunca acaba. Ustedes en España también lo saben. Mejor que en otros sitios.
Pero me interesa el fenómeno estadounidense. Yo creo que en Estados Unidos ha funcionado durante años. No podemos olvidar que hubo empresas potentes de nuestro país que apoyaron a Hitler y a Mussolini, que les abastecían con acero, con fábricas a las que se prohibió bombardear por los aliados. Siempre estuvo ahí y lo volví a percibir de manera muy fuerte en los ochenta. Para mí, la primera guerra del Golfo fue un ensayo, una prueba para que ese nuevo fascismo en ciernes hiciera músculo. Además, en la etapa de Reagan supieron aprovechar bien corrientes artísticas que se apropiaron para parecer que se les apoyaba. Por ejemplo, cuando intentaban utilizar canciones de Springsteen como Born in the USA
De la que obviamente no habían escuchado la letra. Es lo contrario al orgullo americano. Una tragedia. Efectivamente. ¿No hace un poco de frío aquí? Vamos a otro sitio, me estoy congelando.
Además debe cuidar ahora su voz como un tenor. Y tanto.
(Ya en una habitación sin aire). Dicen que la música nos hace mejores. Aunque también peores. A veces sí. Pero generalmente cura bastante.
A usted, ¿de qué le ha curado? A mí, mucho. No lo he pasado bien últimamente. Vengo de un hoyo. Por alguna razón, desde hace dos años me han ocurrido cosas que no han salido adelante. Proyectos que no echaban a andar y creaban un ambiente negativo. Estaba en Portland tratando de sacar a flote una película, gastando un montón de dinero, contratando gente, esperando llamadas de un inversor de Wall Street que iba a meter pasta y en esto todo se fue al garete. Leíamos los titulares y cada día encontrábamos un nuevo colapso Por alguna razón, las cosas no salían como esperaba. Un día estaba tumbado en la cama y me pregunté: ¿Qué hago aquí? ¿Qué me está pasando? ¿Por qué nada me proporciona felicidad? Y me di cuenta de que en la última fase corría el riesgo de hundirme. Al contrario de lo que había hecho en los últimos 20 o 30 años de mi vida, debía empezar a generar las cosas por mí mismo. Que sería mejor no fiarme de Hollywood o de quienes fueran a invertir, sino de mí mismo. Cuando la película cayó, volví a casa y comprobé que lo que podía hacer solo eran dos cosas: teatro con mi compañía y música. Pero no una película. Es muy caro. Así que recopilé mis canciones, alquilé un estudio, las grabé, llamé a mi amigo Hal Willner y le dije que fuera brutalmente sincero conmigo, que si no merecía la pena no iba a gastar tiempo en ello. Le gustó y nos lanzamos a ello.
Ha buscado la sencillez y lo profundo. Historias directas. Sin ruido. He huido del ruido. Menos es más. Menos notas, menos instrumentos, menos volumen, para que emerja la historia por sí.
Puro 'folk'. Cuando puedes contar una peripecia con la guitarra, no necesitas más. Cada pieza exige su propia forma. Si quieres hablar de ligues, haz rock and roll. Pero a los 50 no me apetece.
Con esa edad crítica se ha pasado mucho. ¿Buscaba más luz o más oscuridad a la hora de componer? Hay muchos contrastes. Relámpagos, la noche. Aunque después de que mi matrimonio se haya roto debo recorrer todavía más lugares lúgubres. Pero tengo más canciones, se me han ocurrido para eso.
¿Oscuras? ¿Desesperadas? He estado componiendo sobre eso. Creo que la única manera de vivir en plenitud es con la valentía suficiente para afrontar lo que se abre frente a ti, las experiencias. Empiezas a morir cuando te cierras. Cuando te obcecas en la seguridad. Porque nunca sabemos ni estamos seguros del todo sobre nada.
¿A qué edad corres ese riesgo, el de estar seguro de todo? A cualquiera. A todas.
Más a los 10 que a los 50, me temo. ¿Y usted? Yo no estoy seguro de nada nunca. Una de las cosas más grandes que aprendí de Robert Altman es que la humildad es una fuerza y que la honestidad también. Que no debes ser el puto amo. Una vez, cuando le pregunté una duda sobre mi personaje en El juego de Hollywood, me dijo: "Mira, no lo sé. No tengo ni idea". Era un tío al que le consideraba una especie de mentor y nunca fingía saber lo que desconocía. Simplemente admitía sus dudas y te animaba a resolverlas con él.
Admirable. De todas formas, usted siempre ha tenido debilidad por esos creadores de los espacios neutros, grises, ambiguos pero complejos, como Sam Fuller u Orson Welles, a quienes dedicó un documental y su película 'Abajo el telón'. ¿Dónde hay que colocarlos? Cuando la gente dice que rayaban lo fascista, ¿qué opina? No se puede temer lo desconocido, ni estar seguro de que lo tienes todo resuelto. Hay que perseguir la verdad, es lo que nos guía.
Hay que perseguirla, ¿pero con la incertidumbre de no saber dónde se halla? Lo vamos descubriendo por instinto. Si la verdad está en las áreas más grises, acechémosla, pero no debemos manipularla para convertirla en blanco y negro, sino que debemos ser lo suficientemente arriesgados como para dejar que perviva en esa indefinición, esa ambigüedad. Eso hacía Fuller. Los comunistas le tildaban de fascista, y los fascistas, de comunista.
Eso te convierte en especial. Hay que tener talento para conseguirlo. Pasa algo parecido con John Ford y 'Centauros del desierto' o con 'Apocalipsis now', de Coppola. Efectivamente. Pero, insisto, seamos valientes para formularnos todas esas preguntas.
A usted le han tildado de liberal incendiario o cabreado en su país. ¿Qué significa exactamente eso? No lo sé. Yo no me lo considero. No sabría definir hoy lo que es un liberal y un conservador. Me han llamado tantas cosas: traidor, patriota. Depende de quién sea y cómo vean la vida. Me aparto de las etiquetas. Mi trabajo es contar historias y no preocuparme de cómo se perciben. En el oficio de contar historias me comporto como un ciudadano más, con el mismo derecho que tienen los panaderos, los pasteleros o los zapateros a expresar su opinión. Algunos quieren señalarme como si fuera un iracundo, un radical; repetirlo es darles una satisfacción. Es ridículo. Yo no soy así, y el propósito de todos aquellos que se empeñan en atacarme de ese modo no es aportar claridad, sino dividir, distraer. Hacerte creer que si expresas tus puntos de vista como yo suelo, te atacarán de la misma forma. Es una manera de amedrentar, de intimidar preventivamente. A mí me resulta una forma sutil de fascismo. Algo premeditado para que te calles, para que no opines.
Una censura sofisticada. Dar escarmiento a los artistas para acotar su forma de expresión, atacándoles también, levantando infundios de todo tipo. Es ruido y no me afecta, lo ignoro. Que la gente diga lo que quiera, eso no me va a desanimar para contar las historias que debo.
Por eso también hay películas suyas que no se encuentran en DVD en Estados Unidos, como 'Abajo el telón'. Esa ya no es una censura sofisticada, es directa. Quizá es porque me expreso de forma entretenida y a lo mejor a la gente le gusta. Pero quien quiere ver esa película la encuentra en Internet o por cualquier medio. Gratis o no. La acaban de poner en televisión con muchos cortes y no he podido evitarlo. No sé. En Italia también la estrenaron así, con cortes en los cines.
¿La larga sombra del berlusconismo? Otro político que ha pertenecido a un club selecto, como Bush, Aznar, los 'neocones' y sus variantes. Pero mire qué le digo. Fantasean con la censura, porque la libertad en nuestro mundo es un hecho. Nunca me han metido a un gulag, ni en la cárcel, nadie puede ver mis cuentas bancarias. Es un fascismo iluso que te quiere hacer ver que te intimida.
Algo enrevesado, posmoderno. Sí, y los resortes son similares al real. La clave es intimidar y conseguir un silencio cómplice. Es tender a que la gente se calle sin la intimidación de la tortura o la falta de libertad. Y ha dado muchos resultados. Ha sido efectivo. A mí no me afecta porque no consiguen doblegarme ni que deje de hacer lo que creo que debo. Es algo más conceptual y vago que real. Yo bajo a la calle, hablo con la gente y disfruto la vida en ebullición, libremente. Celebro eso.
Tampoco la presunta izquierda se libra de ese fascismo sofisticado. En América Latina ocurre lo mismo en la Venezuela de Chávez, en Argentina con los Kirchner Son censores en potencia. No parece elegante ni muy adecuado a los tiempos lo que hacen. Pero allí actuaría de la misma manera. Desafiando ese amedrentamiento y contando lo que debo contar.
Lo malo es que por eso allí cierran los periódicos o te meten en la cárcel por nada. Pues si cierran el periódico, vas a Internet y cuentas lo mismo, o abres otro
Como si fuera fácil. Lo que digo es que para sentirse libre hay que poner en práctica la libertad, hay que perseguirla allá donde está y donde falta, constantemente. Apagar la tele. Yo no veo la tele. No leo los periódicos. No quiero sentirme atrapado en la rabia, en la impotencia constantemente. Ya me he cabreado bastante. No necesito sentir rabia contra un sistema que me frustra y me atormenta. No voy a verme enjaulado en un ambiente en el que mi hambre de indignación por las cosas que ocurren supere a mi gusto por disfrutar de la buena música, de bailar y celebrar la verdadera y positiva naturaleza del ser humano.
¿Cree que los medios aterrorizan demasiado? Lo que creo es que desde cualquier ángulo que lo mires, la izquierda o la derecha, que si ves la televisión y estás demasiado obsesionado por las noticias, acumularás un odio contra ciertos individuos a los que no conoces en persona. Un odio abstracto, y que eso se persigue desde algunos centros de poder, que a muchos les conviene más mantenernos divididos que unidos. Que mientras discutimos o nos pegamos, otros hacen el agosto.
¿Y se aprovechan conscientemente de eso? Pues sí, y de paso montan esos negocios que no sirven de nada a toda aquella gente a la que representan.
Pero eso es muy de los medios amarillos. Es de cualquier medio.
¿Cómo se mantiene en contacto con lo que le rodea? Cada día recibo los titulares de The New York Times. Si quiero profundizar, busco fuentes de las que me fío y leo. Pero nada me sorprende. Cuando me pongo a indagar, generalmente ya me sé todo lo que me cuentan.
A lo mejor, las fuentes más fiables para enterarnos de lo que ocurre están en el arte, en la poesía, en el teatro. Más que en las noticias. Esa es mi teoría. Para el trabajo que hago son mucho más aprovechables y más prácticos. Yo debo ahondar en lo que le acontece al ser humano en toda su dimensión. Eso no significa que no viva en este mundo. Me entero de lo que ocurre; si alguien pide ayuda para causas que me importan, allá voy. Ahora estoy metido en la catástrofe del vertido del golfo. Pero no quiere decir que vaya a cargar con más malestar, más cabreos con las noticias del día.
Seguro que entendió más sobre el mundo de hoy cuando hizo la adaptación de la obra de Orwell '1984' al teatro que viendo la tele. Lo que plantea Orwell no se encuentra en los medios. Es algo importante. Habla de un enemigo invisible, no identificado. Justo lo que tenemos en Estados Unidos desde el 11-S. Es perpetuo y difícil de batir.
Debe de ser duro para el autor de 'Pena de muerte' aceptar que años después de aquella película y otras tantas se sigan ejecutando seres humanos en Estados Unidos. ¿No sirvió de nada? ¿No le frustra? No, es otro ejemplo de la ira que nos ciega y no nos deja hacernos determinadas preguntas. En el caso de ese hombre que ha elegido incluso cómo quiere ser sentenciado, por medio de un fusilamiento. ¿Por qué se le escucha para tomar esa decisión y no antes? Quiero decir Prefiero que me maten a tiros; bueno, bien, pues te hacemos caso. ¡Es absurdo! Imagine que dice: que me suban a un avión y me tiren, ¿le harían caso también? Pero desde aquella película, las cosas han cambiado en un par de Estados y eso ya merece la pena.
¿Cómo lo está haciendo Obama, según usted? Mucha gente está desilusionada, sobre todo los jóvenes que le votaron por primera vez.
¿Usted también? Me cabreé mucho con él antes de que ocurriera lo del vertido del golfo. Pero prefiero verle a él en la presidencia que a un republicano. No me apetece criticarle crudamente porque no quiero dar carnaza en los titulares a algunos grupos, como Fox News, que harían un uso equivocado de ellos. Entre los más derechistas hay un deseo enorme de atacarle antes de saber qué pensaba hacer. Si un progresista como yo le critica, lo utilizarán con mala intención. Lo único que pretenden es el regreso de las políticas de Bush, aquellas que solo han traído desgracias y penuria a este país.
Eso parece ya lejano, pero nunca se sabe. Creo que a veces somos muy ansiosos con las ganas de que se produzcan cambios. Es cierto que necesitamos demasiados y se dan lentamente. Todavía vemos Guantánamo abierto, la guerra de Afganistán. Tampoco grandes medidas en el medio ambiente o el calentamiento global. Pero no es menos cierto que nos acomodamos y esperamos demasiados cambios por arte de magia sin caer en cuál es nuestro papel a la hora de que ocurran. No es suficiente ir a votar. Él no lo puede hacer todo solo. Hay que volver a plantearse ese lema: "No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti. Plantéate qué es lo que puedes hacer tú por él". Eso es el activismo real. El que me creo, además de todo aquel que produce resultados inmediatos en tu propio entorno. Los cambios se empiezan a dar por nosotros mismos. Y de ese activismo local adquirimos la auténtica perspectiva global.
A la cabeza de la manifestación
Tim Robbins (California, 1958) conoce su país de Este a Oeste. Nació en la costa del Pacífico, pasó su infancia en Nueva York y volvió a Los Ángeles para estudiar interpretación en la UCLA. Una vez fuera, montó un grupo de teatro, Actor's Gang, en 1981, que funciona hasta hoy.
Estrella activista, elige sus papeles y los guiones que dirige con intención. La política y el arte es algo que no separa. En todas las películas que ha dirigido -Ciudadano Bob Roberts, Pena de muerte o Abajo el telón- trata de denunciar los aspectos más molestos de la sociedad estadounidense: desde la pena de muerte hasta la emergente irrupción del fascismo en los años noventa. Sus premios se reparten entre un Oscar por su papel como secundario atormentado en Mystic River o los globos de oro que consiguió por El juego de Hollywood y Vidas cruzadas, ambas de Robert Altman. (En la foto, con Greta Scacchi, en 1990).
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