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MERYL STREEP
Columna
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La importancia de un 'sí'

La vi por primera vez en La decisión de Sophie. Parecía un documental: Meryl Streep era una persona de verdad. Me fascinó por su belleza, por su sensibilidad, por el dolor que transmitía.

Esa sensación se ha mantenido siempre. Incluso en las situaciones más inverosímiles, ella resulta creíble. Sus trabajos nunca son de brocha gorda, sino meticulosos al detalle. Consigue transmitir lo que se propone. En una escena de La duda, Amy Adams le pregunta: "¿Me puedo sentar?". Streep le contesta que sí. Ese "sí" dice mucho. Deja claro que es la dueña del local, que tiene una forma concreta de pensar, y una forma de relacionarse con la otra mujer, que no le cae particularmente bien. Todo eso en un solo "sí". Recuerdo que lo rebobiné varias veces. Me pareció un ejemplo de humildad: solo es una frase, pero no por eso el actor debe prestarle menos atención.

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Se ha alabado de ella su habilidad para los acentos: italiano en Los puentes de Madison, danés en Memorias de África, irlandés, australiano… pero va más allá. Consigue asimilar los gestos de cada uno de sus personajes. Si interpreta a una mujer de campo, conoce y maneja sus instrumentos; se expresa y se mueve como una mujer de campo. Es tan meticulosa que para Música del corazón aprendió a tocar el violín.

Como Marlon Brando, es mi debilidad. Me gusta en todo lo que rueda. Incluso en papeles pequeños, como en Manhattan, cuando hacía de ex mujer de Woody Allen. Estaba espléndida.

En los últimos años, con películas como El diablo viste de Prada, se ha inventado un género único: Meryl Streep haciendo comedia. Con su edad, seguir protagonizando películas en Hollywood y además triunfar en taquilla es un milagro de la ciencia.

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