Aguas revueltas en las piscinas
Niños marginales imponen su ley con robos y agresiones en las instalaciones municipales de Palomeras, las más conflictivasDelincuentes que imponen su ley, policías de incógnito y trabajadores desesperados en Palomeras
Con una toalla, un bañador y una navaja cualquier niño puede hacer amigos en las tardes veraniegas de las piscinas de Palomeras. Estas instalaciones del distrito de Puente de Vallecas son desde hace dos meses el sitio de recreo de pandillas de críos marginales. Como todos los niños, ríen, juegan y compiten. Pero los juegos aquí son peculiares. A ver quién clava mejor los cuchillos en los árboles, cuál roba más carteras o quiénes son tan atrevidos como para quitarle la porra al vigilante de seguridad y darle con ella.
Lunes por la tarde. La encargada recibe un aviso por un transmisor. "Ah, vale". Cuando acaba descuelga el teléfono, tranquila, para llamar a la policía.
-Hola, soy de la piscina de Palomeras, se acaban de ir los secretas, pero ahora hay una pelea en la piscina infantil.
"Tienen la ley de la calle en la cabeza, son chavales peligrosos"
-Sí... no, no sé el número de personas que se están peleando.
La normalidad con que combinan aquí las palabras secretas (agentes de paisano) y piscina infantil tiene su explicación. Este verano Palomeras está atrayendo a niños conflictivos de zonas como la Cañada Real, Entrevías o El Ruedo, porque otras piscinas públicas del sureste de Madrid están cerradas. "Aquí siempre ha habido problemas, pero este año no abren las de La Elipa y Entrevías y viene todo aquí", dice Carmen, una empleada.
¿Qué se viene? "Maleza", dice.
El adjetivo que usa Carmen es feo, como sus circunstancias. El 14 de julio una chiquilla le atizó con un cinturón. Aún tiene el brazo hinchado. A ella y a su compañera Paloma les tiraron del pelo, les dieron patadas, bofetones. "Si no llega a ser por dos familias gitanas que nos defendieron, no sé qué hubiera pasado", recuerda Paloma. Los agresores eran cinco niños que querían pasar sin pagar los 2,65 euros que cuesta la entrada a los pequeños. Los problemas empiezan después de comer. Sobre las cuatro de la tarde, hora a la que muchos vecinos, prudentemente, ya se han retirado. Grupitos de chiquillos maleantes bajan en bañador por la cuesta que lleva a la entrada principal de Palomeras, merodean un poco y enseguida trepan por las vallas.
Los tres vigilantes de seguridad privada que hay se ocupan únicamente de impedir que se cuelen los niños. Complicado. Primero, porque el perímetro de vallas mide un kilómetro; segundo, porque están a punto de tirar la toalla, si no la han tirado ya, cansados de luchar con menores a los que solo pueden poner en la calle y esperar a que salten otra vez.
Una vez dentro, a darse un baño y buscar algo que robar. Los empleados cuentan que el procedimiento es sencillo: localizan ropa, una mochila o cualquier cosa de valor, la agarran, van junto a la valla, un silbido y lanzan el botín a la calle, donde la recoge un compinche en coche o en moto, que espera a que el ratero salga trepando y se escapa con él. "Bueno, este fin de semana hubo una novedad; ahora también usan un palo de dos metros con un gancho, para robar desde fuera", amplía otro operario, Miguel Ángel Dalde.
Para los niños los guardias de seguridad son transparentes. En el mejor de los casos. El 7 de junio le quitaron la porra a un vigilante que intentaba impedir que se colasen y lo golpearon. Ya no trabaja en Palomeras. Con siete años en el oficio, reconocía, guardando su identidad, que pasó miedo. "Ves la cara de un menor y la mente de un adulto. Tienen la ley de la calle en la cabeza, son chavales peligrosos". El 23 de mayo, arañaron y golpearon a una trabajadora porque les recriminó que fumasen en el vestuario. No puso denuncia por temor a las represalias.
Un BMW M5 es un coche deportivo de lujo. El coche, según unos chicos del barrio, en el que se mueve un niño de 12 años de la colonia San Diego, un humilde conjunto de edificios de Vallecas. "Ah, el niño ese tan conflictivo que está aquí todos los putos días...", dice una empleada. "Viene con un fajo así de billetes y te suelta: 'Mira, ¿ves esto?; pues voy a pasar gratis".
"Tenemos a todas las joyas de la corona juntas", comenta un socorrista, José Antonio, que también es basurero en el vertedero de Valdemingómez, el nido de narcos de donde bajan algunos de los niños que machacan las tardes de Palomeras.
Tres hombres fuertes y jóvenes, agentes municipales de incógnito, aparecieron el lunes por la tarde en las piscinas. Pillaron a algunos chicos intentando saltar las vallas y algo de marihuana. Pero al menos estuvieron allí; en los partes de incidencias recientes se leen descripciones de la falta de presencia policial: "Han venido dos agentes uniformados (...). Han entrado a las 18.18 y se han ido a las 18.20".
El lunes y el martes ha habido policías secretos vigilando Palomeras, con lo que la atención al problema crece, al parecer. La Junta de Distrito de Puente de Vallecas confía en la palabra de la Policía Municipal, que asegura que está trabajando "todo lo posible", patrullando con más frecuencia en las piscinas.
En un lugar con un contexto y un problema similar, como el polideportivo de Plata y Castañar (distrito de Villaverde), se han acercado a una solución. Allí también se refrescaban hace pocos veranos los vecinos de un poblado chabolista, había peleas, amenazas, se saltaban las vallas y todo lo demás, como en Palomeras, hasta que la policía apretó y entraron a trabajar dos mediadores gitanos. "La cosa ha cambiado bastante", reconoce un encargado. "Y las vallas son mucho más altas".
Aún así quedaría por resolver la cuestión de la edad, lo impunes que se sienten los chavales que enturbian el verano del recinto de Vallecas, y la reapertura de las otras piscinas del sureste de Madrid, que siguen clausuradas, convirtiendo Palomeras en un desagüe de delincuencia juvenil.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.