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Columna
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La gala del pagador

Hace un tiempo, en una serie de crónicas sobre los pueblos de la Comunidad de Madrid, caí por Galapagar, villa serrana de saludable clima y bellos paisajes, uno de los lugares favoritos de veraneo de los madrileños capitalinos, desde hace más de un siglo, urbanitas que se vanagloriaban de "dormir con manta" en los días más calurosos de agosto, un privilegio que esgrimían ante sus vecinos que habían optado por la playa, un destino con más caché que otorgaba a los viajeros un bronceado más artístico y un cierto toque cosmopolita porque en la costa se confraternizaba con ciudadanos extranjeros que tenían otras costumbres y llevaban menos ropa. En el campo no había suecas, ni biquinis. Lo cierto es que no había suecas por ninguna parte, eran un mito, una serpiente de verano que se desenroscaba en la imaginación de los españolitos de meyba y playeras para conformar historias de ejemplares y presuntas conquistas junto al mar. Los primeros biquinis de las playas españolas se hacían notar por la presencia en la arena de adustos policías municipales convocados por las protestas de vetustas matronas nativas que no veían con buenos ojos que los de sus maridos e hijos se salieran de las órbitas ante la exhibición de fragmentos de la anatomía femenina generalmente vedados y velados por los censores, de oficio o de vicio, guardianes de la moralidad pública y de las buenas y rancias costumbres ibéricas.

Hoy Galapagar hace frente a una deuda de 42 millones de euros y a la bancarrota

Hoy sigue sin haber suecas en Galapagar, pero las ordenanzas municipales tienen mucha tela que cortar. El Ayuntamiento del municipio es pionero en la Comunidad de Madrid en la prohibición del burka y del niqab en las dependencias municipales. Prohibir estas prendas infames e infamantes en Galapagar es como prohibir las matanzas de focas en Castilla-La Mancha o de delfines en la provincia de Burgos. Aunque existe en el pueblo una comunidad musulmana, mayoritariamente de origen magrebí, jamás se vio en sus calles, aún menos en sus oficinas municipales, ni un burka con rejilla, ni un niqab con abertura visual.

Lo más parecido a estos atuendos quizá fueran los negros pañolones y los enlutados refajos de las viejas campesinas españolas, una especie de hiyab celtibérico que nadie se hubiera atrevido a prohibir, aunque el uso ritual de tan negros hábitos y tocados podían considerarse como discriminatorios para un sector de la población femenina adulta a la que se apartaba de cualquier tipo de sexualidad, incluso de coquetería, por razones de edad o de estado civil (viudas).

Las prohibiciones de hoy son un velo, acusa la oposición, que para eso está, una cortina de humo y de hipocresía para desviar la atención de otros asuntos menos peregrinos y de mayor fuste, como las graves irregularidades contables denunciadas por la Cámara de Cuentas en el periodo 2004-2006 bajo el Gobierno del PP que más tarde recuperó la alcaldía.

En mi antigua crónica sobre Galapagar para este periódico recogía la curiosa interpretación toponímica de la villa, de algunos de sus vecinos: Galapagar, no significa en este caso, decían, lugar de galápagos, tortugas de agua dulce, sino que hace referencia a los honrados vecinos del pueblo que tenían a gala pagar sus deudas con prontitud. Pedestre coartada definitivamente desbaratada por el gobierno municipal que utilizó en sus presupuestos el célebre método de Jack el Destripador descuartizando y fragmentando las facturas hasta dejar irreconocibles los contratos abusivos repartidos a dedo. Hoy los buenos pagadores de Galapagar hacen frente a una deuda de 42 millones de euros y a la bancarrota.

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Jacinto Benavente, hijo y residente de Galapagar, en cuyo cementerio reposan sus restos, hubiera tenido un buen argumento para una segunda parte de Los intereses creados, quizá la obra más famosa en la vasta producción del Nobel madrileño, que comienza con aquello de: "He aquí el tinglado de la antigua farsa". La farsa de los presupuestos de Galapagar que denuncia la oposición, le hace muchísima gracia al alcalde de la villa, un artista de la exégesis y de la hermenéutica que dice que: "El informe es muy bueno para el Ayuntamiento" y que los "errores", pero no "irregularidades", que señala la Cámara de Cuentas de Madrid, son fruto de la reforma integral de la Hacienda pública emprendida por él.

La distinción del fino hermeneuta de Galapagar entre error e irregularidad se vuelve contra él, si los errores no eran irregulares era porque se producían de forma regular y reiterada, sin burka y a pecho descubierto en las dependencias municipales.

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