"No lo merezco... hay 20 o 50 nombres mejores"
Álex de la Iglesia recibe con humildad, pero con alegría, el Nacional de Cine
Espera sentado en la terraza de una placita de Madrid junto a su hermana. En la mesa, dos copas de champán a medio acabar. No para un minuto quieto. Las continuas llamadas que recibe en el teléfono le levantan del asiento y, paseando arriba abajo, traje negro y camisa blanca, va contestando y agradeciendo las felicitaciones. Álex de la Iglesia recibió ayer el Premio Nacional de Cinematografía 2010, que concede el Ministerio de Cultura.
La noticia le pilló en un almuerzo de postín, por eso lo del traje negro y la camisa con corbata, y lo primero que pensó es que se trataba de un error. "Creí que me llamaban para consultármelo y les dije que no, que buscaran a otro. Cuando ya alertaron que no era una consulta sino una decisión por unanimidad me entró vergüenza. Es muy inmerecido, podría dar 20 o 50 nombres más idóneos. Luego me he sentido feliz y he pensado que la pasta [30.000 euros] me venía francamente bien".
"Dirigir es saber encontrar los problemas y sacarles partido"
"La máxima obsesión de la Academia es que el cine sobreviva"
Está convencido de que la recompensa tiene que ver con su labor como presidente de la Academia del Cine, cargo para el que fue elegido en junio de 2009, y no tanto como realizador ya de ocho largometrajes, el último de los cuales, Balada triste de trompeta, está ya en fase de montaje. "La máxima obsesión de la Academia es que el cine sobreviva. Intentamos hacer un trabajo de mediadores entre todos los sectores y creo que lo estamos haciendo bien porque lo único que nos mueve es la ilusión", explicaba ayer.
De la Iglesia es feliz en la Academia, a pesar de que entró en el peor momento. Le ha permitido toparse con posiciones que desconocía, hacer amigos y también enemigos -"pero eso también es lo bueno de la vida"-. Por encima de todo, ha aprendido algo fundamental. "Todo tiene solución si consideras que tu posición y tu criterio pueden cambiar. Eso lo sabemos bien todos los directores. Dirigir no es tener una buena idea, no es tener un talento arrollador, es saber encontrar los problemas y sacarles partido. Cuando ruedas, el decorado no es el que tú querías, ni los actores, ni el guión. Nada es como tú creías y con todos esos elementos tienes que sacar partido. Eso es un buen director".
Se sienta delante del ordenador para enseñar unas imágenes, muy potentes, de Balada triste de trompeta y, a pesar de que las ha visto miles de veces, no puede reprimir la risa, la carcajada. "Creo que es mi mejor película. Siempre intento hacer cine libre, pero este filme está hecho sin concesiones. Creo que también tiene que ver con el momento que estoy viviendo, de inconsciencia y alegría absurda que me permite hacer lo que quiero hacer. Es especial porque estoy en plena crisis de los cuarenta. Ya no tengo vergüenza de nada, me río de todo, excepto del dolor ajeno, que es lo único que me impresiona".
Nada le ha resultado fácil y menos ahora. "Siempre pensé que al ir haciendo cine se irían facilitando las cosas, pero es mentira. En esta película he tenido más problemas que en la primera. A ese nivel no he encontrado ni avances ni mejoría. No he ganado en talento ni en experiencia, pero sí he aprendido a esquivar los golpes. Soy como un perro apaleado. No sé si pego más, lo que sí sé es que encajo más".
Muchas cosas han cambiado desde Mirindas asesinas, aquel corto que en 1991 causó una fuerte impresión al público y a la industria de entonces. Fue el inicio de una carrera "transgresora", decía ayer la nota del Ministerio de Cultura, con películas como Acción mutante, El día de la bestia, La comunidad o Crimen ferpecto. "El cine no es el único sector de la cultura que está implicado en un cambio, también la prensa con los ibooks, los ipads e Internet. Vivimos una etapa de crisis que implica cambios y tenemos que adaptarnos. Es el momento de tomar decisiones y rápido. Tenemos que encontrar la manera de que la gente que quiera seguir viviendo de esto lo haga sin agujeros como los de la piratería".
Dos payasos son los protagonnistas de Balada triste de trompeta. Dos personajes antagónicos como el propio De la Iglesia se considera a sí mismo: "el infantil que quiere refugiarse en su niñez y el gran bastardo lleno de rabia y dolor que busca la satisfacción en la venganza". Pero al fin y al cabo, un payaso que lo que busca es la risa del de enfrente.
Babelia
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