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Columna
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Nación

En días como hoy se siente una orgullosa de pertenecer a esta nación-nación que es Cataluña. En ello me encuentro. No quepo en mí de estímulos, primero gracias a que el president socialista de la Generalitat ha contribuido, con su actitud, a que las masas se desmelenen próximamente en público y reafirmen sus sentimientos nacionalistas. Por lo cual, dichas multitudes votarán con más convencimiento, si cabe, a Convergència i Unió en las próximas elecciones autonómicas. Eso es grandeza de alma: perderá el mando pero quizá consiga, por fin, la indulgencia plenaria montserratina, a pesar de haber nacido en Córdoba.

Otro motivo de honra y prez para mí lo constituye don Àngel Colom, notorio y sonoro independentista parejo a Carod Rovira en estas lides, y en las filas de CiU, desde que su partido se fue al garete. El señor Colom acaba de dar la cara para responsabilizarse por el hecho de haber recibido una pasta gansa (12,5 millones y medio de pesetas) del Palau de la Música que Félix Millet estaba desvalijando. Fue para pagar las deudas de su extinto Partit per la Independència, y las lágrimas que vertió ante la dádiva fueron tales que borraron todo recuerdo de intermediario alguno de Convergència o de lo que fuera. El caso Millet continúa proporcionándonos, pues, grandes alicientes. Pero en el caso de que decayera, lo que puede suceder, ya que en este momento solo nos importa que somos una nación-nación, podríamos deleitar nuestro ego insaciable con las aventuras del señor José Mestre. Este caballero, hasta ahora director general de la terminal de carga del puerto de Barcelona, y que cuenta en su haber con el premio al mejor empresario nacional del año, ha sido detenido como presunto traficante en drogas, aliado a una mafia que usaba sus instalaciones para hacer entrar contenedores de cocaína en el país (decidan ustedes cuál). Ojo, Valencia. En cuanto te descuides nos ponemos a tu altura.

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