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"Un cadáver no puede viajar solo"

Las familias de las víctimas de Castelldefels organizan el regreso de los cuerpos a sus países de origen - "Sin mi hijo, no tiene sentido seguir aquí"

En el bar El Balzareño de Cornellà, Richard Olivo preparaba ayer por la tarde el rosario para rezar, junto al resto de la familia y allegados, por Rosa Vivar. Su cuñada, de 18 años y también ecuatoriana, murió arrollada en Castelldefels la pasada noche de Sant Joan. "Nos han dicho que nos entregarán el cuerpo entre mañana y pasado", explica. "El consulado se hará cargo del traslado, pero un cadáver no puede viajar solo. Llamaremos puerta por puerta a los vecinos para que nos ayuden, porque las autoridades no lo hacen", lamenta en una esquina del bar, de paredes anaranjadas, en la que la familia ha improvisado un pequeño altar con velas, fotografías, flores y un papel con mensajes de recuerdo.

Los allegados de Rosa Vivar se reúnen cada tarde para rezar en el bar de su cuñado

"Rosita era una niña a la que yo cuidé desde que tenía dos años", explica Olivo, cuya hija Lizete, de 18 años, que también cruzó las vías del tren, se encuentra hospitalizada en Bellvitge con pronóstico leve. "A los 12 años conseguimos sacarla de Balzar y traerla aquí. Se adaptó tanto que nunca más quiso volver a Ecuador. Ahora estudiaba contabilidad y me ayudaba aquí", explica. De hecho, fue Rosita la que cerró el bar y le fue a entregar las llaves a casa antes de ir hacia Castelldefels.

"Sé que no tenían que haber cruzado las vías, pero también sé que las autoridades dijeron que había sido una imprudencia desde el primer minuto. No sé si hubieran cargado la culpa a los muertos tan rápido si hubieran sido españoles", dice mientras se prepara para leer la primera oración, un ritual que repetirá hasta el domingo. "Espero que ya tengamos el cuerpo porque el dolor se nos está haciendo muy largo", suspira.

Mientras la familia de Rosa Vivar busca en la religión y el calor de los suyos el consuelo para pasar por estos días de dolor, la familia de Diego Erwin Gutiérrez Algarañaz, otro de los jóvenes muertos en el accidente, ha decidido volver a Bolivia. Sin Diego, que a sus 18 años había completado estudios de gestión administrativa, "no tiene sentido seguir en España" durante más tiempo, explican. El chico, que salvó a su novia Patricia justo antes de ser arrollado por el tren Alaris en la estación de Castelldefels-Platja, vivía en Barcelona desde los cuatro años. Además de a su pareja, tenía aquí su vida y sus amigos. Por eso el proyecto de su madre de regresar, a medio plazo, a Santa Cruz, no le hacía demasiada gracia.

La maleta de Diego, sin embargo, estaba preparada para marchar y así permanece en el piso, donde la familia llora su pérdida y pone velas junto a una foto suya. El joven, que ya había adquirido la nacionalidad española, iba a pasar allí un mes de vacaciones con sus abuelos. El avión salió hacia Bolivia, vía Madrid, el mediodía del 24 de junio.

"Pensábamos irnos en dos o tres años, porque tengo también un niño de 10 meses y quería que creciera allí. Aquí solo nos dedicamos a trabajar, y no nos alcanza. Habíamos terminado de construir nuestra casa en Bolivia y queríamos buscar allí la tranquilidad", explica, desde una silla de su comedor, Meri Algarañaz, madre del joven fallecido. Ella está convencida de que, llegado el momento, Diego habría preferido quedarse en Barcelona.

Aunque le hace daño, Meri recuerda todo lo vivido desde que, a las 23.23 horas del miércoles, un tren arrolló a 30 personas que cruzaban la vía para celebrar la verbena en la playa de Castelldefels. Diego iba con una veintena de amigos, entre ellos Eduardo Silva, otro de los que no pudieron escapar. Antes de morir, sin embargo, los dos consiguieron poner a salvo a Patricia. La chica está a punto de ser dada de alta del hospital y desea, según explica Meri, verla inmediatamente a ella y a la familia de Diego. Lo necesita. Pero Meri no puede. "Ella está en una cama y mi hijo en un cajón. Sé que no ha hecho nada malo. Que me perdone, pero no puedo verla. No todavía", solloza.

Tras el choque, los amigos que resultaron ilesos buscaron a Diego en las vías. No le encontraron. Ni siquiera hallaron un detalle (una prenda de ropa, un objeto) que permitiera identificarle. Desde el principio temieron lo peor. Pero no se atrevían a llamar a Meri, de modo que se pusieron en contacto con los Mossos d'Esquadra. Sin demasiada información sobre el incidente, una patrulla llamó a casa de la madre de Diego para informarles de que su hijo se encontraba en un tren que había tenido un accidente. Podía estar muerto, herido o ileso, eso no lo sabían.

Tras una confusión -los Mossos la llevaron inicialmente a un tanatorio de Barcelona- fue trasladada al centro cívico de Castelldefels. La atención no fue demasiado buena, según Meri. "No nos daban ninguna información y el apoyo psicológico era más bien escaso. Estuvimos allí hasta las dos de la tarde. Al final, me dio un ataque de nervios", lamenta Meri, que sostiene en sus brazos a su otro hijo, un bebé moreno que ríe ajeno a la desgracia familiar.

Tras ser sometida a una prueba de ADN, la confirmación oficial de que Diego había muerto les llegó el viernes en el Instituto de Medicina Legal de la Ciudad de la Justicia. "Yo ya lo sabía de antes, pese a que los amigos de mi hijo intentaban ocultármelo. Me decían que no sabían nada, seguramente porque los psicólogos les habían recomendado que lo hicieran".

La mujer lamenta las noticias falsas que aparecen en Bolivia sobre la supuesta repatriación de su hijo. Lo cierto es que los cuerpos, algunos mutilados por el impacto del tren, aún no se han entregado a las familias.

CARLES RIBAS

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