El león de la Metro deja de rugir
Ni Slats ni Tanner ni Jackie podían saber desde sus jaulas de celuloide que el poderoso rugido de salutación al que les habían conminado los prebostes de la casa iba a convertirse en la más fatídica de las profecías, en el lamento ronco de un mundo en descomposición: el de los viejos estudios de Hollywood entendidos a la manera clásica, con sus productores e inversores omnímodos, sus eternas historias de poder y dinero y sus rutilantes estrellas pisando la alfombra roja con garbo y con ese inconfundible rictus de desdén hacia los pobres mortales. Ni Slats ni Tanner ni Jackie, leones de carne y hueso en sus respectivos roles de Leo, el león/emblema de la Metro, podían olisquear —ni siquiera sospechar las flores de ruina allá por los lejanos y felices estertores de los años treinta, cuando sus patrones acababan de catapultar a las pantallas (1939) la auténtica película-leyenda, aquel zambombazo comercial titulado Lo que el viento se llevó (Gone with the wind).
Los actuales dueños de MGM deben, poco más o menos,3.500 millones a sus acreedores
El año pasado, la Metro solo lanzó un título: la nueva y olvidable versión de 'Fame'
"¡Se puede meter el guión por su real agujero de culo británico!"
"Para muchos espectadores, MGM es metonímicamente Hollywood, lo superlativo"
"La MGM tenía cierto tufilloa productora policial. Eso sí, repleta de grandes estrellas"
Reliquia mítica pero también lamento premonitorio, el rugido del león simboliza ahora mismo el desmoronamiento de una cierta forma de pensar, rodar, financiar, exhibir y contemplar el gran espectáculo del cine. La entrada en bancarrota del gigante fundado en 1924 por el magnate Marcus Lowe tras la fusión de la Metro Pictures Corporation, la Goldwyn Pictures Corporation de Samuel Goldwyn y de la Mayer Pictures del todopoderoso Louis B. Mayer ha provocado un escalofrío en la industria del cine que puede ser tan solo la primera señal de alarma.
Los actuales dueños de MGM (mayoritariamente las compañías Sony, Providence y COMCast) deben, poco más o menos, 3.500 millones de dólares a sus acreedores, y el problema es que nadie parece decidido a desembolsar semejante suma. ¿Por qué ha llegado la major del león a esta situación de quiebra técnica? Sin duda alguna, por ese modelo inalterable en el tiempo y consistente en el autoconvencimiento de que cuanto más se invierta, aunque el agujero vaya haciéndose negro azabache, mejor que mejor, ya se sabe, "cuanto más debes más poder económico tienes" constituye una de las máximas favoritas entre las peligrosas aguas donde nadan los tiburones de Wall Street... y en este caso de Hollywood. La partición de la compañía en pequeñas empresas y la política de alianzas con otras compañías no salieron como se esperaba, y la MGM pasó —por primera vez en su historia a tener más gastos que ingresos: el A-B-C de las situaciones de alarma en el mundo de las finanzas.
Así que, sin querer darse cuenta o sin saber darse cuenta de las cosas, los cargos directivos de la Metro Goldwyn Mayer han tenido que asistir a la aplastante evidencia: "Ahora resulta que debemos mucho, demasiado, y la gallina de los huevos de oro con la que siempre salimos airosos ha dejado de poner". Para cuando los accionistas de la compañía decidieron echar mano de las soluciones drásticas y poner en la calle a algún peso pesado que no había hecho bien su trabajo, como el mismísimo consejero delegado, Harry E. Sloan, fulminado por el consejo directivo de MGM..., ya era demasiado tarde. 2009 vio venir la culminación del caos: la otrora imparable maquinaria de producir y estrenar películas inolvidables tuvo que limitarse el año pasado a lanzar... un título: una nueva y olvidable versión del musical Fame.
En el actual contexto del mercado del cine, con las ventas de DVD en caída libre, el martilleo incesante de la piratería, la aparición incansable de nuevas ventanas de exhibición y la incapacidad manifiesta de los directivos de la compañía para generar beneficios largos en lapsos de tiempo cortos (no como hace siete décadas, cuando estrenaban Ben-Hur, El mago de Oz o la propia Lo que el viento se llevó y llenaban de oro las arcas de la compañía y de paso adquirían indiscutibles espacios de honor en la Historia del Cine) han llevado a MGM al desastre. Y a la posibilidad nada descartable de tener que acabar vendiendo por tramos el colosal patrimonio de la major, compuesto por más de 4.000 películas, 205 premios Oscar y más de 10.000 horas de espacios televisivos.
Así que, de no llegar una milagrosa oferta superior a las hasta ahora recibidas (ninguna de ellas supera los 1.500 millones de dólares), podría colarse en los despachos de la MGM el fantasma de las rebajas. Y una de esas piezas de saldo podría ser ni más ni menos que la franquicia completa de James Bond, que por supuesto pasa por ser una de las joyas de la corona. Las 23 películas protagonizadas por el ya inmortal 007 al servicio de Su Majestad, con su desfile de malvados de catálogo, mujeres mareantes, perturbadores sex symbols masculinos, ultralujo al alcance de casi nadie y piruetas de acción basadas en rizar el rizo hasta la extenuación y trastocar lo imposible en tan solo improbable, podrían cambiar de manos: varias compañías, entre ellas de manera especial Lions Gate, ya han hecho saber su interés por el tesoro Bond.
Perdón..., ¿dijimos 23 películas? Craso error. Contando bien y siendo exactos, hay que hablar de 22 y no de 23, a no ser que se incluya como película Bond esa secuela de Quantum of Solace que estaba en preparación bajo la supervisión del mismísimo Sam Mendes..., hasta que los problemas de MGM la dejaron en barbecho. "Con motivo de la constante incertidumbre que rodea el futuro de MGM y del fracaso a la hora de poner en venta la compañía, hemos decidido suspender la producción del Bond 23 de manera indefinida", explicaban en abril a través de un comunicado los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, de EON Productions. EON posee desde hace 15 años los derechos para la realización de las películas de la saga, películas que son producidas bajo las siglas MGM. Hay que recordar que los dos últimos títulos de la colección, Casino Royale y Quantum of Solace, fueron coproducidos por MGM y Sony Pictures, y recaudaron más de 1.200 millones de dólares en taquilla. Ambas fueron protagonizadas por el nuevo chico Bond con el que habían dado Broccoli y Wilson, el británico Daniel Craig, sexto en la lista tras Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton y Pierce Brosnan y que también debía ser la estrella de Bond 23.
Pero no es 007 el único afectado por la hecatombe financiera de la Metro. El último y cruel teletipo sobre su estado financiero llegaba hace poco más de un mes, cuando el mexicano Guillermo del Toro anunciaba que abandonaba la dirección de uno de los proyectos más esperados del año por los aficionados, The Hobbit, basado en la novela homónima de J. R. R. Tolkien y precuela de la monumental saga de El señor de los anillos. Del Toro habló de "retrasos, complejidades contractuales y otros obstáculos" para explicar su decisión, que calificó de "traumática". El futuro de The Hobit, en manos del neozelandés Peter Jackson como productor, está ahora mismo en el aire y, en cualquier caso, sería un milagro que fueran las siglas MGM las que llevaran la película a las pantallas. El rodaje de la película tenía que haber arrancado el pasado mes de marzo.
Resulta complicado, además de triste, entender que el inmenso estuche de los sueños que fue la Metro Goldwyn Mayer durante al menos tres décadas se haya plantado de esta manera al borde del precipicio. Como bien escribía el cineasta francés Bertrand Tavernier en su colosal, erudito e implacable 50 años de cine norteamericano (elaborado junto al crítico y ensayista Jean-Pierre Coursodon), "para muchos espectadores, MGM representa metonímicamente Hollywood; el estudio de los superlativos: el de mayor presupuesto operacional (Louis B. Mayer sería, se ha dicho, el hombre mejor pagado de Estados Unidos), los mayores ingresos (y beneficios) incluso en los años malos, el mayor número de superestrellas y los más prestigiosos nombres".
Y no hay más que echar mano de la nómina de los astros que estuvieron en nómina de la casa y de los títulos que salieron de la factoría MGM para corroborar las palabras de Tavernier. La Metro era EL CINE: Lo que el viento se llevó, Ben-Hur, El mago de Oz, Un americano en París, Cantando bajo la lluvia, Avaricia, Doctor Zhivago, El motín de la Bounty, Quo Vadis?, La jungla de asfalto, 2001 una odisea del espacio, Freaks, Thelma y Louise, Blow-Up, Tarzán de los monos, Con la muerte en los talones, Una noche en la ópera... Greta Garbo, Clark Gable, los hermanos Marx, Douglas Fairbanks, Gary Cooper, Judy Garland, Charlton Heston, Vivien Leigh, Sean Connery... Buster Keaton, Victor Fleming, Alfred Hitchcock, Tod Browning, George Cukor, John Ford, Howard Hawks, John Huston...
El inicio de semejante colección fue obra, sin duda, del omnipotente, multimillonario y controvertido Louis B. Mayer, un tipo que entre otras cosas se las ingenió para hacer creer al mundo que había sido directamente él quien había producido la película de las películas: en realidad, Lo que el viento se llevó fue producida por David O. Selznick, pero Mayer obtuvo los derechos mundiales de distribución de la película y consiguió que el anagrama MGM apareciera en los créditos a un tamaño más que respetable.
Sin embargo, no todo fueron parabienes hacia el quehacer artístico y empresarial de este personaje irrepetible en la historia del cine. Ni Mayer ni quien fuera su mano derecha durante 14 años (Irving Thalberg, el director de producción del estudio, fallecido en 1937) quisieron nunca apartarse de la senda que se habían trazado, y cuyo lema no era otro que el de MGM, "diversión sana para toda la familia".
Esa vocación de vaya al cine a divertirse, no a pensar se plasmó en algunas de las prácticas históricamente más criticadas de Mayer y de sus sucesores: control férreo de los directores de las películas y del contenido de las mismas, negativa casi rotunda a rodar en exteriores, rechazo de temas que pudieran resultar molestos (excepto la brutal y genial Freaks de Tod Browning, una de las más geniales anomalías de la historia del cine, una película protagonizada por un grupo de actores no profesionales aquejados de terribles malformaciones congénitas que primero fue un escándalo y luego un éxito, sin que se sepa a día de hoy cómo es posible que fuera tolerada por Mayer), intentos de suspensión del estreno de aquellas cintas que los tiburones de la casa consideraban dudosas... (por ejemplo, La jungla de asfalto, de John Huston, que Louis Mayer aceptó producir pero que en verdad no soportaba).
Sin ir más lejos fue el propio Irving Thalberg, por supuesto con el consentimiento de su jefe Louis B. Mayer, quien obligó a cortar un sinfín de escenas en las películas de los hermanos Marx. ¿El objetivo? Cercenar la excesiva y peligrosa diarrea verbal de los Marx y sustituirla en gran medida por intermedios musicales y un alto contenido sentimentaloide que poco o nada tenía que ver con el espíritu de Groucho y los demás.
Lo cierto es que comparada con otros grandes estudios de la competencia mucho más abiertos y libres, como la legendaria RKO que produjo el King-Kong de Schoedsack y Cooper, la MGM tenía cierto tufillo a productora policial o a asociación de amigos de la moral. Eso sí, repleta siempre de grandes estrellas del cine. Estrellas a veces estrelladas, como la mismísima Vivien Leigh, principio y fin junto a Clark Gable de Lo que el viento se llevó, quien en medio del rodaje de la película se las tuvo tiesas con el director Victor Fleming. Harto de que la actriz tratara una y otra vez de cambiar los diálogos con el fin de dulcificar el personaje de Scarlett O'Hara, el iracundo e intransigente Fleming (el mismo que ya se había atrevido con anterioridad a abofetear en público a Lana Turner por un quítame allá esos planos) le espetó una frase que quedó en los anales de las broncas del cine: "¡Se puede usted meter el guión por su real agujero de culo británico!".
Solo la llegada de Dore Schary a la Metro en 1948 como vicepresidente de producción logró cambiar un poco la filosofía de la casa en lo relativo a cierta asunción de riesgos éticos y estéticos. Eso sí: su desembarco provocó a la vez un enfrentamientio directo con Mayer, quien pidió a Nicholas Schenck, el patrón supremo de Loews —la casa madre de la MGM—, la cabeza de Schary. Schenk zanjó la cuestión otorgando a Dore Schary amplias atribuciones en la elección y desarrollo de proyectos. Y fue así como la Metro Goldwyn Mayer pudo rodar películas como la propia La jungla de asfalto de Huston, Han matado a un hombre blanco, un auténtico manifiesto antirracista basado en un libro de Faulkner y dirigida por Clarence Brown, o Incidente en la frontera, de Anthony Mann, sobre la explotación de los trabajadores agrícolas inmigrantes.
Pero desde sus contradicciones de imperio financiero y fábrica de sueños, de nido de víboras y cuna de mitos, la Metro Goldwyn Mayer subsiste en el inconsciente de generaciones de aficionados al séptimo arte como lo que es: uno de los emblemas dorados de la historia del celuloide. El templo que consagró a Greta Garbo, el inmenso escenario donde transcurrió la historia del musical (Cantando bajo la lluvia y Un americano en París fueron consideradas siempre dos de las mayores expresiones del género), la casa de Scarlett O'Hara y sus amores desgraciados, el circo romano donde Mesala y Ben-Hur dirimían sus odios, el submarino nuclear a punto de aniquilar la tierra antes de que lo impidiera 007, la inmensa mesa de dibujo de donde salían las obras maestras del tándem Hannah-Barbera, los padres de Tom y Jerry, y de Tex Avery...
Ahora, al blasón dorado le ha salido roña y el mito corre peligro de muerte. Claro que, bien mirado, no es la primera vez que el dinero (o la falta de él) amenaza al coloso. Allá por 1952, sus ejecutivos, con Nicholas Schenck a la cabeza, tomaban la decisión de bajarse el sueldo entre un 25% y un 50%. La MGM se parecía más a una ballena varada incapaz de reacción que a una empresa capaz de seguir forjando sueños; el futuro le había llegado demasiado rápido, tanto, que la había aplastado. Incapaz de adaptarse a las nuevas técnicas y estrategias de producción, conscientemente ajena al devenir de las producciones televisivas y en caída libre, la Metro Goldwyn Mayer se encontró de la noche a la mañana con un milagro, un milagro titulado Ben-Hur, 11 oscars de la Academia y una auténtica porrada de millones reinyectados en sus arcas. No parece fácil que el milagro se repita. No parece sencillo que Leo, el león de la Metro, reproduzca su rugido en las pantallas de todo el mundo con la misma exhibición de poder. La Metro en bancarrota o... ahora sí, lo que el viento se llevó.
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