'La ciudad muerta' resucita
Steinberg dirige en el Real la brillante ópera de Korngold
Salta a la vista y al oído que se trata de una obra brillante. Pero absolutamente gafada. Ahora, 90 años después de su estreno, vive un auténtico renacimiento en todo el mundo. La ciudad muerta, de Erich Wolfgang Korngold, se estrena hoy en el Teatro Real con montaje de Willy Decker y la dirección musical de Pinchas Steinberg. "Es la ópera más complicada que he dirigido", asegura el maestro israelí.
Ese juicio no parece gratuito. La obra del compositor austriaco y judío lleva dentro la espectacularidad de la emoción. Un sello que en la Viena de los años veinte, cuando se imponían las rupturas del dodecafonismo de Schönberg o Berg, empezaban a ser mal vistas. Pero Korngold las explotó, con solo 23 años, como declaración de principios. Lo hizo aunando dos de las corrientes que más le interesaban y conducían hacia el hermanamiento de Wagner, Strauss y Puccini. "Hay que controlar cada compás de La ciudad muerta y estar muy atento. Si no sujetas todo el torrente de sonido, se puede desbocar", asegura el director.
El director resalta la capacidad de esta obra para detener la emoción
Duro trabajo el que tiene Steinberg estos días en Madrid con Klaus Florian Vogt y Manuela Uhl en el reparto. Pero le merece la pena. Se ha empeñado en hacer justicia a una obra que vivió su calvario desde el estreno en la Viena de 1920. Entonces la ningunearon a fondo. Comparaban la intención de un auténtico niño prodigio -Mahler dijo de él que era el más grande desde Mozart- con copias a Wagner y a Strauss. "¿Y qué?", se pregunta el director, "toda la música viene de alguna parte. Lo importante es que Korngold consiguió su propio lenguaje".
El nazismo truncó su total dedicación a la ópera o el ballet, para los que ya había compuesto piezas brillantes a los nueve años. Sin embargo, le abrió otro futuro. Emigró a Hollywood y allí marcó época e influyó en compositores como Mark Hermann (músico de cabecera de Hitchcock) o más tarde en las obras de John Williams (creador de los sonidos de Spielberg o Lucas). Ganó dinero, algún que otro Oscar y fama por sus partituras para Robin de los bosques o El capitán Blood. Ese trabajo multiplicó el desprecio de los autores cultos. Algo que perdura hoy.
Pero hubo más motivos para el gafe de la obra. "Su padre", comenta Steinberg. Era hijo de uno de los críticos más voraces de la época, lo que le cerró las puertas de varios teatros a la consigna de "ni agua para un Korngold". A su regreso tras la II Guerra Mundial a Viena no le recibieron con los brazos abiertos. "Es que entonces también despreciaban a Mahler. Hoy nadie se acuerda, pero fue Bernstein quien le introdujo en los años sesenta", aclara Steinberg. Faltaba tiempo aún para que a los vieneses les marcara y les llegara dentro esta historia de amor, locura, muerte y espejismos, basada en la obra de teatro Le mirage y la novela Bruges-la-morte, ambas de George Rodenbach.
Según Steinberg se trata de una obra que ayuda a detenernos en la emoción. "Nos obliga a parar, a degustar cosas muy profundas por dentro. Ahora todo es rápido, rápido. Hacemos fast music, los directores de orquesta si no montan el circo a base de gestos no triunfan. Es arte visual. Miramos, pero no escuchamos. Hoy Furtwängler o Bruno Walter no habrían llegado a ningún sitio con su sobriedad".
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