Sueños pobres
Tenía todas las bazas en contra. Una secular miseria, un régimen milenario absolutista, el desigual reparto de la riqueza, una pobreza endémica y, para terminar de arreglarlo, cierta dosis de arrogancia que mal se compaginaba con la realidad. Porque fue cierta la grandeza del Siglo de Oro, no solo en el campo de las Letras y las Artes, donde fueron pocos los favorecidos, con apenas capellanías o mercedes ratoniles. No sé si el mejunje de razas, religiones, origen y linajes estuvo mal dosificado, pero el producto final fue de mala calidad. Sin menospreciar, al contrario, las veces en que se echaba la vida sobre el tapete, casi siempre sobre la carta perdedora, como última vez, en la revuelta contra Napoleón. Y los mil enjaretados episodios de la conquista de un Nuevo Mundo, donde la codicia y el crimen se codeaban con el amor al prójimo hasta hacerle como uno o convertirse en el otro.
La quiniela y la lotería fueron durante años un consuelo para la gente y una 'máquina fiscal'
Por contera, un comienzo de siglo envilecido por la guerra de Marruecos, mal llevada, que curtió a los militares en su oficio y les mostró también la intendencia de la rapiña. Y una brutal contienda civil, que empalmó con la IIª Europea. Panorama desolador, en lo sentimental, porque no liquidó ninguna disputa, y en lo material, arruinando las pocas cosas que tenía un país pobre. Madrid era el ombligo y la referencia de tan detestable situación. Para duradero tiempo de miseria no hay mejor recurso que la imaginación. La gente más robusta, capacitada y útil se fue al exilio, donde ganar la vida y enviar ahorros. Y aquí, había que arreglárselas de mil modos. Sin alharacas se comenzó a confiar en la providencia: en plena guerra se lanza la ONCE, que durante tantos años fue el mínimo consuelo de los pobres, con el reclamo que quería ser animoso: "Los veinte iguales, para hoy", en principio despachado por gente menesterosa y luego enfocado hacia los minusválidos, consiguiendo una poderosa y útil organización que ha tenido gran fortaleza económica y propiciado considerable beneficio social.
A la boca del metro, la gente compraba "los ciegos", junto al pan y el tabaco: "Lo tengo rubio, lo tengo negro", organizada una tupida red de "estraperlistas" que aún no se llamaba mercado negro. Creo que una actividad aneja a la más cerrada de las dictaduras es el latrocinio. Alguien dijo, no sé si de la Italia fascista o de España, que eran dictaduras atemperadas por la corrupción, y gracias a esa laxitud, perfectamente compatible con los juicios sumarísimos, el país iba saliendo adelante.
Había algo, no sé si instintivo o deliberado, en camuflar los impuestos con exacciones que parecieran voluntarias, orillando cuestiones éticas. No se quería dar la sensación -al menos eso deduzco- de una presión fiscal sobre carnes demasiado entecas, pero hacía falta dinero, bastante dinero para remediar tanto estropicio.
Otra menuda tasa, recibida de buen grado, fue la quiniela futbolística, ligada a la dosis de sopor mental que suponía el entusiasmo por las hazañas de 22 jóvenes en un estadio. Fue tempranera, tuvo inicio balbuceante el año 1946, pero con un planteamiento dificultoso de entender y poco atractivo. Es en el 48 cuando se establece la fórmula 1X2, costando el boleto dos pesetas. Ahí "picaron" los aficionados y los legos, especialmente al publicitarse los primeros premios suculentos. Era la respuesta a las generalizadas plegarias del pueblo español: por unos cuantos reales, algo parecido a la fortuna. Todo esto, como puede imaginarse, compatible con la Lotería Nacional, el décimo imbatible, el Gordo de Navidad, la pedrea consoladora.
Puede decirse que las quinielas marcaron un hito, especialmente cuando pasó su bautismo de sangre. Porque en cierta ocasión, tres o cuatro años después de instaladas, por su causa, un hombre mató a otro. Ya tenían crimen las quinielas y se perpetró para robar a un paisano cierta cantidad que el homicida empleó íntegramente en comprar boletos y rellenarlos, en pos del "gran pelotazo". El suceso fue descubierto y arrestado el autor, que de su insensato delito apenas obtuvo tres o cuatro boletos con cuatro aciertos. Ratifica que el crimen no paga. Aparte este trazo rojo, la sociedad civil de aquellos años vivía, recelosa y desarmada, renovando, como inteligentemente remacha aún hoy su propaganda, la ilusión de todos los días. Porque era muy cierto que, las fechas, las horas previas al sorteo semanal proporcionaban al madrileño la posibilidad de soñar con la fortuna.
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