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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gesto político

Zapatero necesita una remodelación ministerial si quiere recuperar un mínimo de autoridad

El debate sobre el estado de la nación, previsto para mediados de julio, se perfila como la última ocasión de que dispone el presidente Zapatero para acompañar su reciente, y correcto, giro económico con un gesto político que le permita recobrar, si no la credibilidad dilapidada, al menos el mínimo de autoridad imprescindible para encarar la elaboración de los nuevos Presupuestos. En la actual coyuntura económica, y al menos hasta constatar los apoyos parlamentarios de que disponga el Gobierno para aprobar las cuentas del próximo año, las alternativas teóricas para realizar ese gesto son limitadas. En realidad, se reducen a la solicitud de un voto de confianza al Parlamento y a la remodelación del Gabinete, improcedente mientras España ejerza la presidencia de la Unión Europea, que concluye este mes.

La cuestión de confianza es desaconsejable no solo porque la votación de las resoluciones del debate sobre el estado de la nación será un signo inequívoco de la situación parlamentaria en la que se encuentra el Gobierno; lo es también, y sobre todo, porque el riesgo de añadir incertidumbre política a la difícil situación económica es mayor que el eventual beneficio que cabría esperar. Podría darse la paradoja de que, aun en el supuesto de que Zapatero reuniese la mayoría requerida, no por ello obtuviera la confianza en el sentido político fuerte que exige este tiempo. Entre otras razones, porque la pérdida de esa confianza se debe principalmente al hecho de que el equipo de Zapatero está amortizado, en unos casos por la escasa autonomía que le ha concedido, desautorizando sus decisiones, y en otros por un problema de origen, que remite a la frívola selección de algunos de sus componentes.

Sin una crisis de Gobierno, es previsible que la situación política siga deteriorándose hasta dejar a Zapatero sin margen de maniobra justo cuando más lo necesite. Pero, de llevarla a cabo, la crisis no puede parecerse a las que ha realizado en el pasado, inspiradas por criterios que nada tienen que ver con la competencia técnica ni el talento político. Un Gobierno es algo muy distinto de la dirección de un partido o de un reclamo propagandístico, más cuando se trata de afrontar la más grave coyuntura económica desde 1929. El desafío que tiene ante sí Zapatero es de tal magnitud que carece de sentido vincular la formación de un nuevo equipo al calendario electoral, como también posponerla alegando argumentos tan débiles como que es necesario que los actuales titulares de los diversos departamentos lleven a cabo el recorte del gasto público ya decidido.

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Más que en ningún otro momento, Zapatero está solo frente a sus responsabilidades. Mantener a su partido en el poder es, sin duda, una de ellas, pero no será esa por la que se le juzgue. La crisis económica ha mermado gravemente la riqueza del país, y existe un creciente riesgo de que arruine el esfuerzo de muchos años. Los pasos para evitarlo están contados, y son pasos que, tanto política como institucionalmente, solo esperan la decisión de Zapatero.

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