Las figuras, en el abismo
Una sensación de profundo desencanto se apoderó de la plaza cuando Talavante acabó con el sexto de la tarde, con el que se había comportado como un vulgar pegapases sin justificación alguna. Otra buena corrida desaprovechada y tres figuras de cartón piedra, incapaces de dibujar un capotazo o un muletazo que mereciera la pena. ¿Qué está pasando? ¿Qué ocurre para que algunos de los toreros más interesantes del escalafón pasen por esta feria con mucha pena y ninguna gloria? ¿Qué pasa para que se les haya olvidado qué es el toreo, lo que es parar, templar y, sobre todo, mandar?
Es una muestra inequívoca de la decadencia que está viviendo la fiesta. Es gravísimo que no haya toros; pero no lo es menos que no haya toreros. Porque una cosa es dar pases, y, otra muy distinta, torear. Los que hoy se visten de luces y cortan orejas y rabos por esas plazas de provincias lo hacen ante toros supuestamente desmochados y públicos divertidos y alegres sin exigencia alguna. Y llegan a Madrid y hacen lo mismo. Y dan miles de pases insulsos que no interesan a nadie, y se colocan mal -a consecuencia de una mala y fea costumbre- y parecen no entender cómo la plaza no hierve con su faena. Han perdido la concepción fundamental de lo que es el toreo; quizá es que se ha perdido y sólo aparece de higos a brevas y la gente cree estar asistiendo a un milagro. Quizá, sea así.
TERRÓN, DEL CUVILLO / MOURA DÍAZ, PERERA, TALAVANTE
Un toro despuntado para rejoneo de Luis Terrón, manso y descastado,
y seis de Núñez del Cuvillo, bien presentados, cumplidores en el caballo, muy nobles los tres primeros y sosos los demás.
Joao Moura: dos pinchazos y rejón trasero (silencio).
Curro Díaz: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo hondo y dos descabellos (silencio).
Miguel Angel Perera: estocada tendida (oreja); media tendida (silencio).
Alejandro Talavante: casi entera ladeada y un descabello (ovación); media tendida (silencio).
Plaza de Las Ventas. Miércoles, 19 de mayo. Decimocuarta corrida de la feria de San Isidro. Lleno.
Lo de ayer fue, una vez más, demencial, inexplicable, insólito e increíble. Las figuras, en el abismo. Lo de ayer fue para borrar del escalafón a estos tres señores por su lamentable lección de incompetencia torera. Lo de ayer les ocurre a tres muchachos con aspiraciones de gloria y esta mañana estarían en la cola de una academia para solicitar un curso de informática.
Pero eran figuras: los señores Díaz, Perera y Talavante; y, claro, a las figuras se les perdona casi todo. Porque si se las manda a la academia -que es donde tenían que estar esta mañana- hay que cerrar las puertas del espectáculo y se acaba el negocio. Y con las cosas de comer no se juega.
Por eso, siguen estos tres señores y otros como ellos. Porque, a pesar de todo, la plaza se llena cada tarde a la espera desesperante de que llegue un mesías que nos redima de tanto pecado cometido por otros y sufridos por todos.
Díaz, Perera y Talavante convirtieron ayer la fiesta en una miserable farsa, en el timo de la estampita. Porque toda la corrida se fue sin torear, lo que resulta inadmisible para los poquísimos toros que colaboran al espectáculo.
Ahí tienen el caso de Curro Díaz, quien, por cierto, resultó herido en la región dorsal entre el primer y segundo dedo, con probable lesión tendinosa, al recibir un derrote del cuarto tras intentar descabellar. Lamentable lo suyo porque no justificó en modo alguno su inclusión ante la ausencia de Manzanares. Quizá, tuvo un mal día, pero se le vio afligido, sin ánimo y sin ideas. El capote lo utilizó para colocárselo delante y con la muleta dio un recital de pésima colocación. Mal sin paliativos en su noble primero y sin recursos ante el cuarto, que punteaba los engaños.
¿Qué le pasará a Perera? ¿Dónde está ese torero heroico con mando en plaza que hace nada deslumbró a esta afición? Mustio se le vio, como un náufrago ante el dulce primer toro que le tocó, al que se arrimó pero no consiguió dar un pase aceptable. Le molestó el viento, es verdad, y se llevó una voltereta de aúpa. Pero gracias al revolcón y al arrimón final le concedieron una oreja de juguete. Pesadísimo ante el soso quinto, quiso remediar lo irremediable.
Y a Talavante le tocó en suerte un toro, el tercero, que le ofreció las dos orejas en bandeja, y el torero, con esa displicencia que le caracteriza, no las aceptó. Se lució en una primera tanda de naturales, a la que el toro embistió de largo, con fijeza y codicia, y se acabó. Siguió con el pico, se dejó enganchar la muleta y quiso tapar su ineptitud con adornos pintureros. También embistió, pero menos, el sexto, y con la tarde vencida, aburrió.
Abrió plaza el rejoneador Joao Moura, hijo, sobrio y sin brillo ante un toro manso que le permitió escaso lucimiento.
Babelia
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