"¿Para qué escribir si no es para hacer una obra maestra?"
Hernán Rivera Letelier, que en julio cumplirá 60 años, nació en Talca, en el sur de Chile, pero él dice que su pueblo es Algorta. No se refiere al barrio de Guecho, en Bilbao, sino a uno de los 300 poblados salitreros que durante décadas salpicaron los 1.000 kilómetros del desierto de Atacama, el más árido del mundo, en el interminable norte chileno.
"El dueño era vasco y le puso Algorta. Me llevaron allí con tres meses. Éramos pobres como ratas y andábamos a patadas con los piojos, pero tuve la infancia más feliz del mundo porque el desierto era mi patio de juegos", cuenta el autor. De su experiencia de 30 años como obrero en las minas de salitre surgió El arte de la resurrección, la novela que le ha valido el XIII Premio Alfaguara, que hoy recibe en Madrid.
Rivera Letelier recuerda que se estrenó como escritor con otro premio, a los 18 años. Había hecho un alto en el trabajo para viajar de mochilero y el hambre fue su inspiración: "Llevaba una semana sin comer caliente y vi que había un concurso de poesía. El premio era una cena y me la gané". Tuvo no obstante, que esperar a 1995 para dejar la mina. Un año antes publicó La reina Isabel cantaba rancheras y pasó "de proletario a propietario". Quemó todas las naves y se dijo: "Ya no le trabajo un puto día más a nadie. Una de mis pesadillas es que vuelvo a trabajar". Luego vendrían 10 títulos y El arte de la resurrección, que narra la historia del Cristo de Elqui, un iluminado de los años cuarenta que se creía la reencarnación de Jesucristo y encontró en el desierto a su María Magdalena, una prostituta devota de la Virgen que apoyaba a los mineros en huelga.
El escritor chileno -hijo de un predicador evangélico- dice sin pestañear que la novela le ha salido bien: "Ironía aparte, la falsa modestia me da asco. Cuando digo 'esta obra me quedó buena' es que lo siento. Pero no lo digo a la primera versión, lo digo a la quinta, cuando he transpirado la gota gorda. Cuando me siento a escribir soy el mejor de todos. Qué García Márquez, qué Vargas Llosa... yo. Pero en mi metro cuadrado. Salgo de ahí y mi mujer me manda a comprar pan".
Para Rivera las razones caen por su peso: "¿Para qué escribir si no es para hacer una obra maestra? Que salga o no...". Él se fía poco de la crítica: "Lo único que tiene un crítico para juzgar una obra es la cabeza, pero una novela se escribe con la cabeza, el corazón, las tripas y los cojones". Aunque el escritor no quiere "apellidos" para su novela -"soy un contador de historias, no un intelectual"- la carga crítica en El arte de la resurrección es evidente. "Es imposible hacer una novela rosa sobre la pampa", dice. También dice que los mineros fueron "explotados", que el clima es "de mierda" y el paisaje, "estéril", pero que la solidaridad rescató lo que allí había de humano: "Si en algún pueblo del mundo sus habitantes se pueden ir a dormir sin cerrar la puerta de su casa, están en el paraíso".
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