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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un número abre el abismo

Javier Vallejo

Entre el Mahabharata que vimos hace 25 años en los estudios Bronston y los últimos montajes de Peter Brook hay la misma diferencia que entre una verdura en la mata y su cogollo: atravesados muchos umbrales, el maestro ha ido soltando equipaje hasta quedarse con lo puesto. En su espectáculo postrero, cuando llegue, intuyo que habrá sólo luz y la sombra de sus actores en el espacio vacío. Quizá en El gran inquisidor y sobre todo en Warum! Warum! la desnudez era calculada más que destilada, pero en este 11 y 12 estrenado en el Festival de Otoño hay un sabio paso atrás, una vuelta a la difícil sencillez de espectáculos anteriores como Tu mano en la mía o Sizwe Banzi ha muerto.

En realidad, 11 y 12 es una versión renovada de Tierno Bokar, homenaje a un místico integrador de la tradición sufí con tradiciones africanas, que predicó la tolerancia en su Mali natal en medio de enormes tensiones religiosas y políticas. Brook conoció en París a un alumno suyo, Amadou Hampaté Bâ, que le fascinaba con las historias del maestro, llenas de anécdotas significativas, alegorías y ejemplos. A la manera de los cuentos orales sufíes, 11 y 12 narra la historia de Bokar a través de los ojos de Hampaté, pero también la de un pueblo ocupado por los franceses y al borde de la guerra civil por un quítame allá esas pajas. El título del espectáculo se refiere a una oración clave, que los seguidores de la tradición más pura rezaban once veces consecutivas y el resto, doce.

11 y 12

A partir de un texto de Amadou Hampaté Bâ.

Adaptación: Marie-Hélène Estienne.

Intérpretes: Makram J. Khoury, Antonio Gil Martínez, Tunji Lucas, Jared McNeill, Khalifa Natour, Abdou Ouologuem y Maximilien Seweryn. Música: Toshi Tsuchitori.

Dirección: Peter Brook.

Matadero. Hasta el 18 de mayo.

Tan sutil diferencia desembocó por un conflicto familiar en luchas sangrientas y destierros. Eso es lo que los estupendos actores de Brook nos cuentan como un juego de niños, encarnando alternativamente a personajes masculinos y femeninos, africanos y europeos y saltando de la acción a la narración sin esfuerzo visible, como atletas acostumbrados a correr la banda del escenario hasta la línea de fondo para centrar el relato desde allí en busca del compañero mejor situado.

En el escenario negro cubierto por un tapiz rojo enorme, que, en su diálogo con el de la pared del fondo parece estar diciendo que arriba y abajo, todo es lo mismo, tres troncos hendidos colocados verticalmente delimitan un área de juego que nos transporta desde los acantilados verticales de Bandiagara hasta las orillas de un río, pasando por la residencia del gobernador, colaboracionista con el régimen de Vichy. Hay mucha mística entreverada, algunas pinceladas políticas y cierto poso de retórica en lo que se nos cuenta con una adecuación fascinante entre fondo y forma.

En estas historias de fe, amor al conocimiento, fratricidio y persecuciones de quién intenta defender lo justo por encima de lo conveniente resuenan otras luchas y persecuciones de nuestro pasado y presente: todo sucede igual en todas partes.

La historia avanza, la ambición permanece. Prefiero 11 y 12 a Tierno Bokar, la versión original con actores francohablantes estrenada en el Grec de Barcelona en 2004. Al nuevo montaje, más conciso y luminoso, Brook le ha quitado un final donde se autocopiaba: era idéntico al de Tu mano en la mía.

Un momento del montaje de Peter Brook <i>11 y 12</i>.
Un momento del montaje de Peter Brook 11 y 12.
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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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