Ambicioso, tenaz y con una gran confianza en sí mismo
Una fotografía de David Cameron a los 10 años, ya encaramado a la tarima con pose de político, fue publicada por la prensa británica tan sólo horas antes de que el líder conservador posara triunfante ante al número 10 de Downing Street. La versión adulta de aquel niño que, al parecer, siempre quiso ser primer ministro acababa de cerrar un acuerdo de coalición que le procuraba la llave del Gobierno. Ambicioso, en ocasiones brillante, Cameron daba lo mejor de sí mismo durante los cinco días de negociación que precedieron a esa noche del lunes: su enorme confianza personal y una decidida voluntad de compromiso.
Quienes le aprecian nos dibujan el retrato del idealista por encima del ideólogo; el sector más recalcitrante de los tories no ve, en cambio, con buenos ojos ese hiperpragmatismo que define su carácter y que, precisamente, ha allanado el pacto con los liberal demócratas. En ese terreno común Cameron y Nick Clegg pueden entenderse bien, a pesar de sus posiciones tan enconadas sobre Europa o la inmigración. Esa necesaria sintonía es la que irrita sobremanera al viejo stablishment conservador, dispuesto a reprochar al joven líder (43 años) su incapacidad para obtener una mayoría en las urnas que les ahorrara tener que hacer concesiones. Van a vigilarle atentamente. Si David William Donald Cameron es uno de los suyos, también se esfuerza en no parecerlo demasiado.
El viejo aparato político de los conservadores le vigilará atentamente
Esa estrategia le permitió hacerse con el liderazgo del partido, contra todo pronóstico hace cinco años, al cultivar un perfil y un discurso más abierto a la sociedad, una suerte de derecha centrista capaz de reconquistar el poder tras 13 años en la oposición. Su discurso en aquel congreso, espontáneo y sin notas, ganaba el primer asalto de la batalla de la imagen. Y en definitiva, buscaba aportar a los tories unos aires modernizadores a imitación de lo que hiciera Tony Blair en el campo laborista.
Al timón del proyecto, un cachorro de las élites educado en el colegio de Eton, y que después compartió juergas en el decadente Bullingdon Club de Oxford (jóvenes que exhibían su insolencia ataviados con esmoquin) y que, por supuesto, acabó recalando en el Partido Conservador, primero en el departamento de investigación y luego como asesor de los ministros de Economía e Interior. Tras un paréntesis de siete años como ejecutivo del conglomerado mediático Carlton Communications, obtuvo su primer acta de diputado en 2001. Entonces ya estaba casado con la aristócrata Samantha, una compañera que amplió sus círculos sociales y con quien compartió la tragedia de perder a un hijo, Ivan, aquejado de parálisis cerebral y epilepsia. Desde entonces, Cameron no ha dejado de subrayar el agradecimiento a la sanidad pública (NHS) por los cuidados que recibió el pequeño, un gesto también político que subraya su mensaje de conservadurismo compasivo. Porque en el fondo estamos ante un político que recela del papel del Estado en pro de esa gran sociedad que para muchos trabajadores es básicamente sinónimo de recortes presupuestarios.
¿Quién es realmente David Cameron? Es la pregunta que se plantean muchos británicos sobre el primer ministro británico más joven de los últimos dos siglos (43 años). Más enigmático de lo que parece, él nos brinda la imagen del padre de familia (Samantha está embarazada de su cuarto hijo) que sintoniza con el Reino Unido de hoy, del político dispuesto a desmarcarse de un férreo ideario en aras del posibilismo y de un carácter ante todo dialogante. Aunque ello no signifique que a la hora de tomar las riendas vaya a temblarle el pulso.
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