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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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¿Adiós Europa?

Moisés Naím

Comenzó con una tragedia griega, siguió con una zarzuela española y puede culminar con una explosiva ópera alemana. La actual crisis económica europea crece, se diversifica y complica. Si sigue así puede acabar con el proyecto más imaginativo e innovador de la geopolítica mundial: la integración europea. El ambicioso objetivo de consolidar a Europa como un actor económico bien integrado y un protagonista político cohesionado en el escenario internacional es indispensable para los europeos y bueno para el resto del mundo. Europa no podrá defender eficazmente sus intereses, mantener los estándares de vida a los que se han acostumbrado sus habitantes y ser un jugador relevante en el mundo si se vuelve a fragmentar. Lamentablemente, una Europa menos integrada ha dejado de ser tan inimaginable como lo era hasta hace unos meses.

Más Europa no debe significar más Bruselas, más burocracia, ni más incompetencia

Hay dos escenarios para la poscrisis: uno se llama más Europa; otro, menos Europa. Este último es el que se va a imponer si no cambian drásticamente tres cosas: las políticas económicas de los Gobiernos; la impunidad con la que políticos oportunistas, tanto en el Gobierno como en la oposición, le mienten al público acerca de la gravedad de la situación y, muy importante, la complacencia de un público propenso a repudiar a los políticos que le dicen la verdad. Menos Europa es lo que resulta de una solución para Grecia que dentro de unos meses se mostrará insuficiente e implicará la necesidad de un nuevo socorro financiero. El socorro actual no aparece a tiempo ni en las cantidades suficientes y así el crash griego se profundiza, contamina y debilita aún más a los otros países débiles de Europa. España, Portugal e Irlanda gritan a los cuatro vientos "¡no somos Grecia!". Es una afirmación relativamente cierta pero que encubre el hecho de que su estabilidad económica es cada vez más precaria y sus vulnerabilidades cada vez más peligrosas.

Mientras tanto, una Alemania tan rica como reticente a apostar sus riquezas en el rescate de sus socios mediterráneos interviene con decisiones tardías y parciales, moldeadas por la percepción de que su apoyo al proyecto europeo ha tenido costes intolerables para su población.

Chinos, hindúes, petroleros árabes y otros países ricos en reservas dejarían de tratar al euro como una moneda equivalente al dólar estadounidense y algunos países europeos lo abandonarían. Un ambiente de sálvese quien pueda y cada uno por su cuenta comienza a permear las cumbres europeas. Muchos aplauden el desprestigio y debilitamiento de la burocracia en Bruselas y el vídeo más popular en Internet es uno donde Lady Gaga reemplaza a Lady Ashton como Alta Representante de la Política Exterior de la Unión Europea.

En este escenario, Alemania y Francia seguirían siendo países de peso en el orden mundial y Reino Unido, gracias a su relación especial con los Estados Unidos, gozaría de más relevancia de la que justificaría su menguado poder económico. Obviamente, Europa seguiría existiendo y emitiendo ruidos que emulan los que haría un continente verdaderamente unido, económicamente sano y políticamente coordinado. Pero el resto del mundo oiría estos ruidos con una burlona sonrisa, sabiendo que proceden de un continente que salió de esta crisis siendo menos de lo que era antes y mucho menos de lo que hubiese podido ser.

Este escenario es una desventura que hay que impedir. Menos Europa no es inevitable y Más Europa no es solo deseable, sino que es posible. Más Europa no debe significar más Bruselas, ni más burocracia, ni más vergonzosos despliegues de incompetencia como los que hemos visto en la selección de los líderes de Europa, en el manejo de la crisis del tráfico aéreo producido por la erupción del volcán impronunciable ni por el patético manejo de la crisis de Grecia.

Más Europa se construye a partir de líderes que saben cómo explicarle a sus compatriotas que sus hijos estarán condenados a tener estándares de vida inferiores a los que disfrutaron ellos a menos que las economías europeas se reformen e integren de manera más profunda que hasta ahora. Que Europa tiene que pasar por dolorosos ajustes que incluyen el reconocimiento que es imposible ganar cada año más a menos que se produzca cada año más. Que los sindicatos deben permitir más competencia en el mercado de trabajo, los empresarios más competencia en el mercado de bienes y servicios y que las exuberantes ganancias de algunos bancos son manifestaciones de distorsiones a corregir en los precios del riesgo. Que es miope para alemanes, franceses y otros que han acumulado inmensas reservas el mantenerlas bajo el colchón mientras Europa se fragmenta, cosa que a la larga va contra sus intereses.

Estamos en uno de esos momentos donde el temple, la audacia y la visión de los lideres puede alterar las trayectorias de sus sociedades y cambiar la historia. La oportunidad de construir Más Europa está allí para quienes sepan aprovecharla. mnaim@elpais.es

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