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AL CIERRE
Columna
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'Bye-bye', Itziar

La primera fase de la reforma de Ciutat Vella fue un éxito porque se hizo con espíritu quirúrgico. Un equipo con criterio y con poder, una espléndida conexión entre la política y la gestión y, cosa indispensable, las personas que conocían la materia desde dentro y actuaban como guías en la selvática espesura de la realidad. Se actuó casa por casa -edificios y personas-, quién era quién, qué necesitaba y de qué ejercía. Lo que sobraba, fuera, pero con la delicadeza de quien toca fibras sensibles de historia y sociedad. La cosa fue un prodigio hasta que saltaron los equipos iniciales y se cruzó La Rambla para ir al Casc Antic. Allá ya intervinieron arquitectos de lujo, que perpetraron por igual maravillas y despropósitos y, faltos de un guía entrenado, iban perdidos. Y así les fue. Los vecinos estamparon "vergonya" en un nomenclátor improvisado como respuesta.

La globalización, sin embargo, volvió a poner el distrito en el punto cero, socialmente hablando. Recuerdo la sorpresa del alcalde Clos cuando supo que había prostitutas en el Raval. "¿Otra vez?", preguntó. Aquí es donde entró una mujer valiente y honesta, Itziar González, que venía de peinar suaves relaciones entre vecinos y Administración en geografías urbanas más propicias. Harta de desencuentros, acaba de dimitir. Dicen que uno de los problemas fue la falta de apoyo del gobierno municipal: el partido recela de las personas sin carnet. Tomó carnet la mujer y todo siguió igual.

Ciutat Vella es un laberinto de redes, algunas peligrosas, algunas mafiosas y algunas con conexiones (hay funcionarios ahora mismo en la cárcel). Sin entrar a saco en esta realidad, como se hizo años atrás, no hay manera de ajustar una convivencia que es por definición complicada, porque suma diversidad y miseria, con unas gotas de pijería. La concejal González se dejó la piel intentando establecer complicidades desde abajo, pero desde arriba la miraron con sorna. La dejaron caer. Hizo mucho y se notó poco. No la venció la realidad, sino la política, la peor política, la que pone la gesticulación por encima de la eficacia y las ganas. Los vecinos, organizados o no, ya la echan de menos.

Bye-bye, Itziar

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