Israel y 'apartheid'
Los rockerosaurios del reporterismo poseemos una gran memoria. Les cuento.
Soy una ferviente seguidora del diario israelí Haaretz, y en especial de su valiente reportera Amira Hass, una mujer respetada por los mejores del oficio en todo el planeta. No es fácil ser judío y contar la verdad en voz alta. Ser periodista judío y hacerlo desde el propio interior de Israel tiene un mérito increíble. Amira y sus colegas no habitan en la burbuja del sueño colonial hebreo. Han vivido en los territorios ocupados, en Gaza. Saben de qué se trata. Los palestinos aprecian su trabajo.
A lo que iba. Pinché en la web de tal periódico, fui a por Amira y me enteré de la nueva ley de deportaciones en masa y a la carta para palestinos. El País también informó de semejante escándalo. Como les imagino al cabo de la calle sobre el asunto -y si no, lo buscan por la Red-, no me extiendo más sobre esta última etapa, por el momento, de la infamia ocupante más racista. Sí hay algo que quiero comentarles. Ya saben ustedes que en los diarios digitales se intenta vivir de la publicidad, y que ésta tiene la simpática virtud de ser resultona y movediza, y de engancharnos con sus juegos y sus cambios.
"Estaba evocando los dos términos: deportación masiva y reserva natural"
Mientras leía el artículo de Amira Hass, junto al texto centelleó un anuncio ideal. Tan ideal que no podía creerlo. "¡Utopía!", saltaba a flashes la palabra. "¡Utopía!". Coño, qué fuerte, me dije. De inmediato comprobé que la publicidad no se refería más que subliminalmente al Gran Israel utópico para el que trabajan los más fanáticos partidarios de la causa sionista, aquellos para quienes Haaretz es el enemigo. Mas no. Se trata de una "¡Utopía!" en forma de parque o reserva natural, metida dentro de la utopía matriz propiamente imperial. El Utopia Orchid Park (pueden comprobarlo en www.utopiapark.co.il) ofrece paisajes de ensueño y ¡especies protegidas!, mucho ovino, pajaritos, ciervos y ranitas cantadoras. Es decir, un paraíso. Lástima que esté en la tierra de la deportación, pero ese es un detalle secundario, aunque sombrío.
Decía al principio que la ventaja que orna a los reporteros curtidos y pasados de moda es la memoria. Yo no tuve que revolver mucho en ella para saber qué me estaba evocando la mezcla de los dos términos: deportación masiva y reserva natural. ¡Coño!, repetí, esta vez entre admiraciones. Más admirada aún: ¡Suráfrica! Y no cualquier Suráfrica, sino la Suráfrica del perverso apartheid, en la que tuve ocasión de reportear hace unos veinte años. La Suráfrica de la supremacía blanca, de los afrikáner y la represión violenta, de los guetos negros, de la separación entre razas, de la división de las familias, de los barracones para hombres, de los muros y de las vallas. Suráfrica también poseía su reserva natural de enorme belleza -y sigue ahí, ahora para todos-, pero en aquellos momentos de terrible dureza y crueldad del régimen, marcarse una visita para contemplar a los bien alimentados cocodrilos, créanme, no le quitaba a uno la amargura de haber visto lo que se cocía en los campos de concentración para surafricanos negros.
Recuerdo que en el primer hotel en el que permanecí unos días, un Holiday Inn de Johanesburgo, encontré una revista especial entre los muchos folletos que se ofrecían al turista. Era de propaganda y, aparte del consabido anuncio sobre el parque natural, incluía un reportaje pagado de loa a Israel y a su arsenal armamentístico. Me llamó la atención tanta atención devota, pero se me fue pasando el asombro con los días. Resulta que mientras la comunidad internacional mantenía un boicot absoluto al comercio surafricano -boicot que acabó contribuyendo a que el régimen cayera-, Israel actuaba como tapadera para vender sus naranjas como propias, aparte de venderles armas y suministrarles asesoría.
Parece que al Gobierno israelí no le hace ninguna gracia que se establezcan paralelismos entre Israel y aquella Suráfrica. Es lo malo que tiene vivir en una burbuja. Uno se acostumbra a hacer lo que quiere. Sin espejos, sin críticas serias, sin boicoteos internacionales, al final uno acaba creyendo que no es un ocupante racista y brutal, sino un amable patriarca.
No soy la única en hacer esta comparación. Chris McGreal, de The Guardian, escribió dos reportajes fabulosos, que encontrarán en los siguientes links: http://www.guardian.co.uk/world/2006/feb/06/southafrica.israel, http://www.guardian.co.uk/world/2006/feb/07/southafrica.israel.
De nada, amigos.
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