Chávez: "La amenaza golpista sigue viva"
El presidente venezolano toma juramento a una milicia de 30.000 civiles y les insta a "barrer" a la burguesía en el aniversario de la asonada de 2002
La multitud que aclama al presidente venezolano Hugo Chávez ha cambiado radicalmente de color. Solía ser roja, civil y bulliciosa. El martes, durante el acto organizado por el Gobierno para celebrar el octavo aniversario del regreso al poder del comandante tras el golpe de Estado de 2002, fue verde oliva, militar, silenciosa, atenta a una voz de orden cerrado para romper filas después del discurso presidencial. Era el mismo pueblo, según Chávez, pero ahora armado con fusiles y vestido de milicia para defender "la patria de Bolívar, la revolución socialista". En cifras oficiales, más de 30.000 hombres y mujeres, a los que el presidente tomó juramento de lealtad en el que bautizó como "Día de la Milicia Bolivariana, del Pueblo en Armas y de la Revolución de Abril".
"A ver... levanten el fusil las milicias estudiantiles", les arengó el comandante. Y el primer bloque de tropa frente a la tarima -varias hileras de universitarios- alzaba las armas. No llevaban los fusiles Kaláshnikov, de los 100.000 que recientemente compró el Gobierno venezolano a Rusia, sino los viejos fusiles ligeros de asalto (FAL) que solía usar el Ejército. A este gesto, Chávez aseguró que Venezuela no está en medio de ninguna "carrera armamentista": "Hay que tener cinismo para decir eso, sobre todo si lo dice ese imperio maldito que es el imperio yanqui, que un día desaparecerá de la faz del planeta".
Los milicianos son, en su totalidad, empleados públicos, integrantes de Consejos Comunales -organización popular creada por el Gobierno- y estudiantes de la Universidad de la Fuerza Armada. Son amas de casa, jubilados, oficinistas... Difícilmente se colaría entre ellos un escuálido (opositor). Pero, por las dudas, las armas que llevaban no tenían cargador y ni balas. Se las entregaron horas antes de comenzar el acto, tras mostrar cada uno su cédula de identidad al pie de un camión de reparto. El presidente confesó más tarde que aún teme un ataque en su contra: "Las conspiraciones siguen a la orden del día, mi asesinato sigue a la orden del día".
Luego llegó la hora de la jura, y Chávez se enfundó unos guantes negros para tomar en sus manos la espada de Bolívar: un sable de oro, acuñado en diamantes que le fue obsequiado al prócer en Lima, en 1825. "Esta espada la conseguí por ahí, en el Banco Central, donde los escuálidos la habían guardado. Estaba en una fría bóveda. Voy a desenvainarla en ocasiones memorables, como esta". Entonces la empuñó sobre su cabeza, pidió a los milicianos que hicieran lo mismo con el fusil, y les hizo prometer que no darían descanso a su brazo hasta liberar a Venezuela. ¿De qué? De los yanquis, de la burguesía. Les pidió "radicalizar la revolución a fondo" y "barrer" a esa burguesía de todos los espacios políticos y económicos si acaso se aventuraba a perpetrar un magnicidio, o si se atrevía a sacar más votos que el Partido Socialista Unido de Venezuela en los comicios parlamentarios del 26 de septiembre.
"No podemos permitir que la burguesía ocupe espacios en la Asamblea Nacional. Toda la Asamblea Nacional debe ser del pueblo", ordenó Chávez a sus seguidores. "Ellos no vienen a gobernar, vienen a tratar de desestabilizar el país, a echar atrás las leyes revolucionarias y eso no lo podemos permitir". Al hablar de "burguesía" se refería a la pléyade de partidos de oposición agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática, que van desde la extrema derecha a la extrema izquierda. A diferencia de las elecciones parlamentarias de 2005, a las que la oposición decidió no presentarse, esta vez la Mesa de la Unidad se ha propuesto llevar candidatos únicos para asegurarse tantos escaños como sea posible. Y Chávez, que hoy día cuenta con el voto de las dos terceras partes del Parlamento, ya se había acostumbrado a gobernar solo.
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