El 'farcit' del Born
El primer Premio Nacional de Cultura, sección Patrimonio, concedido hace unos días por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, ha recaído en un volumen de 27,5 por 24,5 centímetros, 662 páginas, tapa dura forrada en tela, profusión de ilustraciones y gráficos y un peso que supera los tres kilos (precio de 60 euros, en preparación la segunda edición, a cargo del Ayuntamiento de Barcelona: saldrá en mayo, aseguran). Hay que disponer, en consecuencia, de una buena mesa para manejar La ciutat del Born. Economia i vida quotidiana a Barcelona (segles XIV a XVIII), del historiador, arquitecto y gestor cultural Albert García Espuche.
Estamos ante un trabajo importante, fruto de muchos años de investigaciones, en el que se explica el yacimiento bajo el viejo mercado central casa por casa, cada una documentada con tranches de vie de las familias que las habitaron antes de su demolición a principios del siglo XVIII.
García Espuche explica con detalle, casa por casa, el yacimiento del Born
García Espuche es un sabio que concede tanto valor, si no más, a las fuentes documentales como a los restos materiales: antes de que se procediera a excavar, él ya conocía por los archivos qué había sido de los vecinos del lugar, a qué se habían dedicado, con quién habían emparentado, cómo se divertían e incluso qué bienes dejaron a sus deudos al morir: buen parte de todo ello lo recogió en El inventario (Muchnik / Edicions 62, 2002), una "novela" rigurosamente probada sobre aquella ciudad, donde sólo la voz del narrador era inventada. En esta ocasión el que escribe es el historiador, con notas a pie de página e impresionante listado de fuentes bibliográficas, sin, por ello, perder frescura: consultar el capítulo Oci i vici (página 470 y siguientes) para saber cómo pasaban el rato nuestros ancestros (a menudo, por cierto, liándose a pedradas).
A los que conocemos la trayectoria de García Espuche no nos sorprende la obra monumental que ahora publica. Nos sorprende otra cosa: por primera vez el farcit llega antes que el gall. ¿Recuerdan? Pasqual Maragall utilizó esa expresión en la depresión posparto de los Juegos Olímpicos, para animar a llenar de contenidos las infraestructuras recién inauguradas, pero rigurosamente vacías. Y 18 años después, el proceso se ha invertido: disponemos de un magnífico catálogo de una exposición... que todavía no podemos ver. Mejor esto segundo que lo primero, cierto, pero ¿nunca aprenderemos a servir a la vez el gallo y su relleno? Más que nada porque, mientras aguardamos uno u otro ingrediente, el plato se nos enfría en la mesa.
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