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Reportaje:El mayor reto de la Casa Blanca

La ley de Nancy Pelosi

La presidenta de la Cámara ha sorteado grandes obstáculos en un año de debate

Antonio Caño

Cuando Barack Obama se reunió el sábado por última vez con los demócratas en la Cámara de Representantes aludió a varios legisladores que habían tenido papeles protagonistas en este largo y accidentado viaje hacia la reforma sanitaria. Pero al mencionar el nombre de Nancy Pelosi, la presidenta de esa Cámara, hizo una breve pausa, le regaló una sonrisa cómplice y añadió: "Esa extraordinaria líder".

Para bien o para mal, Pelosi ha tenido una relevancia sin precedentes en la gestión de esta histórica votación. Sin ella, simplemente, el acto de ayer no hubiera sido posible. Algunos creen que ha sido un error, que dejar la responsabilidad en manos de la cabeza visible de la institución más desprestigiada del país ha enfangado el debate y lo ha privado del afecto popular. Otros consideran, por el contrario, que éste era el único camino para la victoria, que sin la complicidad de la persona que mejor maneja los hilos del Capitolio, todo el proceso se hubiera estancado hace tiempo.

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El 28 de enero, cuando la desorientación reinaba todavía en la Casa Blanca tras la derrota demócrata en las elecciones parciales de Massachusetts, Pelosi declaró en una rueda de prensa: "Pasaremos por la puerta. Si la puerta está cerrada, saltaremos la valla. Si la valla es demasiado alta, usaremos una pértiga. Si eso tampoco funciona, utilizaremos un paracaídas. Pero vamos a aprobar esta reforma sanitaria".

Esa convicción estimuló a Obama, que recuperó energías para levantar de nuevo su proyecto político de las cenizas. El 22 de febrero, el presidente presentó sus ideas sobre el sistema sanitario y pidió al Congreso buscar los medios para aprobar la ley. Ése fue el movimiento decisivo.

Nada se habría movido en el Congreso si Pelosi no se hubiera dedicado a ello con todas las armas que ha ido acumulando durante más 23 años de actividad bajo la célebre cúpula: instinto, perseverancia, guante de seda para exponer sus deseos (tiene por costumbre ofrecer chocolates a los invitados a su despacho) y mano de hierro para defenderlos.

Fue Pelosi quien apostó con más valor para sacar adelante la reforma con mayoría simple en el Senado, y fue ella la que garantizó que, si el líder demócrata en el Senado, Harry Reid, le escribía en un papel los nombres de 51 senadores dispuestos a votar sí, ella se ocuparía de que la reforma se convirtiera en ley. Más preocupado por la incertidumbre sobre su propia reelección, Reid hubiera sido incapaz de actuar sin el empujón de Pelosi.

Sus compañeros de partido describen su actividad en los pasillos del Capitolio en estos últimos días como la de un cazador emboscado en cualquier esquina dispuesto a lanzarse sobre cualquier congresista titubeante.

Lleva esa marca en su sangre italiana. Su padre, Thomas d'Alesandro, fue un político que tuvo fama por la explosividad de su carácter y la contundencia de sus juicios. Fue también miembro del Congreso y alcalde de Baltimore, la ciudad en la que Pelosi nació hace casi 70 años.

Instalada desde joven en San Francisco, el símbolo del movimiento progresista en EE UU, Pelosi hizo carrera como representante de la izquierda del Partido Demócrata. Aunque católica, es una de las más firmes defensoras del derecho al aborto.

Sus compañeros la hicieron presidenta de la Cámara (speaker), después de la arrolladora victoria demócrata de 2006, con cierto recelo por sus credenciales izquierdistas. Pero Pelosi demostró enseguida oficio y pragmatismo. Un ejemplo de esto fue su renuncia a incluir en la reforma sanitaria una opción pública, lo que resultó decisivo para la supervivencia de la iniciativa. "Pelosi no es speaker por sus dotes oratorias, por su ideología o por su visión", ha escrito su biógrafo, Marc Sandalow, "es speaker por su maestría en el juego interior".

Esas cualidades no han evitado que Pelosi sea en estos momentos la figura demócrata más odiada por los conservadores, por delante incluso de Obama. Ella es la que ha dado la cara en este envenado debate sanitario. A ella es a la que le han caído más violentamente los golpes. Y quizá sea ella la que pueda recoger más frutos si esta reforma, que merece llevar su nombre, acaba siendo un éxito.

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