Deshaciendo entuertos
Un profesor de secundaria me pide permiso para escanear un libro mío y colgarlo en la red Moodle de su centro, alegando que no lo encuentra en las librerías. Resuelto el problema comercial, le digo que espero contar con su complicidad para inculcar al alumnado el respeto por la cultura y por el trabajo ajeno, ya que bajarse libros sin pagar es un atropello.
Y es que quienes escribimos libros sólo cobramos por cada ejemplar vendido. Es decir que, en contra de un bulo bien arraigado, a escritores y escritoras no se nos paga una vez terminado y entregado el trabajo, como ocurre con un arquitecto al acabar un edificio, sino que vamos recibiendo, en liquidaciones anuales, el 10% del precio de venta multiplicado por los ejemplares vendidos. Si el libro vale 20 euros, nos corresponden 2. Teniendo en cuenta que la tirada media en catalán son 3.000 ejemplares, de agotarse ésta en un año, el autor percibiría 6.000 euros brutos. Sin embargo, puesto que de más del 50% de los libros apenas se vende una edición completa, lo más probable sería que recibiera a lo sumo 3.000, cantidad que tendría que cubrir el tiempo empleado en escribir este libro, pongamos que un año, lo que no parece una cifra astronómica. Pero peor es no cobrar nada, que es lo que ocurre si un libro se fotocopia o, con las nuevas tecnologías, se escanea y se cuelga en la red.
Visto que cobrar por derechos de autor va a ser muy difícil, habrá que pensar una nueva fórmula que no sea trabajar por nada
Por cierto, otro bulo que corre por Internet es que, a partir de ahora, las bibliotecas cobrarán 20 céntimos por cada libro prestado para resarcir al autor, cuando, en realidad, la propuesta existente (me limito a consignarla, no a apoyarla o denostarla) es que cada vez que la biblioteca compre un ejemplar de un autor, le pague 20 céntimos. Así, si la biblioteca comprara cinco ejemplares de la señora X, a dicha autora le corresponderían 100 céntimos, esto es, un euro, aunque luego su libro se prestase 10.000 veces.
Visto que lo de cobrar por derechos de autor va a resultar cada día más difícil, tal vez habrá que ir pensando en una nueva fórmula, que no pasa, desde luego, por trabajar a cambio de nada. ¿O usted lo haría?
Para salvar el escollo, una amiga me propone que cuelgue yo misma mis libros en una plataforma digital y que los cobre a dos euros, con lo que yo no salgo perdiendo y quien compra ahorra 18 euros. Con su sugerencia, me doy cuenta de que la gente ignora, también, el proceso por el que pasa un libro antes de llegar a lectores y lectoras. Y es éste: lectura competente y sugerencia de cambios por parte del editor o editora, corrección de estilo, diseño del interior, corrección tipográfica, diseño de la portada, ilustración, contratación, traducción, comercialización, promoción, ventas al extranjero... Cada una de estas tareas está en manos de una persona con su especialización profesional correspondiente
Resulta, entonces, impensable que una pueda escribir y, además, ocuparse de estas cuestiones, así que, inevitablemente, debería externalizar esos trabajos y, obviamente, el precio último de ese libro digital excedería en bastante esos dos euros iniciales. De modo que, mientras no se demuestre lo contrario, la labor de las editoriales continuará siendo imprescindible, pero éstas tendrán que calcular minuciosamente el coste del libro digital, cuya diferencia, a la baja, con el libro de papel debe motivar a los compradores a descargarlo pagando y no a piratearlo.
Escritores y escritoras tampoco podemos vivir, como se sugiere, de la "escritura en directo" igual que los músicos con los conciertos. Leer y escribir son competencias lingüísticas distintas: una persona puede estar bien dotada para escribir y ser negada para la comunicación oral.
Reconozco que me excita estar viviendo en primera línea de fuego una revolución tan importante como la que originó la imprenta de Gutenberg. Me excita, me desazona, me intranquiliza, me ilusiona, me exaspera, no todo a la vez pero sí alternativamente. Y me tiene dispuesta a reorganizarme para iniciar de nuevo la carrera. El problema es que todavía no sé hacia dónde.
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