"Doy gracias al Gobierno por su trabajo y a los españoles por su apoyo"
Alicia Gámez asegura a su llegada que los captores la han tratado con respeto
El morro rojo del Falcon de la Fuerza Aérea Española asomó en el aeropuerto de El Prat a las 17.05. Cinco minutos más tarde, Alicia Gámez Guerrero bajaba la escalerilla del avión para estrechar la mano del presidente Montilla, abrazarse al alcalde Hereu y ser aupada con fuerza por el responsable de la ONG Barcelona Acció Solidària, Francesc Osán. Aturdida y desorientada, con la sonrisa a medio dibujar y un llanto contenido que nunca estalló, Gámez acertó a agitar las manos y saludar desde la pista.
Con el respaldo de su hermano -que voló con ella desde Burkina Faso-, la cooperante leyó un breve escrito: dijo que sus captores la trataron "con respeto, dentro de las duras limitaciones del desierto"; expresó su deseo de "descansar y estar con la familia" y se mostró "contenta" por ser libre. No del todo. "Mi felicidad será completa cuando regresen Albert y Roque", dijo en alusión a sus compañeros de cautiverio.
Después de tres meses en manos de Al Qaeda, Gámez (45 años) ha perdido peso. Vestida con deportivas blancas, tejanos, una camisola ancha y chaqueta negra, mostró buen aspecto, aunque no pudo ocultar el cansancio de su rostro. Dio las gracias. Al Gobierno, por su "trabajo". Y a los españoles, por su "apoyo y solidaridad", dijo desde un área restringida del aeropuerto al que sus compañeras en el Juzgado de Primera Instancia número 26 de Barcelona -donde trabaja desde hace 20 años- no pudieron acceder.
A las puertas de la terminal C, las funcionarias esperaban con impaciencia verla salir. La aguardaba con especial ilusión Núria, su mejor amiga en el juzgado y con la que comparte horas de trabajo y de ocio. El juzgado anduvo alborotado toda la mañana. La alegría estalló cuando, al mediodía, se confirmó la noticia. Presa de los nervios, Núria lloró y se abrazó con los demás mientras, con las manos temblorosas, intentaba llamar. "¡Ya la tenemos aquí!", exclamó la mujer, que planea ya una fiesta por todo lo alto para darle la bienvenida.
El asiento que ocupaba Gámez, junto a la ventana, ha permanecido vacío. Por superstición, por solidaridad o por quién sabe qué razón, sus compañeras han asumido su trabajo antes de pedir un sustituto. Gámez es el motor del juzgado. "Ella nos enchufa y nos da energía a todos", precisó Núria, que remarcó su talante voluntarioso. "Siempre está ayudando a los demás".
Separada y sin hijos, Gámez, que vive en una casa sencilla de un barrio humilde de L'Hospitalet, participa desde hace cuatro años en la caravana solidaria a África occidental. Siempre ha manifestado su intención de instalarse allí una larga temporada. Pero su padre está enfermo y debe cuidarlo. Alegre, habladora y dispuesta a contar su rol de cooperante, Gámez afronta ahora una etapa de descanso y sus compañeras se preguntan en qué estado volverá. Núria confía en ella. "Es una mujer muy fuerte y con carácter. Alicia lo aguanta todo".
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