Marruecos en Granada
Rabat y la UE constatan la diferencia de sus prioridades en la primera cumbre que celebran
La Unión Europea celebró durante dos días en Granada la primera cumbre con Marruecos, el único país del Magreb con el que mantiene una relación especial plasmada en el Estatuto Avanzado de 2008. Mientras que la Unión estuvo representada por los presidentes del Consejo y de la Comisión, además de por la presidencia española de turno, el rey Mohamed VI optó por delegar en su primer ministro y transmitir a través de él un mensaje sobre la marcha de las relaciones. Su ausencia transmitió, sin duda, un mensaje equívoco acerca de la importancia que Marruecos concede a sus acuerdos con la UE, pero pareció responder, con todo, a una lógica más inteligible que la de la alta representante europea, Catherine Ash-ton, quien tampoco estuvo en Granada.
Mientras que en el curso del encuentro Marruecos puso un acento especial en dotar de contenido el Estatuto Avanzado y en aplicar sin demoras el acuerdo agrícola firmado en diciembre del pasado año, los Veintisiete subrayaron la necesidad de respetar los derechos humanos y de avanzar en la solución pacífica del contencioso del Sáhara. Esta disparidad en las prioridades tiene que ver con el hecho de que, por ser la primera, esta cumbre marcará los límites de lo que podrá y no podrá ser abordado en las futuras. Y de ahí la importancia de que los Veintisiete dejaran claro que el establecimiento de una relación especial no significará cerrar los ojos ante los atropellos contra activistas saharauis o periodistas críticos con el régimen.
Marruecos solicitó el apoyo europeo para explorar una salida autonomista para el Sáhara. Pero no es tanto cuestión de que los Veintisiete se comprometan en esta vía como que Marruecos la haga creíble, lo que significaría impulsar un proceso de democratización que se eterniza, cuando no experimenta graves retrocesos, y respetar los derechos humanos. Por lo que respecta a España, la posición que Zapatero expresó sobre el Sáhara pareció regresar al punto de partida tras los innecesarios experimentos recién llegado a La Moncloa, que dejaron una estela de suspicacias en Rabat y profundas heridas en las relaciones con Argelia.
Puede que, si no para objetivos más ambiciosos, la presidencia de turno pueda servir para reorientar la política en el Magreb. Empezando por la aplicación de un acuerdo agrícola que, a medio plazo, será beneficioso para todas las partes.
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