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El debate de las medidas contra la crisis
Columna
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Encuentros en la tercera fase

Fernando Vallespín

Expectación escéptica al principio. Frustración moderada al final. No era mucho lo que cabía esperar de la reunión entre la Comisión Pro-pacto y los representantes del PP. Las lentes biónicas de Cristóbal Montoro no casaban bien, en efecto, con la elegancia distante de la vicepresidenta segunda. Tampoco los discursos ni los intereses respectivos. Es lo que tienen los encuentros entre apocalípticos y moderados. Dos especies distintas. Una trata de salvaguardar lo que se pueda del statu quo. De un Estado de bienestar llevado hasta los límites de sus costuras por la crisis económica. Otra, dispuesta a rasgar estas costuras en nombre de la "destrucción constructiva" schumpeteriana.

Sí parece factible llegar a un consenso solapado en torno a algunas medidas

Con todo, y a pesar de las reticencias mutuas, el gran éxito es que se produjo el encuentro. Si bien se desvanece la idea de un gran pacto de Estado entre los dos grandes partidos, sí parece factible llegar a un consenso solapado en torno a algún paquete de medidas. Fue una aproximación tímida. La única posible quizás, si lo que el PP pretende es mantener un margen suficiente para seguir haciendo oposición y no marginarse a la vez del clamor popular favorable a la concertación interpartidista. Hemos entrado, pues, en una tercera fase. La primera consistió en la relativa inacción inicial del Gobierno y la clamorosa ausencia de propuestas por parte de la oposición. La segunda, en el juego de desencuentros entre los dos grandes partidos en el pleno del Congreso sobre posibles pactos. Y ahora ha llegado la tercera, la de las difíciles aproximaciones entre antagonistas. No quedaba otra. Cuando se ponderan consideraciones de riesgo-país, el juego partidista se convierte en una rémora y sólo puede hacernos daño.

Ahora, al menos, tenemos propuestas específicas encima de la mesa. Lleva razón el PNV cuando denuncia que ya no es el momento de la exhibición mediática en el palacio de Zurbano. Teníamos tan desengrasado el mecanismo de los pactos, tan arraigada la cultura de la confrontación, que ya no nos acordábamos de que los grandes acuerdos que hicieron posible la democracia española se forjaron en oscuros cenáculos y en un duro trabajo en comisiones cargadas de humo y de duros tira y afloja. Que lo importante era sacar a la luz aquello sobre lo que coincidíamos, no los puntos sobre los que disentíamos. Ahora, la oposición parece preferir lo contrario: hacer un alarde público de sus diferencias. Es perfectamente legítimo, claro está. Lo que no se acaba de entender es por qué lo hacen antes de sentarse a negociar, no después de un posible fracaso de la negociación. O por qué se enrocan en la cuestión de la subida del IVA, quizá el más relevante de sus desacuerdos, en vez de comenzar por aquello que, a priori, parecería más fácil: buscar una significativa reducción del aparato de las administraciones públicas en las que gobiernan y exigir lo propio en las demás. O en buscar una sensata solución pactada al problema financiero de las cajas.

Si ha habido algo que ha contribuido a la desazón general no ha sido sólo el ensimismamiento del Gobierno a lo largo de tantos meses. También han tenido un efecto adverso la gran cantidad de medidas que aparecían en los medios para ser retiradas después. Respecto de las pensiones, de los sueldos de los funcionarios y tantas otras. Mucho ruido de fondo pero pocas decisiones sólidas. Ahora, la oposición parece haber entrado en un similar juego de despiste de la opinión pública. Gran cantidad de medidas, en efecto, pero poca propensión a hacerlas casar con las de los otros grupos. Como ya señalara en otro lugar, lo que la gente quiere son soluciones, no un abanico de propuestas que al final acabará desapareciendo detrás de la polvareda levantada por el proceso negociador. Ya estamos hartos de tanto amagar y no dar. Lo que deseamos es que se nos diga de una vez qué es lo que hay que hacer y sobre qué hay consenso, no qué podría hacerse. Estamos dispuestos a remangarnos y ponernos a trabajar, pero una vez que sepamos al fin cuál es la hoja de ruta.

No queda mucho tiempo. Y no estamos solos. No se trata sólo de los famosos "mercados". Quien más nos contempla son nuestros socios del espacio monetario común. Todavía estamos a tiempo de escaparnos del precedente griego y de no ser una carga para el resto de nuestro entorno. Lo que está en juego no es ya sólo nuestro bienestar económico, sino nuestra misma capacidad para decidir por nosotros mismos qué es lo que podemos hacer para enderezar la nave.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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