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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cicatrices interiores

Javier Ocaña

2.100 páginas de novela después, siete horas y diez minutos de película más tarde, la trilogía Millennium tiene un final antiépico. Sin vehemencias ni alharacas, el tiempo, la justicia, el honor, el ímpetu, la valentía y la nobleza han colocado a cada cual en el lugar que le corresponde.Sin embargo, por el camino han quedado un rosario de cadáveres inocentes y una aureola de putrefacción imposible de eliminar. Y esto quizá sea lo mejor de la trilogía cinematográfica basada en los libros de Stieg Larsson: que, salvo en buena parte del metraje de la segunda entrega, no se ha claudicado ante la fácil comercialidad y se ha sido fiel al fondo de negrura de la trama, a la sempiterna presencia del mal, a la desesperanza natural de su personaje protagonista, la hacker, punky, espía y maltratada sociópata Lisbeth Salander, antiheroína por naturaleza.

LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE

Dirección: Daniel Alfredson. Intérpretes: Michael Nykvist, Noomi Rapace, Anders Ahlbom, Lena Endre. Género: intriga. Suecia, 2009. Duración: 148 minutos.

Mandan la violencia descarnada y los tejemanejes políticos de alta alcurnia

La reina en el palacio de las corrientes de aire (título gratuito, inexplicable, sin sentido alguno), tercera parte de la saga, es seguramente el libro más complejo de los tres, el que menos acción tiene, el más político en el amplio sentido de la palabra, el de tramas más intrincadas. Como ha sido norma en la traslación cinematográfica de toda la serie, de nuevo buena parte de las ramificaciones de la conspiración no han pasado del papel a la pantalla. Aquí Salander se pasa más de media película en una cama, y esta vez apenas hay luchas, tiroteos y persecuciones; lo que mandan son los tejemanejes políticos de alta alcurnia y la violencia seca, descarnada, tanto mental como física. Mientras, el manejo de los misterios por parte de Daniel Alfredson, su director, es enérgico, el uso de la luz (tenebroso, como las almas de los protagonistas), el más adecuado, y el ritmo secuencial, constante.

A una parte de los lectores, los menos acostumbrados a leer con regularidad literatura alejada del best seller de usar y tirar, este volumen se le suele atragantar. Con la película puede pasar igual. Sin embargo, hay que agradecer a Alfredson y a sus colaboradores que no hayan desbarrado con un final grandilocuente. Únicamente en el juicio, excesivamente largo, sorprendentemente reiterativo (sobre todo teniendo en cuenta que se han cortado infinidad de minitramas y personajes), hay una peligrosa tendencia al subrayado visual, a la pausa innecesaria, a la altisonancia de gestos y actitudes, con la finalidad inicial de sorprender al espectador. No lo consigue. Eso sí, en el resto de la película se mantiene la esencia, logrando una eficacia, si no brillante, sí al menos congruente con la frialdad de sus protagonistas y de su ambiente, y con las cicatrices, más interiores que exteriores, que quedan en sus antihéroes.

Noomi Rapace, como Lisbeth Salander en un fotograma de <i>La reina en el palacio de las corrientes de aire.</i>
Noomi Rapace, como Lisbeth Salander en un fotograma de La reina en el palacio de las corrientes de aire.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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