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Columna
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Ángeles y demonios

Fernando Vallespín

La idea de un gran acuerdo nacional entre los principales partidos para superar la crisis económica sobrevolaba el hemiciclo. Lo expresó el Rey en unas declaraciones polémicas, lo reafirmó antes que nadie J. A. Duran, y todas las encuestas lo mostraban como el deseo mayoritario de la población española. Visto lo visto, lo anhelaban todos menos quienes tenían que haberse sentido más implicados, el Gobierno y la oposición del PP. Ante el clamor popular, sin embargo, debían actuar como si quien no quisiera el pacto no fuera su propio grupo, sino el otro. Quien consiguiera transmitir la idea de que apostaba por la concertación y pudiera mostrar a la vez la reticencia del adversario, sería el ganador indiscutible del debate. Esto lo logró mejor el Gobierno, que salió reforzado. Más por haber conseguido el aislamiento del PP que por haber sentado las bases de un acuerdo verdaderamente eficaz. Y en esto último espero equivocarme.

En este momento importa menos la imputación de responsabilidades que la búsqueda de soluciones

En su esfuerzo por jugar a dos bandas, -a favor y en contra a la vez de un pacto verdaderamente inclusivo-, los protagonistas de esta disputa incurrieron en una curiosa contradicción. El Gobierno, en su insistencia por describir la realidad con tonos angélicos, minimizó el drama, reafirmando la idea de que "la situación evoluciona lentamente hacia un menor deterioro"; es decir, que se ve luz al final del túnel. Ni palabra de los grandes sacrificios que nos esperan, de las privaciones que tendremos que pasar para purgar la enfermedad. Si esto es así, si la cosa no está tan mal como la describen, ¿para qué ir entonces a un pacto de Estado? Éste sólo tiene sentido bajo condiciones de auténtica emergencia nacional. Bastaría, como de hecho ya ha empezado a suceder, que prosiga la concertación social y se logren acuerdos parlamentarios puntuales sobre algunas medidas necesarias y urgentes. Hasta la recién creada comisión sería casi superflua.

Si, por el contrario, tal y como afirma el PP, la situación es tan trágica y alarmante, si estamos al borde mismo del precipicio, ¿por qué no renuncian a imponer condiciones que saben imposibles de cumplir, como no aumentar los impuestos, y arriman lealmente el hombro para evitar el descalabro? ¿O por qué no dar ejemplo de drástica reducción del gasto público, empezando por las comunidades autónomas en las que gobiernan? Demonizar la realidad y arrogarse ellos solos la capacidad para dar con las recetas de la solución no sólo es pretencioso, sino además claramente contraintuitivo. Aquí nadie puede atribuirse el papel de redentor. Si necesitamos la concertación es porque es imprescindible la contribución de todos. Y, en este momento del proceso, importa menos la imputación de responsabilidades, que ya se dilucidarán en la próxima convocatoria electoral, que la búsqueda de soluciones específicas. Ésa sería la salida patriótica de la que tanto alardean.

El problema de los grandes pactos de Estado entre partidos, o de las grosse Koalitionen, es que introducen una importante distorsión en el sistema democrático. Anulan la posibilidad de ejercitar eficazmente el juego Gobierno/oposición; impiden perfilar la contribución respectiva de cada grupo político a la resolución de los problemas; y, en consecuencia, eliminan la posibilidad de ajustar la definición de la realidad a los intereses inmediatos de cada partido. Por lo que vimos el pasado miércoles, el interés del Gobierno estriba en llegar a las próximas elecciones habiendo dado la impresión de que ha sido el artífice de la recuperación. Él, no los partidos como entidades abstractas. Sólo así se puede saber ganador. La oposición del PP, por su parte, es plenamente consciente de lo que suele ocurrir a quienes acompañan al Gobierno en una empresa de estas características. En caso de éxito no pueden ponerse ellos solos las medallas; y en caso de fracaso no se pueden desentender y echar la culpa al otro.

¿Y a nosotros, los ciudadanos, qué nos interesa? Pues, seguramente, que se nos hable claro y se resuelvan nuestros problemas. Si hay que pasar privaciones, dígasenos cuáles van a ser y por cuánto tiempo. Y que se apliquen las medidas necesarias, bien argumentadas, cuanto antes mejor. Como bien decía The Economist en su último artículo sobre España, cuanto más se tarde en imponer sacrificios, tanto mayores serán al final. Sabemos de sobra que no se puede hacer una tortilla sin partir huevos; pero también que carece de sentido romperlos sin intención de freírla. No somos ángeles ni demonios, sólo seres humanos -cada vez más escépticos, eso sí- que esperan ansiosamente la oportunidad de volver a creer en sus políticos.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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