Noche de rusos y mulatos
Es rara El jardín infinito. Densa, oscura y, sobre todo, muy poco complaciente, no responde a expectativas. Ni a las que tendría un ávido lector de Chéjov subyugado por esa mezcla de tristeza, melancolía y decadencia de su teatro, ni a las que seguramente tendrá el que ha ovacionado viejos trabajos de Nacho Duato, que son todo fiesta y musicalidad.
En su homenaje al célebre escritor ruso, el coreógrafo valenciano, cejijunto, rechaza vehemente cualquier obviedad y se sumerge en una investigación artística que desvela, a golpe de danza milimétrica de precisión, algo más profundo y demoledor, casi trágico y existencialista, que late en Chéjov. No hay referentes ni referencias concretas, salvo quizá la lluvia de palabras rusas que, como letanías, sirven de música a buenos trozos de este ritual que ha contado con la complicidad de la escenografía de Jaffar Chalabi, una omnipresente estructura viva y partícipe, que limita y delimita el espacio con inteligencia propia.
EL JARDÍN INFINITO / RASSEMBLEMENT
Compañía Nacional de Danza (CND).
Coreografías: Nacho Duato. Teatro Real (Madrid), 17 de febrero.
Duato investiga para desvelarnos un Chéjov frío y racional
La música, concreta y enigmática, también huye despavorida de toda referencia chejoviana al tiempo que la danza, ejecutada con brillo y concentración, deliberadamente parece carente de compromiso emocional.
Claramente, la intención es desvelarnos otro Chéjov. Pero probablemente, tanta huida y temor a lo obvio y esperado termine dejando al espectador un poco desolado y sin recursos en su intento por descubrir dentro de esta fría y racional propuesta al emocionado y melancólico Chéjov conocido.
En cualquier caso, Duato se sumerge en una investigación seria, profunda y lícita, aunque para ello tenga que ignorar las expectativas de su público fiel, acostumbrado a obras suyas más directas, más festivas, más telúricas. Rassemblement, por ejemplo.
El regreso de esta pieza temprana (la estrenó para el Cullberg Ballet, de Suecia, en 1990) es la verificación del otro Duato. Cabalgando sobre las maravillosas canciones mulatas de Toto Bissainthe, exagerando contoneos de caderas y pelvis, pegado descalzo a la tierra, a la naturaleza, y desde luego más obvio y menos maduro, pero decididamente espontáneo y lúdico, el Duato del pasado sigue siendo emocionante.
Se inspiró en Haití, en su gente, sus creencias y también en su sufrimiento. Tiene la obra pálpitos de negritud, resonancias de vudú y voces de denuncia. Evidentemente, en este momento, tiene valor emocional agregado, y nos recuerda el sino triste de un país azotado por la barbarie, el colonialismo, el exterminio, la pobreza, la violencia. Y también por los demoledores caprichos de la naturaleza.
Babelia
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