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LA RELACIÓN TRANSATLÁNTICA

Obama pone en evidencia a Europa

- EE UU considera que la UE no es un problema ni le sirve para resolver ninguno - Washington exige a los Veintisiete mayor consenso en los temas estratégicos

Lluís Bassets

Obama ha pegado la patada en el hormiguero. La pérdida del escaño de Massachusetts ha sido el catalizador. Pero se veía venir. Varios documentos elaborados por prestigiosos think tanks de ambas orillas venían advirtiendo una seria avería en las relaciones políticas entre EE UU y la Unión Europea. Aunque la bofetada es en el rostro de Zapatero, Europa es quien va pagar el giro de Obama hacia la política interior.

Las cumbres bilaterales con la UE "nunca han sido populares entre los presidentes americanos", según señala el documento Hombro con hombro. Forjando una relación estratégica EE UU-UE, elaborado por un grupo de think tanks de ambas orillas, bajo la dirección de Daniel Hamilton y Frances Burwell. Según sus redactores, cumbres como la que había que hacer en Madrid "eran como la visita al dentista: tienes que hacerlo pero siempre es molesto".

La arquitectura de las relaciones, creada en 1994, ha quedado obsoleta La 'obamanía' europea se ha traducido en escasos resultados tangibles
España no captó a tiempo que lo que estaba en crisis era la cumbre misma Obama salió muy insatisfecho de las dos anteriores, en Praga y Washington
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El desplante de Obama pone en evidencia un problema de fondo. La relación entre la UE y Estados Unidos es muy estrecha, pero está llena de redundancias, disfunciones y excesos burocráticos que incomodan a Washington. Se solapa, además, con la auténtica institución transatlántica que es la OTAN, aunque ésta también se halle en crisis y en plena prueba de fuego en Afganistán.

Obama salió muy insatisfecho de las dos anteriores cumbres, celebradas el pasado año, en Praga y otra de vuelta en Washington, en la que eludió su participación en el almuerzo final. Pero ni siquiera estos fiascos habían hecho cambiar hasta ahora los planes del presidente estadounidense, que tenía previsto asistir a la cumbre con la UE en Madrid en abril, en contra de lo que ahora ha afirmado la Administración norteamericana.

Obama es un presidente que no quiere dar ningún paso sin tener toda la información y conocer al dedillo la trascendencia de la decisión. George Bush asistió a todas la cumbres porque sus asesores consideraron que era lo conveniente, pero por sí mismo no podía poner en duda su funcionalidad. No es el caso de Obama, que raciona y dosifica su tiempo en función de las prioridades y no de los compromisos. Su horario es el más caro entre todos los políticos mundiales y se organiza por cuartos de horas, unidad mínima de tiempo que la Casa Blanca considera suficiente para asimilar un problema, despachar una entrevista o consultar una cuestión con sus asesores.

Los viajes al extranjero, muy abundantes en su primer año, paralizan su agenda interior, donde ahora se centran las prioridades, por lo que es del todo lógico que ahora quiera concentrarse, a la vista de las elecciones de mitad de mandato de noviembre, en las que se juega la doble mayoría en las cámaras. Obama sólo habría asistido a la cumbre de Madrid esta primavera si algo sustancial y realmente relevante hubiera estado en juego. No es el caso: la UE no es un problema ni le sirve a Washington para resolver problema alguno.

En el fondo, ha seguido al pie de la letra la recomendación de un think tank europeo, el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, en un paper donde se puede leer que "la relación transatlántica no necesita más cumbres, foros ni diálogos" y que "visto desde Washington, la ronda anual de cumbres EE UU-Europa se ha convertido en un ejercicio de pantomima". Sus autores, el británico Nick Witney y el estadounidense Jeremy Shapiro, recomendaron también que se descartara la idea inicial española de aprovechar la presidencia para revisar la Nueva Agenda Transatlántica, firmada en 1995. Tal propuesta "sólo dañaría la credibilidad de Europa en Washington", señalan.

Aunque la diplomacia española pudo captar a tiempo la necesidad de rebajar las expectativas acerca de la cumbre, no percibió que lo que estaba en crisis era la cumbre misma. Ningún presidente desde hace 17 años ha dejado de asistir a estas aburridas reuniones, que fueron semestrales con Clinton y se convirtieron en anuales con Bush. Es evidente que la arquitectura de las relaciones ha quedado obsoleta, pues corresponde al mundo tal como era en 1994, cuando se aprobó la Nueva Agenda, con una Europa todavía de 15 miembros y sin el euro.

El documento elaborado en similares fechas por dos think tank españoles, el Instituto Elcano y la Fundación Alternativas, en cambio, considera todavía que la presidencia española constituye "una oportunidad para replantear la relación transatlántica" y para que España actúe "como puente entre EE UU y la UE". La renovación de la Agenda Transatlántica que proponen incluye la posibilidad de una solemne Declaración de Interdependencia, que debería salir de la cumbre "como mensaje político de gran calado".

En contraste, el documento antes citado Hombro con hombro subraya que el problema no es de estructuras organizativas, sino de falta de voluntad y de visión política por parte de las principales capitales europeas. Cada vez que se ha producido una discrepancia sustancial dentro de la UE se ha resuelto por la vía de la complicación burocrática: creando una nueva y compleja institución, buscando derogaciones temporales de los tratados o aplicando el método clásico de los pequeños pasos que conducen finalmente a un cambio. Lo que pide EE UU con su brusco desdén es que los Veintisiete busquen rápidamente el consenso en los temas estratégicos en los que la cooperación entre Europa y EE UU puede dar resultados tangibles: la relación con Rusia, el estatus de Turquía, la negociación de paz en Oriente Próximo o la guerra de Afganistán.

En vez de una superpotencia dispuesta a trabajar hombro con hombro (de ahí el título del documento), Washington suele encontrar todo un abanico de matices, que pueden ir desde la voluntad de actuar como contrapoder (Francia) hasta la entrega incondicional (Reino Unido), que luego se expresan en una cacofonía incomprensible para los presidentes estadounidenses. Estas actitudes estimulan la tendencia natural norteamericana al unilateralismo.

No hay aliados más próximos que los de la UE, ha señalado la secretaria de Estado, Hillary Clinton, pero a la hora de la verdad la obamanía europea se ha traducido en escasos resultados tangibles: dificultades para mandar tropas a Afganistán, escasas ofertas para recibir presos de Guantánamo, problemas por parte del Parlamento Europeo en la cooperación policial con los sistemas Swift de datos bancarios y PNR (Passanger Name Record) para el control de pasajeros aéreos. Sólo faltaba que los europeos criticaran abiertamente a Obama por su acuerdo con Brasil, India, China y Suráfrica (los BRICS sin Rusia) sobre medio ambiente en la cumbre de Copenhague o que los franceses expresaran su malestar por el desembarco de los marines para auxiliar a la población en Haití para que la Casa Blanca terminara de perder la paciencia.

Un cubo de Rubick con las imágenes de Van Rompuy, Durão Barroso y Ashton.
Un cubo de Rubick con las imágenes de Van Rompuy, Durão Barroso y Ashton.REUTERS

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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