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Columna
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El dilema iraní de Obama

El anuncio por parte de Barack Obama del próximo despliegue del escudo de defensa antimisiles en Oriente Próximo es un acontecimiento de primer orden. Y tal vez marque un punto de inflexión en la nueva diplomacia estadounidense. Se trata de la instalación de misiles Patriot para proteger cuatro países -Qatar, los Emiratos Árabes, Bahrein y Kuwait- de un posible ataque iraní, así como de consolidar una presencia estable de la Marina estadounidense en el Golfo y de ayudar a Arabia Saudí a proteger mejor sus instalaciones petrolíferas.

De hecho, lo que se pretende es indicar al mundo que la política de la mano tendida hacia Irán tal vez se esté acabando. Evidentemente, el objetivo del anuncio de este despliegue de misiles es tranquilizar a los aliados árabes de Estados Unidos, al mismo tiempo que desanimar a aquellos que desde Israel reclaman un ataque militar contra Irán. En cierto modo, Obama sigue siendo coherente con su línea de conducta, que consiste en primar la diplomacia por encima del combate: se trata de disuadir a Irán y no de combatir a Irán. Pero, al mismo tiempo, es también el reconocimiento por parte de Washington de que su actitud, abierta y favorable al diálogo con Teherán, ha fracasado. Hay que recordar, en efecto, que durante un año -desde su entrada en funciones- Barack Obama venía especulando con su capacidad para devolver a Irán a la senda de la razón, es decir, para conseguir que renunciase a la bomba atómica gracias al diálogo, la negociación y el desarrollo de las relaciones comerciales. Por otra parte, Irán había recibido una especie de ultimátum informal que fijaba el 31 de diciembre como fecha límite, al cabo de la cual Estados Unidos consideraría acciones más firmes.

La cuestión es saber si las sanciones y la presión ayudarán a la oposición contra el régimen

Tranquilizar a los aliados norteamericanos en la zona era pues una necesidad. Los Estados suníes de la región -tal vez tanto como Israel- consideran que el Irán chií nuclear es una amenaza para ellos y para su propio régimen. Sabemos también que el Gobierno norteamericano vive bajo la presión de cierto número de lobbies proisraelíes, notoriamente vinculados al Partido Republicano, y cuyo principal portavoz es Benjamín Netanyahu. Evidentemente, éstos abogan por un ataque preventivo israelí e internacional para evitar que Irán alcance un punto de no retorno en materia de equipamiento nuclear de uso militar.

Para comprender la inquietud que se vive en la región, hay que tener en cuenta lo que tan bien expresó Tony Blair cuando declaró ante la comisión encargada de aclarar la implicación militar británica en Irak. En esa ocasión, Tony Blair aprovechó para insistir en que el peligro iraní tal vez no resida tanto en el riesgo de proliferación nuclear como en el uso que Irán podría hacer de su armamento atómico, teniendo en cuenta la naturaleza del régimen.

Precisamente, es la inquietud que algunos alimentan respecto al probable endurecimiento de la actitud de EE UU hacia Irán: ¿cuál será su impacto sobre la situación interna de este último país? La respuesta será visible dentro de unos días. Cada año, entre el 1 y el 11 de febrero, el régimen iraní celebra la revolución que lo vio nacer en 1979. Este año, en principio, las celebraciones son peligrosas para el poder, pues pueden ser una nueva ocasión para la oposición de demostrar su fuerza y su penetración en la sociedad iraní.

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Desde el 12 de junio pasado, fecha en la que Ahmadineyad le robó a la oposición su victoria, ésta aprovecha cada celebración oficial para manifestar su descontento. Al mismo tiempo, el poder ha ido endureciendo su respuesta. Así, hace algunos días, asistimos al ahorcamiento -ampliamente escenificado- de dos manifestantes para mostrar a los contestatarios los riesgos que corren. El miedo a un baño de sangre es argumento suficiente para incitar a los líderes de la oposición, Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karrubí, a la prudencia, por no decir al silencio. Pero su silencio, precisamente, no impidió las gigantescas manifestaciones de finales de diciembre. Éste es el contexto en el que hay que analizar la naturaleza y la intensidad de las presiones internacionales vinculadas a lo nuclear.

Todos los esfuerzos de Mahmud Ahmadineyad se centran en generar a su alrededor, y alrededor del régimen, un reflejo nacionalista, el de la ciudadela asediada que hay que defender. Y lo necesita tanto más cuanto que la situación económica empieza a ser catastrófica, con un nivel de inflación récord (alrededor del 15%), una tasa de paro no inferior al 12%, la estabilidad del sistema bancario amenazada y el anuncio de medidas de austeridad.

La cuestión radica entonces en saber si la política de sanciones y el incremento de la presión van a ayudar a la oposición a deshacerse del régimen o si ayudarán al régimen a crear un frente común contra el exterior. No menos urgente es la necesidad de desanimar a los que, desde Israel, quisieran que EE UU volviese a la situación anterior, es decir, a la guerra preventiva.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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