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AL CIERRE
Columna
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La calle de Mendizábal

Si no tengo mucha prisa, siempre que paso por el centro me detengo a tomarme un cortado en la barra del bar Mendizábal, en la calle de la Junta de Comerç. Tan ínfimo local fue noticia hace unos meses, cuando la policía municipal lo acusó de permitir fumar porros en su terraza; y a punto estuvimos de perder uno de los tres últimos quioscos de bebidas que le quedan a la ciudad, junto a El Retiro y La Cazalla.

Este antiguo género chico -consistente en tomarse la consumición castizamente en la calle-, hace años que está en decadencia. Ni las normas municipales, ni los usos actuales, permiten su extensión. Y eso que Barcelona fue conocida en su día por famosos establecimientos de este tipo, como el que había en Canaletes -de líneas modernistas-, o su tocayo de la Rambla de Santa Mónica, donde hoy se hace cada semana un mercado hippy. En la Gran Via estaba el Montserrat, a la americana, en forma de vagón de tranvía. En el barrio Chino dominaba el Kiosko Paco de la calle de la Unió. Había otros dos en las plazas de Espanya y Lesseps, y el famoso El Jardín de la plaza de Palau, que en verano aprovechaba el rebufo sediento de los que regresaban de la playa. De todo aquello sólo quedan tres supervivientes, tres ejemplares únicos que podrían desaparecer en cualquier momento (si es que alguno de ellos no lo ha hecho ya).

Por la mañana, el Mendizábal huele a café tomado antes de irse a dormir, a esquina con retranca y a observatorio desde el que espiar pausadamente la vorágine de personas que recorren la calle del Hospital. En la otra acera, quiere la leyenda que fue emparedada la mujer del constructor del hospital de la Santa Creu. Como emparedado anda también el antiguo nombre del lugar, dedicado hasta 1939 a Mendizábal y su célebre desamortización, que a unos les privó de sus conventos y a otros nos regaló la plaza Real, el Liceo y La Boqueria.

En su famoso libro sobre la ciudad, Robert Hugues reclamaba devolverle su auténtica denominación a esta calle. Ahora que se habla de ponerle un monumento (con perdón) a Ildefonso Cerdà, ¿por qué no pensar en una calle de Mendizábal?

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