Un nuevo sabor del amor
El centro de investigaciones Pew Research Center sondea mensualmente las tendencias que van emergiendo en Estados Unidos y que, en buena medida, se extienden sobre el mundo occidental. Una nueva, que ha suscitado un largo desfile de comentarios, es la corriente que ahora señala un notable progreso del número de parejas en las que ella gana más que él, ocupa puestos de mayor responsabilidad y, en las cotizaciones del mercado o la política, les da vuelta y media.
¿Qué sucede entonces en el interior del matrimonio? Una tesis que en España ha extendido la obsesiva atención por la violencia de género (con una de las tasas más bajas del mundo) es que los "machos" no soportan la independencia de "sus" mujeres y las golpean o las matan de "rabia". La rabia, en consecuencia, no hará más que crecer y los asesinatos no vendrían sino a multiplicarse en los próximos años.
¿Seguro? Por lo que se refiere a la cualificación, las chicas hace tiempo que superan en licenciaturas o másters a los varones. No es raro que sus contrataciones sean más deseadas y las retribuciones más elevadas. Sigue presente el techo de cristal que determina, por ejemplo, que sólo un 25% de los altos ejecutivos en las grandes empresas del Ibex sean mujeres, pero ese techo no es una construcción de los hombres, exclusivamente. Los materiales y hasta la forma de esa cubierta es una decisión de madres ejecutivas que hacen prevalecer la educación y el goce de sus niños, pequeños o no, sobre los conflictos, en general grandes, que se viven en las corporaciones. ¿Ha cambiado la situación del techo?
El techo de cristal sigue instalado pero va aumentando su permeabilidad a partir del bullicio que un nuevo balance de poder (como ya sucede en la Justicia, en la Medicina, en la Educación o en la Cultura) potencia el lado femenino. Acaso no se haya producido todavía una inversión total pero es seguro que la igualación está cuajando. ¿Consecuencias?
En la actual película de Jason Reitman, Up in the air, ella (Vera Farmiga) le dice a él (Georges Clooney) que no termina de entender parte de su conducta: "Tienes que pensar que yo soy en todo igual que tú pero con vagina". Sentencia fácil de entender y más difícil de asumir. ¿Tener como pareja una mujer sin más rasgo femenino que una concavidad anatómica? ¿Y todo aquel delicado, intuitivo y mágico glamour que se derivaba de la feminidad?
Para algunas feministas o postfeministas como Beatriz Preciado el sexo es más una cuestión de gustos que de cromosomas. Siendo, como ya estaba establecido por sus predecesoras, que debe distinguirse entre "géneros" y no "sexos"; es decir, debe hablarse de formaciones culturales y no de determinaciones biológicas, el paso siguiente es la ideación en un personaje inicialmente epiceno que en el curso de su experiencia elige ser homosexual, heterosexual, bisexual o asexual. ¿Consecuencia?
La nueva pareja abandona, en todo caso, su formato tradicional y se convierte en una open source, cuyas partes pueden llegar de cualquier parte y con orientaciones sexuales de todo tipo. Ni faltará la sexualidad, ni la amistad, ni la ternura ni la mapaternidad puesto que su diseño no responderá a un patrón preestablecido.
¿Los hijos? Los hijos, efectivamente, tienden también a trastornar sus roles, sus apegos y su devoto modelo paternofilial. De hecho ya la generación ni-ni que va de la televisión a la calle y de la calle a la televisión muestra su peor cara en plena crisis. La cara indiferenciada de la crisálida en una metamorfosis que, pese a lo que se creyó hasta ahora, altera no ya los sacrosantos parentescos y el histórico saber sobre el otro, sino también las fidelidades, las responsabilidades y el mismo sabor del amor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.