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Columna
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Humo olímpico

Barcelona se postulará como ciudad candidata a organizar los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022. Cuando la noticia saltó, hace una decena de días, debo confesar que la tomé por una inocentada a destiempo. Ahora, una vez atendidas las explicaciones del gobierno municipal barcelonés y observadas las reacciones de los distintos actores políticos, económicos y sociales, me parece una maniobra de diversión, una iniciativa escapista y el síntoma inquietante de una grave crisis de ideas o de liderazgo. Veamos si consigo razonar por qué.

Personalmente, he sido siempre contrario a la tesis según la cual, para crecer y mantenerse a la altura de los tiempos, Barcelona debía hacerlo a batzegades, a base de un gran evento internacional movilizador (Olimpíada, Expo, Copa del América o similar) cada dos décadas. Parecía que, tras el escarmiento del Fórum 2004, los socialistas catalanes habían llegado a la misma conclusión, y quienes todavía atribuimos algún valor a esas cosas leímos con satisfacción, en la ponencia marco del X Congreso del PSC de Barcelona (octubre de 2008), que el partido consideraba "agotado" aquel modelo de desarrollo urbano. ¿A qué responde, apenas un año y medio después, esta espectacular marcha atrás?

Barcelona no es una ciudad pirenaica y las probabilidades de éxito de una candidatura tan forzada son más bien magras

En otro orden de cosas, no debe de ser casualidad si, a lo largo de 114 años de olimpismo moderno, a ninguna ciudad sede de unos Juegos de Verano se le ha ocurrido aspirar a unos Juegos de Invierno. Ni siquiera a París, aunque sus ediles podrían argumentar que, gracias al TGV, Grenoble se halla a menos de tres horas de la capital francesa, o sea, más cerca de lo que están hoy, por vía férrea, Barcelona y Puigcerdà... En cuanto a la analogía con Turín, ya me disculparán quienes la han invocado, pero mientras que Turín es, por geografía y por historia, una ciudad profundamente ligada al mundo alpino, nadie ha sostenido jamás que Barcelona fuese una ciudad pirenaica, ni con tradición en deportes invernales. De todo lo cual me permito deducir que las probabilidades de éxito de una candidatura barcelonesa tan forzada son más bien magras.

Como era de prever, el alcalde Hereu y su equipo justifican la operación en nombre de las nuevas infraestructuras que reportaría y agitan el viejo ideal noucentista de la Cataluña ciudad. Y uno se pregunta: ¿hacen falta unos Juegos Olímpicos para que el tren Barcelona-Vic (66 kilómetros que cuestan hasta 90 minutos)-Puigcerdà pase del siglo XIX al XX, no digo ya al XXI? Desde 2005 hasta hoy, en menos de cinco cinco años, la red de transporte público de la Comunidad de Madrid ha crecido con tres nuevas líneas de "metro ligero" que totalizan 38 estaciones. En cuanto al metro convencional, nueve de sus 12 líneas han sido prolongadas, con la entrada en servicio de 43 estaciones adicionales. Todo ello -muy a pesar del alcalde Ruiz-Gallardón- sin haber conseguido ni los Juegos Olímpicos de 2012 ni los de 2016. Todo ello, mientras la Administración central se halla en manos del partido rival, el PSOE. Y Barcelona, con tantos "gobiernos amigos" como tiene desde 2004, ¿necesita un pretexto olímpico cogido por los pelos para atraer grandes inversiones públicas y salir de su actual atonía?

Last, but not least, está el asunto de la sostenibilidad, concepto talismán del presidente Rodríguez Zapatero y estandarte mayor de la cofradía de Iniciativa Verds, que gobierna tanto en la Generalitat como en el Ayuntamiento barcelonés. Cuarto Cinturón, túnel de Horta, desdoblamiento del túnel del Cadí, drástica ampliación de carreteras hacia y en la zona pirenaica, hoteles y residencias de montaña... ¿Están los ecosocialistas dispuestos a dar por buena tal apoteosis de hormigón y de asfalto? ¿Y el consumo energético de un gran palacio de hielo en el área barcelonesa? ¿Lo construirán las mismas administraciones que nos conminan a no tener la calefacción por encima de 20 grados ni la refrigeración por debajo de 26? ¿Tendrán coraje?

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