Tsutomu Yamaguchi, doble superviviente nuclear
Se salvó de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki
El asombroso destino de Tsutomu Yamaguchi hace pensar en la historia de aquel hombre que se encontró a la Muerte en el mercado de Bagdad y, al ver que le hacía señas, marchó a Samarra para escapar de ella. En realidad, la muerte del cuento lo que hacía era manifestar su extrañeza, pues donde tenían una cita era en Samarra. Yamaguchi, en todo caso, consiguió eludir las dos veces a la muerte. Una muerte que se cernió sobre él en las dos ocasiones en la forma más pavorosa que la humanidad ha conocido: como bomba atómica.
El japonés Tsutomu Yamaguchi, fallecido el pasado 4 de enero a los 93 años de cáncer de estómago, vivió la increíble experiencia de estar presente en Hiroshima y luego en Nagasaki cuando estallaron las bombas. Sobrevivió a ambas y luego, muy consecuentemente, se dedicó a luchar contra el armamento nuclear con el ejemplo de su peripecia y su doble exposición a la radiación. Yamaguchi era el único superviviente de las dos bombas reconocido oficialmente, aunque las propias autoridades japonesas admiten que hubo otros dobles hibakusha (personas que se salvaron de los ataques), gente a la que le tocó dos veces la terrible lotería nuclear. Él sostenía que había muerto y nacido en dos ocasiones. Es difícil decir si era el hombre con mejor o peor suerte del mundo.
Le tocó dos veces la terrible lotería de la guerra y sufrió graves quemaduras
Pensaba que el hongo le había seguido de una ciudad a otra
Natural de Nagasaki e ingeniero en las canteras navales del zaibatsu (clúster) empresarial Mitsubishi, Yamaguchi, que acababa de ser padre por primera vez, estaba en Hiroshima en visita de trabajo aquel malhadado 6 de agosto de 1945, cuando el B-29 Enola Gay dejó caer a su atroz pasajero Little Boy sobre la ciudad. Caminaba por una calle a dos kilómetros del punto cero, la zona terrestre situada en la vertical de la explosión de la bomba. "Era un día claro", explicó en una entrevista en 2005. "Oí el ruido de un avión, uno sólo. Lo vi en el cielo, lanzó dos paracaídas. Los observé descender y de repente fue como un flash de magnesio, un gran flash en el cielo, y luego salté por los aires. Cuando abrí los ojos, todo estaba oscuro. Pensé que había muerto, pero la oscuridad se abrió y comprendí que estaba vivo". Vio alzarse el hongo y una luz prismática y cambiante, como en un caleidoscopio.
Con graves quemaduras en la cara y los brazos, sobrecogido por la visión de la ciudad devastada y sus torturados habitantes, regresó dos días después, con dos paisanos, en medio del caos y la desolación, a su ciudad, a 300 kilómetros. Al día siguiente, el 9 de agosto, explicaba a sus colegas lo sucedido en Hiroshima cuando, lo que hay que ver, otro B-29, el Bock's Car, lanzó la segunda bomba atómica, Fat Man, sobre Nagasaki. Esta vez, nuestro hombre se encontraba a tres kilómetros del punto sobre el que explotó el implacable artefacto. "Pensé que la nube en forma de champiñón me había seguido", recordaba con la misma estupefacción que debió de sentir aquel hombre del cuento en Samarra.
En Hiroshima murieron cerca de 140.000 personas; en Nagasaki, 70.000. Se calcula que 260.000 personas sobrevivieron a los ataques, aunque muchos desarrollaron enfermedades a causa de la radiación. Entre ellos, el hijo varón de Yamaguchi, que murió de cáncer ya adulto.
Tras la guerra, Yamaguchi, que permaneció en relativa buena salud excepto por la sordera en un oído -liviano peaje, cabe pensar, para dos explosiones nucleares-, trabajó como traductor para las fuerzas de ocupación y luego como profesor. Consagró su vida a explicar a las jóvenes generaciones el horror de la guerra nuclear y defendió la abolición de las armas atómicas. "Haber sobrevivido a dos bombas atómicas es un milagro", decía, "y también una responsabilidad, la de contar al mundo lo que pasó, para que no se olvide".
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